El reciente libro del poeta Oswaldo Flores Cumarín, texto con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2022, Mal de oficio, es un texto que resignifica la cotidianidad del trabajo como hallazgo poético.
Trabajo que planteado desde la narrativa materialista se concibe como reproducción social, en tanto se ocupa un lugar en la división social del trabajo y como hacer poético en sí. Oficio que para una sociedad pragmática puede significar la inutilidad.
Proponiéndonos, en este sentido, una paradoja: encarar la vida a través del lenguaje o reproducirse. Frente a la escritura no hay certeza alguna. La separación del acto de escribir con la vida es uno de los males a los que se opone el poeta.
En ese intento de encontrar una voz que revele la necesidad de “aprehender los oficios”, Flores busca compensar el trabajo hecho con las manos frente al “inútil oficio” de escribir. De allí su mal por nombrar la vida desde el lenguaje.
El oficio, cuya voz primigenia refiere a una función, al mismo tiempo que alude a una obra o acción, es confrontado con el hacer poético. El libro, constituido por sesenta y cinco textos separados en dos partes, “Tardos” y “Súbitos”, coloca al poeta frente a la incomodidad del trabajo como metáfora cotidiana.
En Tardos, confrontándose a sí mismo, nos presenta el vértigo que le produce la imposibilidad de no saber hacer nada con las manos, para llevarnos a un segundo momento titulado, Súbitos, constituido por textos breves cuyas resoluciones responden a su propio juicio:
“Que se vaya la palabra a solas. Si de nada sirvo a la causa de las cosas, me educaré en las manos otro oficio, lejos de los paisajes. A salvo del asma y de los perros, y del pecho ensangrentado, se de hombre o criatura, voy a hincarme sobre la tierra para dejar el sueño en una zanja y su bocado”.
Sísifo, personaje de la mitología griega, es recuperado por Flores para representar lo absurdo y frustrante del trabajo duro. Desde Camus nos da cuenta de que “no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”. Si el poeta no puede contribuir con lo verdaderamente necesario, entonces como Sísifo asumirá su castigo de cargar la piedra y pulirá sobre ellas “un filoso cuchillo para no herir a nadie”.
Flores, al igual que Anibal Nazoa, recupera del anonimato a personajes de la cotidianidad dándoles un carácter de solemnidad al caracterizarlos desde un lugar que sólo la poesía puede otorgarles: chofer, retratista, labriego, ascensorista:
“Yo, en un campo de sillas negras, canto la más azul de las canciones
Yo, extraño fruto, aunque no cuelgo,
Seseo ensilabado y triste
El blues de este pequeño algodonal”.
(Ascensorista, p.19).
Al mismo tiempo, en una suerte de sátira, nombra otros oficios como el suicida, el ahorcado, el enamorado, el inmolado, a quienes traza un perfil para referirnos a ese lugar incómodo que produce el mal de la poesía. Ser poeta, en una sociedad petrolera, cuya fuerza de trabajo para vivir lo constituye la escritura, es ser un incapaz.
Otro elemento presente en la poética de Oswaldo Flores es la influencia del baile de garrote. Esta batería de recursos expresivos que incorpora la danza se encuentra presente como un espíritu que simboliza la defensa frente al mundo, cuya práctica prepara al cuerpo para el dolor y para responder ante el conflicto. Podemos apreciarlo claramente en el texto “Infante”:
“La puñalada es un tambor
La puñalada es un tambor
La puñalada es un tambor cuando suena a golpe de cabo de cuchillo
cuando baila la sangre apretujada rajuñando
[aquí entre las manos y el ocio
cuando el charco es templado a boca abierta”.
La danza violenta de quien esquiva la muerte huyendo de la herida del arma nos hace recordar el balanceo de los bailadores de garrote que buscan defenderse de su oponente.
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Este episodio muy propio del performance también podemos encontrarlo en la obra de Igor Barreto, quien recurre a los gallos y juegos de apuestas del campo venezolano como cuerpo temático, y con quien Flores indudablemente establece un diálogo. Rasgos que se recogen en el poema para trasladar al lector a la escena.
La constante sensación de malestar del poeta ante la incertidumbre, esa sensación frente a la crisis, deviene en una estética cuya expresión es el deterioro de una ilusión personal y colectiva.
*Fotos Abraxas Iribarren
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Vielsi Arias Peraza, Venezuela 1982. Poeta, docente, investigadora, columnista y promotora cultural. Ha publicado: Transeúnte (2005), Los Difuntos (2010), con el que obtuvo la mención honorífica en poesía del Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca; La Luna es mi pueblo (2012), Luto de los Árboles (2021) y Mandato de puertas (2022). Es miembro del Consejo de Redacción de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo, miembro de WPM, capítulo Venezuela, y miembro del equipo promotor de la Escuela Nacional de Poesía de Venezuela.
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