«Antropoceno para principiantes y el Sumak Kasay», por Ismael Noé

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Gran parte de la comunidad científica coincide en que ya inauguramos nuestra nefasta entrada como planeta al Antropoceno.

El concepto «antropoceno» —del griego anthropos, que significa humano, y kainos, que significa nuevo— fue popularizado en el año 2000 por el químico neerlandés Paul Crutzen, ganador del Premio Nobel de química en 1995, para designar una nueva época geológica caracterizada por el impacto del hombre sobre la Tierra.

Los orígenes del Antropoceno están en discusión, y los presentamos como parte de la información necesaria para todos los que apostamos por un futuro en el que los humanos vivan en armonía con la naturaleza.

Los estudiosos del tema sugieren que “En términos generales se admite que fue la Revolución Industrial el evento que marcó el inicio del Antropoceno. Sin embargo, algunos autores sugieren que se pueden trazar los orígenes a 8,000 años atrás con factores como la deforestación; o bien a 5,000 años con los cambios originados con la agricultura. Mientras que otros juzgan que el comienzo se dio en el siglo XVI con los impactos que tuvo la llegada de los europeos al continente americano”.

Ahora bien, debemos considerar que según el informe Global Change and the Earth System: A Planet Under Preassure (Cambio Global y Sistema Tierra: Un planeta bajo presión) “hay evidencias de los cambios provocados por las sociedades humanas en el planeta desde 1750. Sin embargo, sus investigaciones sugieren que fue a mediados del siglo XX cuando las actividades humanas realmente tuvieron un impacto significativo en el planeta y ello permite sugerir que fue entonces cuando inició el Antropoceno”.

Otro equipo de científicos sostiene que la nueva etapa geológica tuvo su origen con la primera detonación de una bomba atómica en Nuevo México, en julio de 1945, que dejó un impacto en los sedimentos. A dicha explosión le siguió lo que algunos miembros de ese grupo han caracterizado como una “sed por el carbón y el petróleo” que se ha convertido “en una adicción” tal que ha dejado huellas en todo el mundo.

Lo cierto del caso es que el ser humano tiene rato cavando su propia tumba, acelerando su propia extinción debido a la explotación irracional de los recursos naturales.

El modelo occidental capitalista Vs. el Sumak Kawsay

En este sentido, se pone en evidencia la confrontación de dos modelos civilizatorios, dos modelos ideales de la sociedad a la que se aspira, dos futuros posibles diferentes. Cualquier camino que se emprenda con la esperanza de salir de la crisis actual, implica una opción en favor de uno de esos proyectos civilizatorios y en contra del otro.

Boaventura de Sousa Santos caracteriza este momento como paradójico: “Por un lado, existe un sentimiento de urgencia, de que es necesario hacer algo ya ante la crisis ecológica que puede llevar al mundo a colapsar; ante desigualdades sociales tan intensas que no es posible tolerar más (…) pero por otro lado, hay un sentimiento casi opuesto: las transformaciones que necesitamos son de largo plazo, son civilizacionales. No es posible cambiar todo ahora, porque para ello no basta tomar el poder; es necesario transformar este Estado moderno, cuya crisis final fue producida por el neoliberalismo (…) Este planteamiento hoy es común en varios países del continente, y quizás también en Europa aunque por razones diferentes.”

Por su parte, la investigadora ecuatoriana Magdalena León sostiene que esta explotación, exacerbada bajo el neoliberalismo, deviene del objetivo central de acumulación inherente al capitalismo, pero a su vez se remite a una disociación entre seres humanos y naturaleza, tiene un antecedente ‘civilizatorio’ que cobija a ese sistema económico, que supone la fragmentación de la vida, la confrontación con la Naturaleza, el  no  reconocimiento  de  la  común  pertenencia  a  un  mismo sistema de vida.

En contrapartida, el Sumak Kasay se desarrolla como una propuesta política que busca «el «bien común» y la responsabilidad social a partir de su relación con la Madre Naturaleza y el freno a la acumulación sin fin, que surge como alternativa al desarrollo tradicional».​ El «buen vivir» plantea la realización del ser humano de manera colectiva con una vida armónica, equilibrada, sustentada en valores éticos frente al modelo de desarrollo basado en un enfoque economicista como productor de bienes de valores monetarios.

Inicialmente el concepto es utilizado por movimientos indígenas de Ecuador y Bolivia junto a un grupo de intelectuales para definir un paradigma alternativo al desarrollo capitalista adquiriendo una dimensión cosmológica, holística y política. En la primera década del siglo XXI se ha incorporado a la Constitución de Ecuador (2008) y a la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia (2009).

 

Ismael Noé