Ellas se jugaron la vida un 23…
La caída de la dictadura perejimenista, plantea, tal cual sucedió en 1936 con la culminación del régimen gomecista, la posibilidad de construir una institucionalidad democrática y un modelo de gobierno impulsado por el pueblo, de real contenido social y político, sobre los principios de independencia y desarrollo. Pero también en esta oportunidad; dice Battaglini (2011):
“Se hace presente el conflicto entre, el bloque de clase de la burguesía; que si bien se ve forjado a entrar en el juego democrático, lo hace procurando que el monopolio, que tradicionalmente había ejercido sobre el Poder y el estado no fuera lesionado por el orden democrático que finalmente se estableciera en el país; y por otro lado el bloque de los sectores populares que ya en las oportunidades anteriores habían visto frustradas sus aspiraciones democráticas y sus expectativas emancipatorias en general. (p. 27)
Las aspiraciones del bloque popular estaban en ese momento, más que nunca, sustentadas en la participación protagónica y decisiva en el derrocamiento del régimen perejimenista, permitiéndole dar un salto cualitativo, dado que había alcanzado mayor consciencia política sobre el momento, mayor capacidad de movilización y esto le reviste, por primera vez, de legitimidad y mayor beligerancia en el conflicto político nacional.
Frente a estos elementos la burguesía se ve debilitada y deslegitimada en virtud de que los lazos con la dictadura y el apoyo a la misma permanecieron hasta poco antes de su caída. Dado el debilitamiento de su mandato, el pueblo en espera de un cambio radical, casa sus expectativas con el bloque popular. A partir de ese momento queda registrado en la historia contemporánea de Venezuela el espíritu del “23 de Enero”, que no fue otra cosa, sino el estado psicológico y emocional generado por la amplia unidad cívico-militar que logró derrocar al dictador y abrir un nuevo espacio histórico. (Farías, 2008:75)
Orlando Araujo, en su ensayo Venezuela Violenta (2015), refiere que:
El 23 de enero de 1958 culmina un proceso de violencia generado por la izquierda diez años atrás, y apoyado en las últimas horas, por la burguesía y el Ejército. Como en 1936 y en 1945, la violencia pudo haber fructificado en revolución. Sin embargo, no sucedió así y el gobierno fue controlado por la alta burguesía que, habiendo lucrado en tiempos de Pérez Jiménez, se presentaba ahora como salvadora (p. 113)
De esta manera se gesta una institucionalidad democrática que deja establecido que: cualquier actividad política que lesionara los principios del pacto de Punto Fijo, sería considerada ilegal y objeto de persecución y represión. Dado se instrumenta con una base legal que prácticamente prohíbe cualquier forma o táctica política distinta a las que consagra este pacto, sin embargo, ello no representó la neutralización definitiva del bloque popular.
Cabe destacar que la Primera Declaración de la Habana (1960), incorpora elementos ideológicos con perspectiva socialista, a través de su principal proclama que declara el derecho de los oprimidos a combatir por alcanzar reivindicaciones económicas, políticas y sociales, así como el derecho de los pueblos del mundo a su liberación. Les correspondió a los sucesivos gobiernos de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Rafael Caldera (I); poner en marcha una agenda política represiva, de actuaciones ilimitadas, con el objetivo de aislar a la izquierda, socavar sus bases de apoyo en el seno del pueblo y liquidar toda forma de acción que amenazara el orden establecido. Brito Figueroa (2011) al respecto expone que:
La culminación lógica de la política de conciliación y de “colaboración de clases” fueron las elecciones generales de diciembre de 1958 –el regreso de la anhelada constitucionalidad- y no el desarrollo de acciones revolucionarias contra el dominio de los monopolios norteamericanos. A la inversa, en el juego electoral, presionando y halagando, apoyados en la burocracia sindical, los monopolios norteamericanos facilitaron e triunfo de su instrumento político de masas más beligerante: el partido Acción Democrática. (p.727)
Es importante destacar el papel de las mujeres en el derrocamiento de la dictadura militar. Muchas se integraron a la lucha clandestina dirigida por los partidos opositores, principalmente Acción Democrática y el Partido Comunista.
Algunas sufren de la misma manera el hostigamiento del régimen dictatorial: tortura, prisión, desaparición, muerte o exilio. Organizaciones emblemáticas congregan a las mujeres de este tiempo y nacen los primeros movimientos exclusivamente de mujeres: la Unión de Muchachas (1951) y la Asociación Juvenil Femenina (1951).
En ambas organizaciones destacan nombres como: Velia Bosch, María del Mar Álvarez, Chela Vargas, Yolanda Villaparedes, María Luisa Vásquez, entre muchas. Lo que quiere decir una nueva generación de dirigentes femeninas de distintos sectores.
Posteriormente, y bajo la iniciativa de las militantes del PCV, se constituye la Unión Nacional de Mujeres, con el objetivo trazado de coadyuvar en el derrocamiento de la dictadura y más adelante en (1957), la coalición de Partidos de Oposición en lo que se bautizó como Junta Patriótica, y unos meses después se abre paso al nacimiento de La junta Patriótica Femenina, para llevar a cabo la acción insurreccional que derrocó a la dictadura. En este último periplo destacan los nombres de Argelia Laya, Consuelo Romero, Raquel Reyes, Leonor Mirabal, Rosa Ratto, Isabel Carmona, entre otras. En una entrevista realizada a Argelia Laya por la revista del MAS (1984) e incorporada posteriormente al volumen Nuestra Causa (2014), Argelia, refiriéndose a este suceso dice: “El derrocamiento de Pérez Jiménez ha sido la mayor satisfacción, eso parecía casi imposible, y el haber participado activamente me llenó muchísimo” (p.200).
Más allá de aquellos nombres emblemáticos -ya mencionado- de mujeres insignes que siguen siendo referentes de los movimientos (algunas de ellas aún presentes), hay voces de muchas mujeres sin aparecer; aquellas que representaron el taller de la insurrección. Camufladas, envistiendo desde otra forma de clandestinidad, también formaron parte esta asonada histórica. Regina Gómez, en el libro titulado Nosotras también nos Jugamos la vida (1979), el cual recoge varios testimonios y puntos de vista de mujeres en la acción política durante el siglo XX, expresa: “Nadie me tomaba en cuenta. Yo no andaba hablando, ni visitando casas y así éramos todas las que trabajamos en la clandestinidad” (p.247). También Eumelia Hernández atestigua: “Cuando tomé la decisión de militar, mi familia me la respetó. En ese tiempo estar en una organización era duro y más para una mujer, porque precisamente, esa mujer que vivía en la calle, no era muy bien vista, que digamos.” (p.137)
En medio de todo este contexto, la avanzada internacional de mujeres en la década de los 60´se ve afianzada, sobre todo en los países desarrollados; se convierte en un movimiento masivo que se convocó de forma multitudinaria en todo occidente.
Este acontecimiento repercute en los movimientos de mujeres de todo el mundo e impacta de manera positiva en América Latina, además coincide con el reimpulso que toma el movimiento de mujeres en la post-dictadura, haciéndose más autónomo y agrupando mujeres de todos los sectores, principalmente trabajadoras y estudiantes. A pesar de este reagrupamiento las mujeres fueron invisibilizadas por completo en el escenario político.
Otro rasgo que caracteriza la participación en este período de las mujeres en la lucha política, tiene que ver con su participación en la lucha armada. Decenas de ellas ocuparon responsabilidades en este proceso, principalmente las del PCV y el MIR, como parte componente de los aparatos logísticos, inteligencia y espionaje y otras en las unidades tácticas de combate. También unas se unieron a los comités de abogados defensa de los guerrilleros. Aurelena de Ferrer (1979) testimonia: “Mi seudónimo era Marta. Como creía en lo que estaba haciendo, le daba mucha importancia a las tareas que ejecutaba, por más pequeñas que fueran.” (p.108)
Álvarez (2010), destaca los nombres de las mujeres que se incorporaron activamente en la lucha armada: Epifanía Sánchez, Doris Francia, Guillermina Torrealba, María León, Adina Bastidas, Nelly Pérez, Aura Gamboa, Ketty Mejías, Norma Montés. Algunas de ellas murieron: Livia Gouverneur, Dora Mercedes González, Lídice Álvarez, entre otras. A este movimiento se unieron connotados nombres como: Argelia Laya, Nora Castañeda; Nora Uribe, Edicea castillo. Etc. (CEM-UCV-2000)
A pesar de la voluntad expresa por las mujeres y su determinación para llevar a cabo la lucha en distintos escenarios, muchas realizaron papeles secundarios dentro de los partidos. Es decir, sufrieron la división sexual del trabajo político, así que muchas de las mujeres repartieron sus esfuerzos entre el trabajo remunerado y el doméstico, “y enlazan la posibilidad de vida de sus camaradas, triple jornada para la cual fueron formadas desde la infancia y que los partidos remacharon” (Espina, 1992: 218).
La militancia para las mujeres ha sido, y aún es, un terreno cuesta arriba, dado que los saldos políticos nunca serán proporciónales con su esfuerzo. Viven la clandestinidad de manera más incómoda porque, por lo general, la labor de resguardo de las vidas y de bienes se hace de manera más expuesta y exige más disimulo, sumando la maternidad en muchas de ellas como una tarea que se dificulta de manera considerable.
Las luchas de las mujeres fueron desde pequeñas hasta significativas misiones que, todas juntas, dieron lugar al movimiento insurreccional más significativo del siglo XX. Ellas, las mujeres, hicieron enormes sacrificios para estar insertadas en el marco de esos cambios siendo madres, esposas, amas de casa, hijas, estudiantes, intelectuales, todo al mismo tiempo. Contra ellas la dictadura y los gobiernos posteriores fueron igual o más implacables.
La presencia de las mujeres representaba la evidencia de un nuevo escenario sobre el cual era inevitable reflexionar, opinar y crear. En otras palabras: no plantea el feminismo como un “estar de parte de…”, sino desde el “pellejo”, la experiencia propia. A los largo de toda nuestra historia y formando parte de una cultura silenciada, las mujeres han construido sus maneras para incidir de manera determinante en los grandes momentos históricos. Hoy vale rendir homenaje a todas las valientes heroínas del 23.
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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.
PREMIOS
Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.
PUBLICACIONES
Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).
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