Clásicos Venezolanos (5 B): Rómulo Gallegos se refiere a su novela Doña Bárbara, publicada en España el año 1929. JCDN.

Edición de la novela en la colección clásica de Biblioteca Ayacucho

“Doña Bárbara” (1929) de Rómulo Gallegos, no en balde sus debilidades como el tratamiento arquetípico de sus personajes protagónicos y la esencia positivista de su propuesta, constituye una realización de la lengua hablada por los venezolanos. En otras palabras se trata de un advenimiento tardío del realismo literario que toma distancia del criollismo y el costumbrismo romántico del siglo XIX.

Apelando a lo que el novelista definió como “inteligencia creadora”, esta novela fundacional está basada en hechos reales, tal como lo confesó su autor en el prólogo de la edición conmemorativa de los veinticinco años de su primera publicación bajo el sello del Fondo de Cultura Económica de México (1954). El poeta y abogado Andrés Eloy Blanco, el otro gran referente escritural adeco, le refirió a Gallegos la existencia real del personaje Doña Bárbara, encarnada en su clienta del estado Apure Francisca Vásquez de Carrillo, mujer terrateniente echada pa’lante.

Edición de «Doña Bárbara» (1954, Fondo de Cultura Económica») que conmemora los 25 años de su aparición

Coincidimos con Orlando Araujo en la virtud del dominio excepcional “que Gallegos tenía sobre sus materiales y sobre sus propios avasallamientos de creador”: la eficacia técnica de su discurso narrativo conjugada con lo poético que transita de la épica hasta el intimismo. Prueba de ello son también “Cantaclaro” (1934) y “Canaima” (1935), las cuales completan una trilogía de epopeyas nacionales, amén de un cuento extraordinario como el intimista “La hora menguada”. Una revisita a la obra de Rómulo Gallegos nunca está de más para hurgar la esencia del alma y la idiosincrasia del venezolano.

En “Doña Bárbara”, Gallegos desarrolla su ambicioso e irregular proyecto literario por vía de una poética realista y positivista que se centra en el reformismo socialdemócrata. Los arquetipos sociológicos en personajes y situaciones, se despliegan en un marco ideológico conservador y en una estética transparente y lírica sin rebuscamientos. Doña Bárbara, más allá de la carne y el hueso de papel, se puede interpretar como la simbología de la mujer fatal luciferina, la antinomia del macho vista por un machista, o también el paradójico atisbo del gomecismo.

No obstante, el mito bíblico de la mujer como aliada del Diablo que entronca con la Barbarie, esto es síntoma innegable de la minusvalía misógina del macho, Doña Bárbara es un personaje entrañable y temible que se debate entre el Amor (Asdrúbal / Santos Luzardo), el Odio (sus violadores en la adolescencia / Lorenzo Barquero) y, por supuesto, los mecanismos verticales y predatorios del Poder. La Doña podría asimilarse a los ángeles caídos en su abyección tan típicos de los dramas de Shakespeare o las novelas de ideas y exaltaciones místicas de Dostoievsky. ¿No les parece que la mejor Doña Bárbara del cine fue María Félix y la del serial televisivo correspondió a la enigmática Marina Baura?

LEE «DOÑA BÁRBARA» DE RÓMULO GALLEGOS

Primera edición de la novela de 1929

La novela telúrica de Gallegos se convertiría en contrapartida de la evasión y el desarraigo de novelistas modernistas como Manuel Díaz Rodríguez, pero a su vez complementaría proposiciones vitalistas, cínicas y críticas como las de Rufino Blanco Fombona y el hiperrealista José Rafael Pocaterra. Sólo que el maestro Rómulo Gallegos no asumiría una oposición parricida ni extremista en lo ideológico y lo estético.

Lo dialógico de la narrativa galleguiana tiene mucho que ver con su propia personalidad, como nos lo dice su discípulo y amigo Isaac Pardo: esa mixtura paradójica de rigor ético y literario, indecisión y timidez. Pardo, evocando al maestro y amigo en su centenario, nos dice del hombre que conoció: “Gallegos no estuvo de acuerdo (…) con la acción (el golpe a Medina  Angarita) del 18 de octubre (de 1945). Constitucional, sentimental y mentalmente Rómulo no podía estar de acuerdo”. Orlando Araujo, quizás su mejor intérprete crítico y ensayístico, nos revela la auténtica humanidad de nuestro gran novelista: un hombre de su tiempo y de una sola línea moral y política. No nos parece casual que Gallegos, Pardo y Araujo integren nuestro (anti)canon literario muy flexible.

El Gallegos moralista, en el buen sentido del término y al igual que Quevedo y el resto de los moralistas castellanos, no necesita el bisturí desencantado y satírico de Pío Gil para el desmontaje del caudillismo totalitario de Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez o el caciquismo republicano a posteriori de Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez. Fustiga con un lenguaje social demócrata apolíneo, la violencia que diezmó a Luzardos y Barqueros, la telaraña del poder latifundista de Doña Bárbara y Míster Danger (el binomio Gómez / imperialismo norteamericano), e incluso las salidas revolucionarias zamoranas y/o zapatistas patentes en “Cantaclaro” y “Pobre Negro”.

 

Portada de Cantaclaro en una edición de Monte Ávila Editores

En cambio, Santos Luzardo, muy a pesar de sus contradicciones y tensiones internas, se erige como el héroe apolíneo y arquetípico que adversa al latifundio y el caciquismo. Su humanidad acosada por el medio ambiente inhóspito en lo político-social, se sacrifica por la bandera idealista del reformismo democrático. Asume el cumplimiento compulsivo de la ley y el progreso civilizador occidental, sin afectar de raíz la problemática de la tenencia de la tierra. Marisela se mueve entre el amor de Santos y su afán educativo: revisita y culminación feliz del síndrome de la Cenicienta. El idilio entre ambos recrea otra forma del relato de hadas. Por supuesto, la analogía de la doma de la yegua Catira por el peón Carmelito y de la educación de Marisela por el patrón Santos, todavía hace crujir los dientes a las feministas más radicales.

Los luzarderos Pajarote y María Nieves son personajes llamativos y muy bien construidos. El contrapunteo a punta de coplas entre ambos peones, confirma no sólo la nobleza de cada quien y la solidez de su amistad, sino la condición fabuladora y terrena de la copla de raza. Ello al punto de invocar al mítico Florentino Coronado, Cantaclaro o Catire Quitapesares, el araucano, para salir con bien del duelo musical cuando se agota el ingenio.

Una novela política y humorística de Rómulo Gallegos

La peonada de Doña Bárbara con sus Balbino Paiva, Juan Primito y El Brujeador, integran la simbólica Casa del Mal que es el Latifundio El Miedo. La conciencia del campesinado está circunscrita a cada señor feudal, sin importar que Luzardo sea progresista y Doña Bárbara la devoradora inmisericorde de hombres. Al fin y al cabo son dos formas diferentes de tutelaje sobre las mayorías más pobres.

Al final del capítulo V, tercera parte, se lee a propósito de la pelea entre luzarderos y barbaristas: “Era el comienzo del buen cacicazgo. La hora del hombre bien aprovechada”. ¿Acaso el buen cacicazgo existe? ¿El buen cacique se contrapone o sustituye al malo e incluso al gendarme necesario? “Doña Bárbara”, además de constituir un libro de su tiempo histórico y un clásico de todos los tiempos en Venezuela, sigue siendo susceptible de una discusión fructífera en torno a nuestra problemática como pueblo. Ello en el mar nutritivo de sus virtudes y contradicciones.

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC.