“El Salvador, un drama en tres tiempos” por Fernando Guevara

0
172

Es tan dramática la situación en El Salvador, que no es fácil hacer un análisis de lo que se vive en el país centroamericano.

Finalizada la incruenta guerra civil se instalaron una serie de gobiernos enclenques, la mayoría de ellos liderados por el nefasto ARENA, partido nacido al amparo de los infames escuadrones de la muerte que inundaron de sangre y fuego al modesto El Salvador.

La historia violenta de El Salvador no se puede olvidar, el asesinato de un grupo de monjas, ni por supuesto el monstruoso crimen del Arzobispo Santo Oscar Arnulfo Romero. En ambos casos el fascismo estuvo involucrado hasta los tuétanos y eso forma parte de la triste historia salvadoreña y, a decir verdad, centroamericana y universal.

La guerra civil trae como consecuencia una emigración masiva hacia México y los Estados Unidos, donde los salvadoreños se instalan buscando la paz que no tenían en su país. Una de las ciudades en las cuales se hace fuerte la comunidad de migrantes de El Salvador es Los Ángeles, y en la ciudad californiana los jóvenes centroamericanos se adaptan y adoptan la cultura de la ciudad y una de ellas es la cultura de las pandillas. El germen de la violencia tiene origen estadounidense.

De tal manera que, en numerosas oportunidades, las autoridades estadounidenses expulsan hacia El Salvador delincuentes pandilleros quienes traen la violencia, la mafia, el narcotráfico, las mañas y las mismas estructuras que tienen en Los Ángeles, internacionalizando las «maras» y radicando la violencia, primero en San Salvador y luego en todo el país.

Un país sumamente pobre, sin fuentes estables de empleo, con gobiernos corruptos y a la vez surgidos de la violenta guerra civil, una cultura de muerte normalizada y, sobre todo, sin oportunidades para los jóvenes es caldo de cultivo fértil para las maras. La necesidad de pertenencia y, ante todo, el control de las actividades delictivas, al que debemos agregar una fantasía de hacer dinero rápido y vivir una vida al amparo del poder del fuego y de esa pertenencia que da involucrarse en las maras, terminan de convertir a El Salvador en el país más violento de América.

Y los gobiernos no saben qué hacer, al punto que en diferentes oportunidades ofrecen una especie de pactos de paz a las maras que, como es de esperarse, estas no respetan y continúan con sus atroces actividades. Y a la comunidad internacional nada le importa porque El Salvador es un país pobre.

Ahora, hace pocos años, llega a la presidencia Nayib Bukele, con un poco de historia a bordo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), pero electo fuera de él. Bukele da inicio a un estilo de gobierno poco ortodoxo, y uno de sus principales proyectos es erradicar las maras.

En esta búsqueda, Nayib Bukele ha amenazado, ha actuado casi que con la misma violencia que las maras, ha sometido a los miembros de las maras que están en prisión a un trato casi que inhumano. Es necesario decir que en las cárceles la cultura de las maras es quizás mucho más arraigada que en libertad. De hecho, los líderes de las maras actúan a sus anchas desde la cárcel e incluso controlan sus negocios y territorios desde dentro de prisión hasta con mayor facilidad que si lo hacen desde fuera. Por ello, las cárceles salvadoreñas eran también campo de batallas entre las maras, lo que conllevó a masacres masivas en estos recintos.

Todo esto hasta llegar a la construcción de una cárcel con visos de monumental a la cual se han trasladado centenas de miembros de las maras, y por las imágenes y la información llegada, que solo es brindada por el gobierno de Bukele, se les ha sometido a los pandilleros a unos tratos realmente degradantes, por decir lo menos, y se ha amenazado a los miembros que están fuera de dejar sin alimentos a los presos. Ya se ha dicho que solamente van a comer arroz y tortillas.

Ahora, ¿es necesario todo esto? La respuesta pareciera un claro no, pero estas acciones han funcionado aparentemente. Los índices delictivos, según varias fuentes, han descendido y la gente siente la seguridad de nuevo en las calles salvadoreñas. Eso es palpable, pero ¿esto es un sistema sostenible? Esa también es una gran pregunta. Debemos decirlo en voces sencillas, toda escoba nueva barre bien, pero no sabemos cuánto durará esto.

Es indudable que la sociedad ha sido construida en base al respeto de lo que llamamos “el Estado de Derecho”, en el que la misma sociedad, y en especial los gobiernos, se someten al imperio de la ley y que la ley es dictada por los hombres con la intención de que se regule la vida en sociedad y que la misma sea lo más equitativa y justa posible. En cambio, la realidad es que ni la sociedad, ni la vida es equitativa ni es justa, pero le corresponde a los gobiernos propender a que la sociedad sea justa y equitativa. ¿Un galimatías? No. Simplemente son las normas por las cuales nos regimos para tratar de vivir en paz.

Quien rompe las normas ha de sufrir el castigo correspondiente a tal rompimiento. No podemos inventar ni delitos ni castigos que no estén previamente señalados. Es lo que llamamos no hay crimen ni castigo sin ley penal previa que lo establezca, y en el caso de El Salvador estamos hablando de castigos que no están contemplados por el ordenamiento jurídico. Al menos no en lo que hemos visto. Ojo, con esto no quiero decir que estas maras no se merezcan un castigo ejemplar, duro, escarnecedor, pero nos parece que no se han cumplido los parámetros legales para ello.

 

LEE TAMBIÉN: LA PALABRA DE HOY: TEQUILA, POR ANÍBAL NAZOA

 

Probablemente el castigo al que están sometidos estos delincuentes es merecidísimo. Probablemente incluso Nayib Bukele y su método han logrado bajar los niveles de delincuencia en El Salvador y eso es lo quiere y necesita el pueblo salvadoreño, pero nos preguntamos si esta actitud no estará inflando un globo que puede explotar gravemente en un futuro no muy lejano.

Lo otro que nos llama la atención es el uso comunicacional de Bukele. Ciertamente ha dicho algunas verdades duras, que no les gustan a muchos, pero resulta que esa forma de comunicarse le ha dado resultados y parece que hoy en día es más importante no lo que dices, sino cómo lo dices.

Son los resultados de esta sociedad sobre-comunicada y ansiosa de noticias y de figurar en ellas.

 

Fernando Guevara / Ciudad Valencia