«Aforismos pedagógicos (V)» por Arnaldo Jiménez

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Todo alumno debe haber leído El Eclesiastés, y no solo leído, sino asimilado su profunda sabiduría, es parte de la educación del alma.

 

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Simón Rodríguez señaló oportuna y críticamente los fallos de la gesta independentista, y la concibió como cortada en sus alcances. La Independencia tenía carácter de proceso, no de hecho consumado. Un tal proceso debía ser complementado con otra independencia en el orden de lo económico. Para llevar a cabo esa labor propuso la creación de una serie de escuelas-talleres, escuelas- granjas, dirigidas a unir de manera indisoluble la pedagogía y la economía, para así poder forjar una Nación con nuestras propias manos. En este sentido, aún padecemos las consecuencias de aquella gesta de independencia política que descuidó la mejor arma para empalmar a los hombres a su territorio: la educación.

 

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La orientación pedagógica debía lograr que el habitante de nuestro país supiera “hacer cosas”, pero me parece que Rodríguez no analiza allí una carencia, tal como lo han hecho algunos historiadores, para quienes la identidad del venezolano se define de manera negativa y teniendo moldes foráneos de comparación; Rodríguez constata más bien una capacidad de hacer no aderezada por los principios del iluminismo, no complementada por la razón ni el conocimiento. Pienso que no debe separarse la práctica de la racionalidad que le da origen o que la causa, los moldes del conocimiento no reproducen por sí mismos formas de comportamiento, la dirección contraria es más probable, y siempre hay ritualidades en los que no cala la razón iluminista.

 

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Al hombre civilizado Rodríguez no lo veía ni siquiera en la clase dominante de la época. El hombre que “conoce sus derechos cumpliendo con sus deberes” era un ser posible, un ser en potencia que no lograba ponerse de acuerdo en los lineamientos que más le interesaran al colectivo; esa era la paradoja, ¿cómo ponerse de acuerdo en algo si las vías para lograrlo no se habían creado?, ¿cómo ponerse de acuerdo, si era esto, precisamente, lo que fallaba? Suponemos que ese signo de inmadurez política y, por tanto, educativa, impregna actualmente nuestras relaciones sociales, pareciera que el tiempo no hubiese transcurrido, o que el sistema educativo haya trabajado conscientemente para seguir reproduciendo a un sujeto que solo vela por sus intereses.

 

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Por medio de la educación social, el maestro quería fundar los tres aspectos que conforman a un país: gobierno, sociedad civil y los intereses generales que, además de unir a los dos primeros, los hacía apuntar sus acciones hacia la República, el bien común. No podemos dejar de comparar tal concepción con la visión platónica de la ciudad ideal y del supremo bien que recaía, para Platón, en la justicia. Para Rodríguez, la República se podía edificar a través del lento progreso de la implementación de la razón en las prácticas sociales. Tener una República significa entonces constituir un país civilizado, dado que esta palabra proviene de ciudad, y ciudadano es aquel que sabe vivir en la ciudad permitiendo que los intereses del colectivo prevalezcan sobre los de él. Ciertamente, muchas veces nos da la impresión de que Venezuela es un país que aún no es una República, pero si esta tarea recae en el sistema educativo, este debe inventar todo su currículo revisando y allanando las necesidades reales que nos permitan por lo menos formar ciudadanos.

 

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El proyecto de educación debe ser al mismo tiempo un proyecto de país, por lo tanto, el Estado mismo no puede ni debe estar divorciado del proyecto de educación, pues, es en este donde se implementan las leyes y los reglamentos que hagan prevalecer los intereses colectivos sobre los individuales, todo esto dentro de un marco de economía capitalista dependiente, cuya superestructura jurídica tiende a ser expresión del individualismo técnico del modo de producción.

 

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El proyecto de educación, convertido en pedagogía económica, tenía una doble función: crear una sociedad civil que homogenizara las diversas clases y castas sociales, y de esa manera producir un efecto de mejoramiento o de profundización de la democracia en el gobierno, ya que una sociedad que se educa para que prevalezcan los intereses generales por sobre los individuales, presiona en su misma médula al poder. Pero la relación entre gobierno y sociedad, sobre todo, dentro del funcionamiento de lo que se ha llamado la democracia formal, tiende a ser de simulacro, no de relaciones de aprendizajes, sino de mimetismo y de burla perturbadora.

 

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Para Rodríguez, no era que la nación estuviese mal dirigida, era que no existía; esta es una afirmación que repiquetea en casi toda su obra y no se queda a ese nivel de abstracción, Rodríguez la detalla en términos prácticos. Y la nación no existía, sencillamente, porque el sistema educativo no había hecho calar la ley ni el orden en el individuo; era un sistema incapaz de crear ciudadanos. Esto, a nuestro juicio, es de una gran vigencia: aún podemos observar la inexistencia de una sociedad compacta trazando objetivos comunes, y aún podemos observar a un sujeto que se burla de la ley de mil maneras, que le antepone otro discurso que, lamentablemente, no es el “discurso salvaje”, que Briceño Guerrero analiza en su obra, el del contrapoder, un sujeto que se resiste a ser colonizado; es decir, educado en términos de occidentalización. Es, por lo contrario, un discurso caótico, disperso, basado en una indiferencia casi absoluta y mediado por la burla, lo cual torna inconsistente, cualquier proyecto.

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde el 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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