Las hormigas son unos animales prácticamente omnipresentes. Conocemos más de 14 000 especies distintas y están presentes en todos los continentes, con la excepción de Antártida; en casi todos los ecosistemas terrestres, desde el nivel del mar hasta por encima de los 2 000 metros de altitud, y los ecosistemas urbanos no son una excepción.

 

Colonizando casas ajenas

Las ciudades proporcionan a las hormigas una gran cantidad de lugares donde habitar: desde los parterres, alcorques o zonas ajardinadas pueden extender sus nidos bajo el asfalto o el adoquinado, lo que les confiere mayor seguridad, les proporciona calor del sol necesario cuando las temperaturas son bajas, y les previene de problemas como las inundaciones.

Y sobre todo, la ciudad genera una gran cantidad de residuos orgánicos que las hormigas aprovechan como alimento.

Algunas especies particularmente pequeñas pueden infiltrarse en grietas del hormigón, e incluso horadarlo, retirando grano a grano las partículas que lo componen. Eso les permite hacer nidos dentro de las construcciones humanas. Otras entran por rendijas, huecos bajo las puertas, o volando por la ventana.

Y por supuesto, les da acceso a un nuevo y óptimo ecosistema: nuestras casas. En ellas pueden conseguir una temperatura estable —a las hormigas no les gusta el frío—, y fuente de alimento disponible durante todo el año. De hecho, son particularmente habituales allí donde más comida pueden encontrar: en la despensa, en la cocina y en el cuarto de baño.

 

 

¿Cómo invito a salir de casa a las hormigas?

En el libro ‘El Día de las hormigas’, el autor Bernard Werber expone un planteamiento peculiar, en boca del personaje Edmond Wells:

¿Con qué derecho tu cocina te pertenecería más a ti que a las hormigas? La compraste, vale, pero, ¿a quién? A otros humanos que lo hicieron con cemento y llenándolo con alimentos de la naturaleza. Su propiedad es una convención entre usted y otras personas. Pero es solo una convención humana. ¿Por qué la salsa de tomate en tu alacena debería pertenecerte a ti más que a las hormigas? ¡Esos tomates salieron de la tierra! El cemento salió de la tierra, el metal de tus tenedores, los frutos de tu mermelada, el ladrillo de tus paredes, vienen del planeta. El ser humano todo lo que hizo fue ponerles nombres, etiquetas y precios. Eso no es lo que lo hace “propietario”. La tierra y sus riquezas son gratuitas para todos sus habitantes… Sin embargo, este mensaje es todavía demasiado nuevo para ser entendido.

Bernard Werber, ‘El Día de las hormigas’, 1992

 

Aunque se trata de una obra de ficción, a Edmond Wells no le falta razón. El único motivo por el que consideramos que esas cosas son nuestras es porque lo hemos asumido así. Las hormigas se han encontrado con un ambiente favorable y lo han aprovechado, como ha hecho el ser humano a lo largo de la historia con casi todo el planeta. Solo que en este escenario, somos la especie perjudicada.

No obstante, es comprensible nuestra inconformidad con una colonia de hormigas pululando por la cocina, así que hemos inventado métodos para deshacernos de ellas que, dentro de unos límites, pueden funcionar mejor o peor.

El mejor es, por supuesto, maximizar la higiene, sobre todo respecto a la comida o sus restos. Las hormigas van donde hay alimentos; si no encuentran nada a su disposición, se irán. Pero eso no siempre es posible, y en ocasiones son necesarias soluciones más drásticas.

 

Probando con la imidacloprida con las hormigas

La imidacloprida es un producto químico insecticida, a la venta en forma de gel. Se trata de un compuesto que hay que utilizar con máxima precaución, pues resulta también tóxico para humanos y mascotas y aunque los fabricantes suelen emplear como excipientes sustancias con un olor o un sabor desagradable, siempre vale más prevenir que curar, y es preferible utilizarlo en lugares donde personas y animales de compañía no tengan fácil acceso.

Reconstrucción 3D de la fórmula de la imidacloprida (PubChem, 2022)

 

El funcionamiento de la imidacloprida se aprovecha de una particularidad de las hormigas: la trofalaxis, o transferencia de comida de boca en boca. Es una forma de transportar comida al interior de la colonia, y el modo en el que las obreras alimentan a las larvas y a la reina.

La imidacloprida actúa de forma retardada. No mata al insecto instantáneamente, sino que tarda varios días en causar su efecto, y además es acumulativo, de modo que una hormiga puede seguir consumiendo la toxina hasta alcanzar la dosis letal.

Cuando se deja a disposición de las obreras un cebo nutritivo impregnado con esta sustancia, lo toman como si se tratase de comida, y lo llevan a la colonia. La toxina se transmite de hormiga a hormiga por trofalaxis, y con suerte, llega a la reina. Entonces es cuando actúa la imidacloprida, intoxicando a todas las hormigas que hayan tenido contacto con el cebo.

Los ensayos con cebos de imidacloprida muestran un retardo de entre 24 y 36 horas en el inicio de los efectos letales, una mortalidad máxima entre 7 y 14 días después de la aplicación, y consiguen que las colonias de hormigas se reduzcan entre un 77 % y un 100 %; reducciones que se mantienen en el tiempo. Sin embargo, la imidacloprida no funciona con todas las especies.

 

¿Por qué a veces no funciona?

Existen en España más de 300 especies de hormigas conocidas, con características muy diversas. Las más relevantes a la hora de saber cómo evitar una plaga de hormigas en casa se relacionan con la reproducción, el número de nidos por colonia o los hábitos alimenticios.

Por ejemplo, no funciona igual un cebo en forma de néctar azucarado para una hormiga que se alimenta de este tipo de productos en la naturaleza, que para otra que se alimenta de semillas o de insectos.

Respecto al número de nidos, aquellas que organizan su colonia en torno a un solo nido —monodómicas— son más fáciles de eliminar que las que tienen varios nidos —polidómicas—.

En cuanto al aspecto reproductivo, existen algunas especies cuyo hormiguero está dominado por una sola reina. Estas especies se denominan monogínicas, y cuando llega la época, los machos y las hembras sexuadas hacen un vuelo nupcial, tras el cual las hembras fecundadas fundan su propio hormiguero.

La muerte de la reina de un hormiguero monogínico, implica el fin de la colonia. Los cebos de imidacloprida con estas especies suelen ser, por lo tanto, muy eficaces.

Hormigas el género 'Pheidole' alimentándose de restos de comida

 

Por otro lado, hay especies con muchas reinas; son las denominadas poligínicas. Cuando una de las reinas muere, otra ocupa su lugar. Este comportamiento supone un mayor coste energético —las reinas consumen mucho—, pero a cambio tiene ciertas ventajas.

El reemplazo constante de las hembras reproductoras les permite tener colonias más grandes, y además, reduce la relación genética entre los miembros de la colonia.

Estas especies pueden sufrir temporalmente los efectos de un cebo de imidacloprida, pero es raro que afecte a todas las reinas de la colonia, por lo que, aunque temporalmente el producto funcione, a largo plazo es probable que las hormigas regresen.

De hecho, algunas de las especies que se asocian a las poblaciones humanas son poligínicas y polidómicas, como las hormigas Monomorium pharaonisTapinoma nigerrimum, o la invasora hormiga argentina (Linepithema humile).

La única solución posible en estos casos es mantener, como ya se ha indicado, el máximo nivel de higiene; si acaso, seguir usando los cebos cada vez que las hormigas proliferen; y si no queda otra, tal vez aprender a convivir con ellas.

 

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