«Aforismos pedagógicos (III)» por Arnaldo Jiménez

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Si el ordenamiento económico no nos permite crear y gozar nuestros propios bienes, mejor, porque el país tiene la posibilidad de tener más poetas que nos hagan gozar nuestra propia lengua. Si no producimos ninguno de los dos, entonces no es verdad que estemos en crisis, sino que estamos viviendo sus consecuencias.

 

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Escribir y leer bien debería ser un deseo que perdure toda la vida.

 

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Generalmente se enseña en el desierto; se piensa, por tanto, que el acto es inútil, que las palabras no tienen el poder de cambiar las conductas de otros individuos. Quizás un lejano recuerdo se nos ha convertido en resistencia; pero, ¿por qué enseñamos? ¿Acaso no es porque una huella que marcó en nuestras arenas algún maestro se nos fue volviendo voz hasta que la escuchamos plenamente?

 

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Que nuestra sustancia sea la medida de la precaución que hay que tener cuando nos adentramos en las profundidades del prójimo.

 

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Cuando no hay nada que decir, se grita y se castiga; cuando no hay una finalidad anunciada en cada clase, se planifica como tener quietos a los alumnos, como convertirlos en copiadores.

 

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Que falte el respeto en la relación alumno-docente, si ese respeto es una traba para la realización de la amistad y del alegre aprendizaje.

 

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Ser una expresión del saber y no del poder.

 

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Sentarnos calmadamente, reflexionar sobre uno mismo y el acto de educar a otro. Tratar de que el estómago no se meta en ese asunto, ser honesto y aceptar las consecuencias.

 

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La dependencia económica no se traduce absoluta y necesariamente en dependencia del pensamiento. La creación literaria a edades tempranas marca el inicio de la independencia individual.

 

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“El malestar en la cultura” venezolana es un signo y una expresión del malestar de la cultura mundial. Es un mal que sobrepasa los límites del neurótico; es una creciente pérdida del alma. En las culturas indígenas el chamán cura el alma con la suya, ve a los espíritus causantes del daño y tiene la facultad de hablar con ellos y el poder de sacarlos fuera del cuerpo enfermo. En nuestra “civilización” no es el psicoanalista el que suplanta al chamán, como creía Jung, sino el poeta, quien ve a la lengua como el puente por donde pasan los seres que destruyen el alma y la llenan de inexpresión hasta que la pudren. Es el poeta el encargado de salvar al alma aquí en la tierra, mejor dicho, aquí en la lengua. Entonces, ¿por qué no los escuchamos?

 

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La adlingüicidad de la que habla o escribe Lyoatard en “La postmodernidad explicada a los niños”, tiene su mejor escenario en un salón de clases, en ningún otro lugar se habla tanto o se escribe más acerca de otros textos o de otras palabras. Ser postmodernos, en este sentido, no es un halago, pues no hay ningún sentido en girar en torno a una repetición tan obsesiva que es lo más parecido a la muerte; no es un asunto para ufanarse y sentirse a la moda. Optemos por el acto atemporal del hombre, el que no se circunscribe a una época determinada: la creación.

 

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El aprendizaje: un abrir y abrir atenciones, un meter y meter intenciones, un sacar y sacar inconclusiones.

 

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En la metafísica del poder, el maestro es un médium que la más de las veces lleva de manera inconsciente los mensajes que desde el más allá (el sistema, el Estado, etc.) procuran infiltrarse en las conciencias y volverse comportamiento, como diría Foucault, procuran extenderse en la malla de lo social circulando en los cuerpos y en sus aspectos más desapercibidos o sin importancia: un examen, el uniforme, los programas, un maestro impartiendo clases… Esto, cuando asumimos la perspectiva de análisis del filósofo francés; pero si nos ceñimos un poco a nuestra cultura veremos el trabajo que tiene que pasar la metafísica del poder para transformarse en microfísica: tanta burla que se interpone, tanta sordera e indiferencia, tanta ruptura con el orden y la disciplina. Es otra temporalidad la que se interpone o, acaso, ¿algún otro poder?

 

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Diferenciar bien la identidad de los papeles sociales de la identidad como ser humano; la primera, es una reproducción interminable de funciones o de imágenes fugaces de espejos, nacidas del sistema educativo; la segunda, es un ser que se va escondiendo tras de esas pieles, inconforme con las risas petrificadas de las máscaras, incapaz de sostenerse en los reflejos delicuescentes, agazapado y protegido en sus supersticiones. Un ser que siempre le tendrá miedo a los temblores por más que sepa que son “ondas sísmicas expansivas que ocurren por acomodamiento de las capas internas de la tierra…” A ese ser humano le cuesta aprender, pues, al esconderse, se coloca a distancia de los delirios colectivos.

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde el 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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