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El poeta afro-descendiente Aimé Césaire nació en la isla Martinica del Mar Caribe un 26 de junio de 1913 y murió el 17 de abril de 2008. De manera que estamos conmemorando los 15 años de su despedida física de este mundo, dejando un poderoso legado literario, político y socio-cultural en toda la comunidad de la negritud caribeña, en América, África y muchos otros rincones del planeta.

Por eso, es oportuno hablar de su vida y su poesía; activar su voz creadora, que es la gran voz de la raza negra africana, trasladada forzosamente a nuestra América, con especial significación y trascendencia en el mar Caribe, en donde la vanguardia intelectual y espiritual de la negritud universal asume su propia identidad racial, tal como lo expresa el poeta Leopold Sédar Senghor, contemporáneo con Césaire, cuando nos dice:

 

Querido hermano blanco,
Cuando yo nací, era negro,
Cuando crecí, era negro,
Cuando estoy al sol, soy negro,
Cuando estoy enfermo, soy negro,
Cuando muera, seré negro.

 

He allí la reafirmación de una conciencia etno-racial identitaria, que asume su color de piel con absoluto orgullo e hidalguía, tal como también lo hizo Césaire, junto a Frantz Fanon y toda la pléyade de poetas y escritores rebeldes y antiimperialistas de la negritud antillana y universal.

Con su primer libro de poemas, Cuaderno de un retorno al país natal, movido por los fuertes impulsos románticos y surrealistas que perfilan su carácter de vanguardia rebelde, Césaire asume la voz de la tribu desde su propia voz:

 

Partir. Mi corazón resonaba de enfáticas generosidades.
Partir…llegaría joven y llano a este país y le diría
a este país
que es mío y cuyo limo forma parte de mi carne…
He andado errante mucho tiempo y vuelvo
a la fealdad abandonada de tus lacras.
Volvería a este país que es mío y le diría:
Abrázame sin temor. Si tan solo sé hablar, por
ti hablaré.
Y le diría aún:
Mi boca será la boca de tus desgracias que no
tienen boca, mi voz la libertad de estas otras voces
que se desploman en el calabozo de la desesperación.

 

Leer la poesía de Aimé Césaire significa dialogar con la sensibilidad humana en el empedrado camino en el cual los impulsos de la emoción se cruzan con las reflexiones de la conciencia, desde una ética ancestralmente resistente a las perversidades de la cultura racista y excluyente de la tradición yanki anglosajona, esclavizante y opresora.

El Cuaderno de un retorno al país natal es una obra original, identificada con una realidad histórica en su temática y su contenido; elaborada desde una visión dialéctica muy audaz en la que interactúan la tradición identitaria de la cultura africana con la tradición que atraviesa el romanticismo, el simbolismo y el surrealismo europeos.

En su estructura, encontramos tres espacios históricos: el lugar de la enunciación y la modernidad, representados por París y la lengua francesa; el del objeto poetizado, focalizado en la isla Martinica del mar Caribe, su patria natal; y el lugar originario de su ancestralidad y tradición etno-racial: el continente africano.

Nacionalidad, lengua y raza se integran, así, en un proceso complejo de transculturación en el cual el valor sensible de la belleza y el valor histórico-social de la política, funcionan dentro de una totalidad dinámica del ser, de la existencia moral, ética y estética, contradictoria y dialógica, que el poeta refleja en su texto como testimonio político-cultural de la negritud del Siglo XX.

Se requiere, entonces, de una lectura muy detenida, tal como lo indica Gadamer, cuando nos dice: “no se puede entender un poema si se lo lee o se lo escucha una sola vez. (…) El poema invita a una larga escucha y a un intercambio de palabras, en los que se consuma la comprensión”.

Desde esa perspectiva, debemos relacionar el texto con sus correlatos objetivos, identificar los referentes contextuales, la pluralidad de sentidos y valorar el sustrato ético y político de la obra, su sensibilidad y racionalidad, en el marco del diálogo translingüístico. En ese sentido, compartimos plenamente la lectura que propone el poeta Juan Calzadilla, en su nota de presentación del libro de Césaire:

Se ha visto el Cuaderno, y en general la obra poética de Césaire, como una pieza maestra del surrealismo literario, tanto francés como latinoamericano (…). Pero el alcance estilístico del Cuaderno va mucho más allá de una corriente literaria. La técnica de asociación libre y exploración del inconsciente es hecha suya por Césaire como un procedimiento explosivo que hace estallar en cantos las profundas vetas de un inconsciente histórico, geográfico, étnico, vivencial, como si la palabra les diera forma a las florecencias vegetales y al vuelo y canto de los pájaros, para arrojar de la manera más libre la pura ebullición verbal de los más tristes y orgullosos trópicos, y convertirla en un inapagable grito político contra el monstruoso, deshumanizado, colonialismo.

La gran poesía de todos los tiempos indica que el poeta encarna lo contradictorio y lo complejo, bajo la égida de sus propias convicciones estéticas y filosóficas y, como lo precisó Bajtín, el poeta concibe y define su propio contexto estético-ético-cognoscitivo, en diálogo con el contexto socio-histórico y con el lector.

En el contexto de esa dialéctica de lo propio y lo universal, de lo estético, la política y la ética, el poeta de la negritud, en su Discurso sobre el colonialismo, pronunciado en las Naciones Unidas después de la II guerra mundial, apuesta por la dignidad humana y rechaza todas las formas de dominación y explotación engendradas por el “genio civilizacional” imperialista de Europa y Estados Unidos:

 

La civilización occidental, tal como ha sido moldeada por dos siglos de régimen burgués, es incapaz de resolver los dos principales problemas que su existencia ha originado: el problema del proletariado y el problema colonial. Esta Europa (…) no puede justificarse; y se refugia cada vez más en una hipocresía aún más odiosa porque tiene cada vez menos probabilidades de engañar. (…) Lo grave es que «Europa» es moral y espiritualmente indefendible.

 

Ilustre e irreductible, su obra poética y su discurso contra el colonialismo nos revelan las claves estéticas y político-filosóficas, heredadas de la tradición que se forjó durante el largo proceso doloroso y redentor de la diáspora africana en nuestro Caribe.

La negritud es la primera vanguardia negra independentista de América, fuertemente motivada por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, con la cual se reivindica la igualdad y la libertad como derechos inalienables, en el contexto histórico del estallido de la revolución francesa de 1789.

Efectivamente, el pueblo negro de Haití, en su condición de colonia francesa, también asumió las consignas “Libertad, igualdad y fraternidad” de la revolución francesa y las convirtió en su propia bandera de lucha contra la esclavitud y a favor de la libertad, la igualdad social, política y cultural.

El gobierno de la “burguesía revolucionaria” de París le negó al pueblo de Haití esos derechos. Pero, los esclavos haitianos no se doblegaron; sino que emprendieron su propia lucha revolucionaria desde el año 1791 hasta la victoria definitiva de 1804 y convertirse, así, en el primer territorio libre de dominación esclavista del continente americano y afrocaribeño.

Nuestra América debe recordar siempre que “la liberación de los esclavos, la eliminación de todo tipo de servidumbre, al igual que otros principios del republicanismo, son tomados por Bolívar de la Revolución haitiana, más que del pensamiento político ilustrado francés e inglés. La apuesta de Bolívar constituye un clásico ejemplo de la lucha por la expansión democrática de los derechos donde la educación, la virtud cívica, la lucha contra la corrupción y la búsqueda de sociedades más igualitarias son constitutivas del republicanismo.” (Pachón Soto, D. (2022). Bolívar, la revolución de Haití y la expansión democrática. Cuadernos de Filosofía Latinoamericana).

En 1939, el poeta Aimé Césaire publica Cuaderno de un retorno al país natal sin alcanzar mayores reconocimientos, en virtud de la discriminación racial. Sin embargo, André Bretón supo ver en ese modesto libro un poderoso aliento para la poesía necesaria y promueve una reedición bilingüe en Nueva York en 1947.

El tema de la patria ha sido y es recurrente en la poesía de todos los tiempos. La poesía es sensible a lo heroico y a lo trágico, a la identidad y las tradiciones, a la vida material y espiritual y al espacio geo-histórico-cultural donde ella se realiza.

Todos estos elementos nutren el universo imaginario y político, en torno al cual los poetas construyen sus cantos épicos; bien bajo las improntas de la abstracción metafísica y el placer espiritual; o bien desde las angustias y tensiones del desarraigo, la adversidad y la reafirmación heroica.

El texto de Aimé Cesáire se correlaciona intertextualmente con dos poemarios de la tradición romántica del siglo XIX: Retorno a la patria / a los parientes, del poeta alemán Friedrich Hölderlin; y Vuelta a la patria, del venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde. El poema de Hölderlin apareció en 1801, el de Pérez Bonalde en 1877 y el de Césaire en 1939. Todos reflejan el tema del regreso al suelo patrio, pero con perspectivas diferentes.

En Hölderlin, la mirada se centra en un solo conjunto armónico de paz y sosiego, representado en una primera imagen telúrica, naturalista y simbólica de su patria alemana:

 

“Allá en los Alpes aún es noche clara y la nube, condensando gozo, cubre allá dentro el abierto valle. De un lado a otro resuenan y se precipita el alegre aire de la montaña. Abrupto, bajando entre abetos, fulge y desaparece un relámpago. Despacio acude y combate el caos estremecido de gozo, joven de forma, pero fuerte, festeja una lucha amorosa entre las peñas, hierve y oscila en los eternos límites, pues aún más báquica se eleva allá la mañana. Porque allí crece aún más ilimitado el año y las sagradas horas, los días, se mezclan y ordenan más osadamente. Empero, el ave de las tormentas observa la hora y entre montañas, en lo alto de los aires, se demora y llama al día”.

 

Por su lado, Pérez Bonalde inicia su poema con un tono narrativo y de movilidad, que traza el recorrido esperanzador de su reencuentro con la patria: ¡Tierra! Grita en la proa el navegante, y confusa y distante, una línea indecisa entre brumas y ondas divisa”. Observamos que las adjetivaciones determinan el tono lírico, en tanto que generan la tensión de “la eufonía” del poema.

Dice Gadamer que “la fuerza de la poesía lírica reside en su tono”. En este caso, noche y nubes son paradigmas de lo alto del cielo en tensión con el abierto valle que contiene su contrario: la tierra, el campo.

Esta oposición remite a la jerarquía sagrada del cielo y la profundidad reproductora de la tierra, el reino del éter y la luz versus el suelo profundo y oscuro. Igual en la imagen del valle, los dos lados que lo limitan generan una línea horizontal, de igualdad, y sobre ella “resuenan y se precipita el alegre aire de la montaña” que simboliza la libertad.

El poema de Hölderlin ofrece una imagen de la patria identificada plenamente con una totalidad paisajística que se impone ante su mirada contemplativa y auscultadora que busca encontrarse con los misterios insondables de la vida.

De esa manera, el paisaje natural adquiere una jerarquía especial como núcleo temático de la concepción mística- espiritual de la patria. En la naturaleza está la fuente de la vida, la fuerza mística de la existencia, la comunión con Dios y sus preceptos.

En el poema de Césaire, el yo poético ofrece un tono narrativo y descriptivo de la temática, dándole entrada a las imágenes del paisaje natural mezcladas con expresiones acusativas.

Primero aparecen el dato temporal y la insinuación de una relación dialógica que da cuenta de la realidad social en la que está inmerso el poeta; y luego, el vuelo de la subjetividad que se escapa hacia los paraísos perdidos de las imágenes de una lírica violenta y agresiva, tal como se aprecia en este fragmento:

 

Al final de la mañanita. Vete, le decía yo, cara’e sabueso, cara’ e mala gente, vete, detesto a los lacayos del orden y los gorgojos de la esperanza. Vete, fallido uleto, chinche de frailezuelo. Luego me volvía hacia los paraísos perdidos para todos ellos, más calmoso que la cara de una mujer mintiendo, y ahí, mecido por los efluvios de un pensamiento nunca hastiado, yo alimentaba el viento, desataba los monstruos, y oía elevarse al otro lado del desastre un río de tórtolas y tréboles de la sabana que siempre llevo en mis honduras a la altura inversa del vigésimo piso de las casas más insolentes, por precaución contra esa fuerza putrefactiva de los ambientes crepusculares zanqueada día y noche por un maldito sol venéreo.

 

Ubicado en un tiempo nuevo de la modernidad, el texto de Césaire se aleja de la pasividad contemplativa de la mística romántica. En su lenguaje, predominan las referencias de la realidad social, que constituye la esencia dinámica de la patria, entendida ésta como lugar de la convivencia, el diálogo y la lucha contra los lacayos y los parásitos para fortalecer la esperanza.

Sin embargo, el poeta se reconoce en su yo interior y asume “los paraísos perdidos”, la calma y los efluvios del pensamiento para desatar su propia furia y los monstruos de su hondura interior.

Desde la perspectiva semiótica intertextual, el poema de Césaire reafirma la temática de la patria como elemento universal de la tradición; pero, desde una perspectiva que privilegia la síntesis de tres elementos, a saber:

La denuncia de la materialidad histórica-social de su patria sometida al colonialismo moderno; la reivindicación de la negritud como su condición étnica de origen africana; y el domino de una forma discursiva y de una poética moderna identificada con el surrealismo:

 

A final de la mañanita, brotada de ensenadas endebles, las Antillas hambreadas, las Antillas picadas de viruela, las Antillas dinamitadas con alcohol, varadas en el lodo de esta bahía, en el polvo de esta ciudad siniestramente varadas.

 

La repetición anafórica del sustantivo Antillas y las adjetivaciones: endebles, hambreadas, picadas, dinamitadas, varadas, remiten a una lírica, cuya significación refleja o muestra la objetivación dialéctica (Lukács, 1977) de una realidad histórica de inferioridad, de pobreza, destrucción y estancamiento de la vida social del pueblo al que pertenece el poeta.

Igualmente, desde la perspectiva semiótica (Bajtín, 1997) dan cuenta de una significación socio-política del contexto estético-ético-cognoscitivo del poeta. Desde el inicio del texto y a lo largo de toda su extensión, predomina la exterioridad sobre la interioridad.

La subjetividad poética se coloca al servicio del mundo real, inventariando los distintos referentes de distintas situaciones, de manera directa o metafórica y, en conjunto, van dibujando el mapa de la vida social, económica, cultural, de las Antillas y en particular, la ciudad de Fort-de-france, la capital de Martinica, tal como se aprecia en el siguiente pasaje:

 

“Al final de la mañanita, esta ciudad plana –desplegada, tropezando con su sentido común, inerte, jadeando bajo su fardo geométrico de cruz eternamente repetida, indócil ante su destino, muda, contrariada de todos modos, incapaz de crecer siguiendo la savia de esta tierra, entorpecida, recortada, reducida, rompiendo con fauna y flora”.

 

Con estos elementos cerramos el análisis intertextual del tema de la patria, de donde se desprenden tres visiones que si bien coinciden en la aprehensión del paisaje, el espacio geográfico y su gente como elementos sensibles al tratamiento estético; difieren en cuanto al sentido político e ideológico que se le da a la valoración de la patria como la morada natal y espacio de la vida socio-cultural.

En Hölderlin es evidente el esteticismo paisajístico, la sujeción ideológica a la religión y el conservadurismo moral, elementos paradigmáticos del romanticismo y la tradición alemana.

 

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En Pérez Bonalde, hay un desbordamiento estético de la emocionalidad y la subjetivación del paisaje natural y humano de la patria, del desgarramiento y la fragmentación, la tristeza y el desamparo de un ser dolido y escindido, sin integridad orgánica con su entorno histórico-social.

Finalmente, en Césaire, la estética de su discurso se inscribe en la tradición épica y exteriorista que, en lenguaje moderno, conjuga el desenfado vanguardista caribeño con la forma surrealista francesa en el tratamiento de los elementos etno-culturales de la negritud, junto a su racionalidad política-ideológica.

Todo ello da cuenta de una perspectiva poética mucho más amplia y orgánica, en la cual lo histórico-social ocupa un extenso espacio textual con un valor semántico y estético fundamental.

 

Christian Farías / Ciudad Valencia