Las elecciones generales en Brasil se inician con una primera vuelta este domingo 2 de octubre. Son un importante acontecimiento no solo para este país como gigante del Sur, sino para toda la región latinoamericana y podríamos decir para el mundo entero.
Brasil, Estado federal de unos 8.512 Km2, 213 millones de habitantes y unos 156,4 millones de electores actualmente habilitados, se enfrenta a esta macro elección donde, además del Presidente de la República, se elegirán gobernadores de los 26 estados, parte de los senadores, diputados nacionales y parlamentos regionales.
Particularmente la elección presidencial es considerada plebiscitaria en tanto se decide la democracia como tal, ante toda la distorsión existente y la debacle actual bajo el mandato de Jair Bolsonaro, quien aspira reelegirse.
Brasil estuvo desde 1964 sometido a una dictadura militar de 21 años, restableciendo el régimen democrático apenas en 1985. A partir de allí se inicia un proceso de apertura que comenzó con una primera elección presidencial indirecta hasta la Constitución de 1988.
En 1989 se realizan las primeras presidenciales con voto directo que dio ganador a Fernando Collor de Mello. Este debió separarse del cargo acusado de corrupción en 1993 (fue suplido por el vicepresidente). Luego, en 1995, fue electo Fernando Henrique Cardozo, quien gobernó dos períodos hasta el 2002. En 2003 asumió Luis Ignacio da Silva, conocido desde niño como “Lula” (Luisito), apodo que luego incorporó formalmente a su nombre. Es un histórico dirigente obrero metalúrgico del Partido de los Trabajadores (PT), quien había sido candidato presidencial en 1989 y 1995.
Lula da Silva, con un gran liderazgo y desarrollando un amplio programa social para los sectores empobrecidos (“hambre cero”), junto al impulso del desarrollo económico y buenas relaciones internacionales, logra colocar a Brasil, en su mandato hasta finales de 2010, en un sitial como potencia emergente.
Luego triunfaría la primera presidenta brasileña Dilma Rousseff, también del PT, electa en dos periodos con más de cincuenta millones de votos. Su plan de dar continuidad al exitoso programa de Lula fue frustrado en 2016 con una destitución amañada vía parlamento (impeachment) antes del finalizar su segundo mandato.
Después vino la trama para inhabilitar a Lula da Silva, quien había salido de la presidencia con un 86% de aceptación y le tocaba retomar su liderazgo en las elecciones de 2018. Lula fue víctima de una truculenta judicialización con participación del propio Departamento de Justicia de EEUU y de un juez brasileño corrupto, quien sin ninguna prueba lo condena por supuestos actos de corrupción.
Todo esto fortaleció la figura del líder personalista y conservador-fascista Jair Bolsonaro, quien asumió como candidato principal de la derecha. Basado en una importante base social de cristianos pentecostales y neo pentecostales, junto a militares activos o retirados y de sectores empresariales, sobre todo vinculados al agro-negocio y a las transnacionales, resultó ganador ante el PT en las presidenciales de 2018.
Sería extenso describir todas las tropelías de este personaje en estos años de gobierno. Destaca su negligencia ante la pandemia del covid-19 y los casi 700 mil muertos por el virus (por esto recibió condena simbólica del “Tribunal Permanente de los Pueblos” en Sao Paulo). Su irrespeto a las instituciones públicas, que incluye el sistema electoral, que cuestiona y plantea la vuelta al voto manual. Ha generado un clima de terror en las zonas urbanas empobrecidas con las milicias paramilitares. Bolsonaro representa, sin duda, una reversión al Brasil colonialista, que tanto alaba. Ha amenazado incluso con no reconocer los resultados si es derrotado.
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Luis Ignacio Lula da Silva fue liberado a finales de 2019, tras 19 meses de presidio. A inicio de 2021 fueron anuladas las más de 26 causas judiciales con las que pretendían mantenerlo encarcelado de por vida. A sus 76 años ha asumido la enorme tarea de ser candidato a la presidencia junto a una amplia alianza electoral (“Vamos todos por Brasil”), que agrupa a siete partidos políticos, siete centrales sindicales y varios importantes movimientos sociales.
Lula plantea: “Queremos volver para que nadie ose desafiar la democracia y para que el fascismo sea devuelto a la alcantarilla”. Propone retomar con fuerza su programa alimentario para 33 millones de brasileños que hoy pasan hambre en Brasil.
Es un gran reto para Lula, el PT y su alianza electoral obtener una mayoría decisiva en las urnas electrónicas, incluso, de ser posible, en primera vuelta, para salvaguardar la democracia amenazada, por un nivel de vida aceptable para las mayorías nacionales, por un desarrollo económico no solo favorable al país, sino a la integración latinoamericana y mundial.
José David Capielo / Ciudad Valencia