“Carta a un poeta que no ha nacido” por Arnaldo Jiménez

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Estimado poeta que no existes, te escribo estas cortas líneas esperando que algún día tu materialización en un cuerpo cualquiera pueda responderme. En primer lugar, espero que te sientas bien en el solipsismo acuoso de la nada, en ese espacio del no nacer que te circunda sin que tus ojos puedan ver ninguna parcela del universo. Todo en ti es negativo, por eso me seduce tu expectativa, esa posibilidad latente en el devenir.

En segundo lugar, quiero expresarte las razones por las cuales me he decidido a escribirte esta carta después de haber madurado la idea durante casi dos décadas. No son razones abstractas ni de corte histórico literario, es decir, yo no me he dedicado a estudiar la historia de la poesía en mi país para saber por dónde debo meterme y en qué debería trabajar procurando una depuración en el estilo, en el decir. Cuando leo algunas recopilaciones solo me enumeran la cantidad de premios recibidos, los puestos políticos que usurparon, los nombres de los libros. Me hablan pues de las marcas que les trazó la cultura a ellos, pero casi nada de las marcas que ellos rasgaron sobre la corporeidad cultural. Vanidad, todo es vanidad, dice el poeta del Eclesiastés.

Cuando logro encontrar a alguien que decide decir algo sobre las marcas de los poetas en nuestras vidas, entonces utiliza una verborrea academicista que me fastidia y me aturde. Te escribiré sobre mis dudas, mis rechazos, mi, quizás, torpe manera de concebir el hecho poético. Pero queda advertido que no me siento ninguna autoridad para decidir quién es y quién no es poeta, porque yo mismo no sé si lo soy, y muchas veces me da vergüenza enseñar mis poemas o enviarlos a revistas, ya que me da la sensación de no estar a la altura de quienes los reciben.

El transcurso de mi vida me ha ido cincelando una concepción de la poesía que tiene que ver más con las sensaciones y la percepción de la realidad que con el hecho llano de escribir poemas. Me refiero, la poesía, para mí, es la vida profundizada o ampliada a través de la percepción de la realidad, pudiera no escribir poemas y eso no evitaría que sea un poeta, ¿qué opinas tú, será que me equivoco? Sin embargo, la paradoja consiste en que para arribar a esa conclusión tuve que escribir poesía y leer mucho. Ahí te dejo ese enigma. Sé que en esa aprehensión están involucrados todos los sentidos, aunque yo le doy una vital importancia a la escucha y a la visión.

La realidad no puede no ser poética, es principalmente una multitud de espacios en los que ocurre una pluralidad creciente y decreciente de hechos que desafían la comprensión racional cuando se le comprende en su conjunto, en sus relaciones; pero la poesía utiliza la razón para rebasarla y tantear los límites, los bordes que pudieran llevar a la locura. Lo que ocurre es que la percepción poética no atañe, a mi modo de ver, a una persona y su historia personal, sino a todo un colectivo, con todas sus historias, con todas sus vivencias, de esta manera, la razón lógica se hace insuficiente para comprender, para otorgarle sentido.

Yo camino y descamino la ciudad, la subvierto, la deformo, la exagero, la penetro por sus meandros asquerosos y tiernos; la contemplo desde el asombro poético, desde el descubrimiento. Dime, amigo de siempre, ¿hago mal en hacer esto? ¿No es de estas acciones que el fluido misterioso de un poema podrá algún día brotar de donde estaba escrito sin palabras, de allí, del alma, sedimento de sus páginas, como tú, inexistentes?

Por otra parte, considero el acto de escribir poemas un acto tan sagrado, sin que ello suponga pensar en un dios poético, aunque todos los dioses lo hayan sido, que es imposible que el nombre de un cantante o de un político, por ejemplo, entre en alguno de mis versos, soy cuidadoso con ello, el nombre tendría que ver con mis afectos, con mis pertenencias, con mis experiencias de vida, vida vivida en lo sencillo y en lo complejo de esa sencillez: modelo del poema, ese nombre sería un trampolín para trascender a otra verdad, como ocurre con frecuencia en Ledo Ivo.

Mucho menos podría doblegar y reducir mis percepciones a la celebración de un esquema político o ideológico, me siento demasiado mal complaciendo a otros a través de mis poemas. Si he de tener o mostrar algún compromiso ideológico, utilizaría para ello el ensayo, el panfleto, el aforismo. Sin embargo, con el poema, mi compromiso es con la vida, con lo esencial en el ser humano, más allá de las circunstancias que le hagan pertenecer a un partido político o no. El compromiso del poeta debería ser con el ser humano, con sus eternos asuntos.

Es que el poema es arte con palabras, como dijo el amigo Pérez Só, ese arte es la vida misma, con sus avatares de significancias e insignificancias puestas en duelo con el autor, primero, y después con el lector, un autor secundario, porque él le dará otro soplo de vida, otros significados.

¿Por qué malgastar el hermoso y extraño tiempo de escribir un poema trayendo a la ilación de sus verdades a seres que le son completamente ajenos? Sophía de Melo A. ha dicho en el arte de su poética que si el poeta nombra algo, digamos un muro, un dintel de ventana, un olor de valeriana o tilo, eso nombrado pertenece a su mundo de vida, concreto, tocable, sincero. Hay una justicia entre lo que se dice y lo que se vive. Yo complementaría eso diciendo que debe haber una relación directa entre el núcleo de las vivencias y el núcleo del poema. Pero debo decir que lo anterior no siempre se cumple sin que por ello esté ausente lo auténtico.

Poeta que aún no existes, ¿será que estoy exagerando esa relación y no importa que un poema se salga de las órbitas terrestres y mencione los seres de un espacio que aún no tiene barro ni espíritu? ¿Será que solo puedo ser leído si digo que la ciudad es un charco de cemento podrido y sus habitantes se esconden en puentes y pasan hambre por culpa del sistema? Todo esto sin esfuerzo creativo, como si fuese un volante en una campaña para optar al cargo de diputados, sin parto, sin trabajo. ¿No pudiera, en el peor de los casos, ir a las mismas vicisitudes socio-culturales con poemas bien definidos?

Quizás me consideres pedante o engreído, nada más lejos de mis pretensiones, de mi actitud. Quizás se equivoque el género escogido para decir esas verdades de manera apresuradas. Todos los géneros son recorridos por la poesía; pero los objetivos del poema hay que delimitarlos muy bien. Sin embargo, dejemos esta estéril zona a un lado. Prefiero hablarte de lo que espero de un poeta, de lo que debería ser.

Pienso que un poeta no debería albergar en su alma egoísmos de ningún tipo, mucho menos en relación con las oportunidades, publicaciones o manera de abordar la realidad de otros poetas; porque él ha entrado al reino donde todo es pasajero, y esa es su primera instancia en la conciencia. Lo real no tiene sello de pertenencia, no es permanente salvo en su condición de fuga. Entonces, ¿por qué molestarse por el triunfo de otro?, ¿por qué impedir que otro muestre sus producciones?, ¿por qué la competencia también entre los poetas?

Creo que exijo mucho, algo que yo mismo no cumplo, seamos más moderados, es suficiente con mantener la lucha en contra del egoísmo, donde hay lucha hay padecimiento, y ya sabemos que el sufrimiento es generador de creaciones. Ya tú sabes cuál es mi manera de pensar en este sentido: si la poesía no sirve para amansar al bárbaro que llevamos por dentro, entonces la humanidad está perdida.

La poesía, mucho más que las religiones, le ha servido al ser humano sus vendas y sus sustancias curativas, cambio de piel, pulimento del alma, cada vez que es herido por sí mismo, por sus miserias. El meollo podrido de cada cultura sólo la poesía puede desinfectarlo. Desde tu modo de no ser, estoy seguro que compartes estas ideas, pero te ruego no nazcas, no entres al cuerpo, ni al tiempo, quédate así, flotando en las posibilidades, como una partícula del inicio.

Fíjate bien, en esa nada en la que ondulas hay un fiel parecido con la hoja en blanco antes de nacer el poema. Rilke describió todas las emociones y vivencias, atajos de la memoria y el sentido de la conciencia, los fulgores intempestivos que surgen desde la savia de nuestros apetitos mortales, el lago de la muerte a donde vamos a beber frustraciones y alegrías, las diminutas cosas de la cotidianidad que agrandan su moral y su ética en la pasión creadora, haber dormido en el cementerio largas noches, escuchar el paso del esqueleto de la vida buscando sus carnes renovadas, resucitadas por sí mismas en la gran rueda de las repeticiones… Todo lo que se debe vivir y amasar en el alma del poeta para que algún día, en un instante inesperado, pida su existencia en una hoja la entraña misma hecha palabra. Aunque me he detenido un poco en esta potencia del devenir poema, me gustaría hacer énfasis en lo que viene después del nacimiento.

Si tú tuvieses un padre o una madre que te diera la vida en la plenitud de sus erosiones materiales y ellos tuvieran la oportunidad de seguir moldeando tu forma con los requerimientos del espíritu, según una concepción propia de la belleza, seguramente tu nacimiento sería doloroso, estarías en el umbral de la vida pronto a ver sus dimensiones y sin caer del todo en ella, pues cincelar tu forma con escalpelos de alma es muy difícil y también mucho más importante que el nacimiento apresurado de un cuerpo que va a desandar sus malformaciones congénitas sin poder ayudar al prójimo.

No me refiero a una carencia de piel, de textura, nada más, sino a la pérdida –desde el mismo momento de nacer– del aliento, del principio energético del espíritu, lo que podría volver a hacer nudo o puente con la inmortalidad.

Es que sobre una hoja hay profundidades, las de las palabras mismas vinculadas, combinadas de otra manera sin perder la claridad de sus convicciones, de sus creencias, de sus sentidos, de sus emociones, de sus verdades. Quiere esto decir que, a diferencia de un cuerpo que nace y va transformándose en otro y luego en otro y luego en otro hasta no ser, el poema se transforma, se cuela hacia sí mismo, se estructura en la solidez de haber llegado lo más cerca posible a sus pretensiones ideales, espirituales y, en vez de apagar sus latidos, cobra la vigencia de lo permanente, el pulso que desafía la vejez y la vence. No crees tú, amigo de lo posible, que las preguntas que debe hacerse constantemente el poeta son: ¿cuántos poemas es un poema?, ¿cuántas maneras de escribirse tiene el mismo poema?, ¿hacia dónde me voy con la escritura?

 

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Desde las inquietudes anteriores me atrevo a decirte algunas consideraciones que creo son importantes si algún día decides vivir. Ese juego de cavar en las palabras buscando las simientes más adecuadas se complementa con una poda de sus ramas, una vez la planta del poema haya crecido lo suficiente. Me gustaría decirte que no hay obsesión en esa poda, pero te mentiría, sí la hay, tanto como en la excavación. Quizás pasen meses para que te des cuenta de que había una palabra que te impedía ver el todo con claridad, o para que reconozcas que el todo no debió surgir y lo elimines sin ninguna piedad.

Esto es en cuanto al acto de escribir, ya sabemos que hay un respaldo de la vida y de la percepción poética de esa vida que es la fuente, junto con la lectura, de los poemas. La poesía que se encuentra en el poema vive fuera de él, sino no hubiese podido nunca encarnarse allí. Por eso, una vez más, qué importa que ese poema tenga pertenencia en un libro, esto es secundario siempre, lo más importante es vivir y actuar conforme al destino que se ha elegido, ser poeta, es decir, lo más parecido a un ser humano.

Me quedan muchas cosas por decirte, quizás tenga otra ocasión para volverte a escribir; por ahora, creo que toqué pocos asuntos, pero de vital importancia desde mi punto de vista, siempre parcial, por supuesto. Me despido de ti, no sin antes decirte que, si decides nacer y andar por este mundo con tu piel de poeta, piensa bien esa elección, puede que no valga la pena y te arrepientas, toda elección porta las consecuencias, para bien o para mal, desde mi torpe y escasa experiencia, puedo decirte que la poesía es un gran animal mágico que te ayuda en tus avatares de vida, una mujer inverosímil en su fidelidad que te exige la misma actitud para que la realidad fluya y te llene con todos sus tonos.

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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