“Carta abierta a la humanidad de un gobernante del siglo XXI (I)” por Christian Farías

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El título de este artículo es tomado de la ya famosa Carta de nuestro presidente Nicolás Maduro, leída por el canciller Carlos Faría en la 77° Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) el pasado 24 de septiembre de 2022. Tal como lo afirma el mismo Presidente, el contenido de la Carta está centrado en tres temas fundamentales: la verdad política, la identidad histórica y la realidad concreta de nuestro tiempo presente.

LA VERDAD POLÍTICA:   En su mensaje escrito, el Presidente afirma textualmente: “Durante las últimas dos décadas se han celebrado en mi país 29 elecciones libres que han ido defendiendo nuestro modelo social, económico, político al que hemos denominado: Socialismo Bolivariano. Esta es la razón por la que hemos sido agredidos de múltiples maneras”.

Efectivamente, las dos décadas del proceso revolucionario bolivariano superan con creces los dos modelos de gobiernos que padeció nuestro pueblo durante 93 años del siglo XX: primero con las dictaduras militares y luego con la democracia formal, representativa, hegemonizada por el bipartidismo adeco-copeyano (AD-COPEI).

Con la elección presidencial del comandante Hugo Chávez, nuestro pueblo encontró y puso en marcha la actual democracia participativa y protagónica en la cual la rectoría definitiva no la tienen los partidos políticos; sino El Soberano y su vanguardia, el Poder Popular organizado, para el ejercicio pleno de sus derechos constitucionales de elegir y ser electo a través del voto universal, directo y secreto, como condición inalienable para ser el protagonista estelar de nuestra historia.

Es necesario refrescar en nuestra memoria colectiva los elementos claves de la vida política de nuestro país durante todo el siglo XX, para tener claridad de nuestra historia pasada, saber valorar nuestro presente y prever el futuro inmediato que le vamos a dejar a las próximas generaciones de venezolanos y venezolanas.

Nuestro pasado siglo XX se inició con la última guerra de caudillos del siglo XIX, liderada por el nacionalista anti imperialista Cipriano Castro. Pero, por desgracia, se enfermó y se fue a curar en el exterior. Su compadre y ministro de gobierno, el general Juan Vicente Gómez, soliviantado y ungido desde la embajada de Estados Unidos, se le volteó, lo sacó del poder y no lo dejó entrar de nuevo al país.

Así nació el vínculo de la dictadura militar de Juan Vicente Gómez (1908-1935) con el naciente imperio capitalista-financiero-militar de Estados Unidos. Lo siguieron el general Eleazar López Contreras (1935-1941); el general Isaías Medina Angarita (1941-1945), que sí tuvo inclinación nacionalista y popular. Finalmente, el general Marcos Pérez Jiménez (1952-1958). Fueron casi 60 años sin participación ni protagonismo del pueblo, sometido al atraso y la miseria.

Durante ese periodo de dictaduras, se gestó, nació y se desarrolló la burguesía venezolana del siglo XX, distinguida por su condición rentista, parasitaria, entreguista y lacaya del nuevo imperio del Norte. De allí nace su conducta anti-nacional y anti-popular, importadora y muy poco productora de bienes de consumo masivo.

Para el año 1952, nuestro insigne escritor y crítico venezolano Mario Briceño Iragorri introduce la palabra piti-yanqui para identificar precisamente a esos seres de la naciente burguesía venezolana. En 1950, esa palabra la había inventado el poeta y doctor en Filosofía y Letras, defensor de la independencia de Puerto Rico, Luis LLoréns Torres, para referirse a los “progresistas” de su país que, en verdad, eran entreguistas y sumisos al imperio y el expansionismo norteamericano.

Así es como en nuestro país, el pitiyanquismo equivale a lacayo, entreguista y traidor, opuesto criminalmente al proceso bolivariano y al liderazgo de nuestro comandante Hugo Chávez. Asimismo, odian al pueblo, al Poder Popular, a los patriotas revolucionarios y a nuestro conductor heroico y gran estratega nato e indestructible, el presidente Nicolás Maduro Moros.

Cerrado el ciclo de las dictaduras, adviene la democracia formal, representativa, bipartidista del periodo 1958-1998. Cuarenta años de desgobierno y nueva dictadura burguesa-partidista, sustentada en el pacto de AD-COPEI-URD, que nace en Nueva York, bajo la “protección supremacista” de Rockefeller, previo al proceso de la caída de la dictadura militar de Pérez Jiménez; y se consolida en el poder a partir de la victoria de Rómulo Betancourt en las elecciones de diciembre de 1958.

Este nuevo modelo de poder político tuvo de presidentes a Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campins, Jaime Lusinchi, Carlos Andrés Pérez II, Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera II. Uno tras otro fueron apoyados totalmente por Estados Unidos, el Alto Clero antipopular, el Alto Mando Militar pitiyanki y la burocracia sindicalera y corrupta de la triste y vergonzosamente célebre Central de Trabajadores de Venezuela (CTV).

Toda la tramoya adeco-copeyana conforma el fallido Pacto de Punto Fijo, fraguado e impuesto por la élite que, verdaderamente, gobernó nuestro país durante 40 años, alternándose en el poder con base en elecciones fraudulentas, regidas por el principio mafioso delincuencial de “Acta mata voto”. Así quedan fundidas la deslealtad del pitiyanquismo con las mafias roba-votos del puntofijismo.

Es pertinente decir, igualmente, que en ese contexto y también por sus propias limitaciones y desviaciones históricas, las organizaciones políticas de la así llamadas “Izquierdas de Venezuela” (PCV, MIR, MAS, MEP y demás derivados) nunca pudieron ganar una elección presidencial y tomar el poder. Tampoco lo pudieron lograr las organizaciones revolucionarias que desarrollaron la lucha armada y clandestina en las ciudades y montañas de nuestro país.

Los dos ciclos históricos que hemos señalado se cierran definitivamente como un solo periodo político pendular entre dictadura y democracia, pero siempre ambas al servicio de la burguesía capitalista de Venezuela y de la hegemonía imperialista yanki. De allí surgió el desengaño y la indignación colectiva de los pobres y desamparados de nuestra patria, que estalló con la insurrección popular del 27 de febrero de 1989, identificada como El Caracazo.

 

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Este acontecimiento expresó ante el mundo entero la crisis social y económica, de carácter sistémica, estructural y profunda que padecía el pueblo pobre de la Venezuela petrolera, rica y corrompida hasta los tuétanos. El costo del atrevimiento, la valentía y la dignidad del pueblo, se ubica en 3.000 desapariciones como resultado de la masacre realizada por la Policía Metropolitana y la Guardia Nacional de esa época.

Tres años después, con la insurrección militar del 4 de febrero de 1992, liderada por el entonces teniente coronel Hugo Chávez, se produjo, pese a la derrota del movimiento insurgente, el gran renacimiento de la esperanza de todo un pueblo que hoy, 30 años después, resiste victoriosamente los ataques de sus enemigos, pelea para defender sus derechos y garantías constitucionales y sigue adelante construyendo la patria libre y socialista del siglo XXI con su líder indestructible Nicolás Maduro Moros, quien dice en su carta lo siguiente:

Deben saber los pueblos del mundo que a Venezuela se le han aplicado todos los manuales para desestabilizar su democracia. En lo político, el imperialismo viene empleando fallidamente e ilegal el método de cambio de régimen, han propiciado intentos de magnicidio, de invasión, han creado movimientos sediciosos contra la Constitución, y hasta han inventado un gobierno paralelo ficticio que rayó en lo ridículo.

He allí nuestra verdad política e histórica que coloca al imperio en una situación de impotencia y derrota frente a un pueblo que conoce su historia, que ha madurado su conciencia política y ha fortalecido su moral, su ética, su dignidad y sentido colectivo de pertenencia a una patria forjada por libertadores de todos los tiempos y circunstancias de estos cinco siglos de fusión e identidad dinámica, plural y diversa que insurge desde la América y el Caribe indígena, la África negra y la Europa mestiza. He allí nuestra verdad etno-geo-histórica que el tiempo recicla y dinamiza siempre hacia nuevos horizontes de libertad y dignidad.

 

Christian Farías / Ciudad Valencia