Entrevista a Modesto Emilio Guerrero: «No existe militancia sin riesgo»

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Entrevista a Modesto Emilio Guerrero: No existe militancia sin riesgo y este libro es un recurso militante

Hay quienes consideran que el periodismo, en ciertos ámbitos, es una profesión incómoda, arriesgada y hasta temeraria. Sobre todo, si se incurre en escarbar sobre hechos o sucesos que tocan intereses de poder.

En el caso de Modesto Emilio Guerrero, él asumió el oficio comunicacional como militancia. Por eso, publicó en el año 2007 la primera versión de una biografía en vida del líder de la Revolución Bolivariana, llamada ¿Quién inventó a Chávez?, que hasta el propio Comandante comentó con cierta polémica.

Ahora, en 2021, Guerrero vuelve a un tema controvertido: La muerte de Hugo Chávez. Y esta vez lo hace con un título de novela policial: ¿Quiénes mataron a Chávez?

 

La primera edición de esta obra fue lanzada en agosto de este año, de manera impresa en Argentina y ya se agotaron los ejemplares de una modesta tirada, pero además, generó ciertos conflictos en redes sociales, donde tildaron al acucioso periodista de tener un motivo oscuro y material.

La Fundación para la Comunicación Popular CCS, decidió hacerse cargo de la primera edición venezolana digital de esta obra, y además, por autorización expresa del autor, de manera gratuita, descargándola en la Librería Digital https://ciudadccs.info/libreria-digital/.

 

Aprovechando el fragor de este lanzamiento, Modesto Emilio Guerrero accedió gentilmente a una entrevista, acerca de esta apasionante investigación:

—Tu libro parece un prontuario policial. ¿Tiene Modesto Emilio Guerrero la intención de que se reabra la investigación sobre el presunto asesinato de Hugo Chávez?

—No fue mi propósito inicial ni la razón de esta investigación, pero no tengo duda que su desarrollo informativo y los conceptos pueden cumplir esa función jurídica. Registro declaraciones desconocidas como la de Shimon Peres, ex primer ministro de Israel, quien dijo en París en 2009 que “los presidentes Chávez y Ahmadineyad desaparecerían pronto”.

—¿Por qué arriesgarse al escarnio ante aquellos que consideran que obtienes algún provecho de este asunto?

—Primero, porque ese es uno de los costos de la vida pública, un libro es un hecho público, como una nota de prensa o un discurso. Segundo, porque lo mío es un deber militante y los deberes no piden permiso. En 2007 cuando fundé la réplica del PSUV gramsciano en Buenos Aires, tampoco pedí permiso. Recuerdo que el Comandante me dijo en el Centro Cultural de la Cooperación que yo era un atrevido. Le dije que menos de lo que él había sido en su vida de rebelde. Sonrió.

Los “escarniadores” de oficio me acusaron por Facebook de escribir este libro para “hacer plata”, y para hacerme “famoso”. Ambas no soportan los hechos. Vivo de un sueldo de 20 mil pesos, el más bajo en la tabla salarial argentina. Si no gané fama con los 15 mil ejemplares de ¿Quién inventó a Chávez? entre 2007 y 2013, no creo que la gane con un libro que nace a contra clima.

Esto me lleva a decir la razón de este libro. Tengo solo una: aportar con una pieza indispensable al balance sobre la Revolución Bolivariana. Hay gente que huye de los balances y las evaluaciones como si fueran escarnios, autocastigos. Olvidan que ninguna epistemología existe sin evaluación: Nada humano avanza sin balance de lo hecho y si avanza va al desastre. Es posible que no quieran revisar sus propias actuaciones individuales. Yo creo en la revisión de las conductas.

 

—¿Vale la pena reavivar el dolor de la desaparición física del Comandante?

—Soy consciente de que existen sensibilidades en el medio. Fue el primer temor que tuve al iniciar la investigación. Pero hay dos tipos de dolor: el individual, que puede ser familiar, filial, y el social y gregario que impone una responsabilidad de tipo político. Tanto la vida como la muerte del Comandante no fueron hechos individuales. Sería reducirlo a la categoría “antihéroe”, o a un “ambicioso”, como dijeron algunos de sus enemigos de izquierda como Teodoro Petkoff, Douglas Bravo. Yo creo que fue un héroe social de nuestro tiempo. Como Pancho Villa o Sandino fueron de los suyos. Chávez le pertenece a una generación que quiso hacer una revolución. Él era consciente de esa condición humana. Lo expresó parafraseando a Gaitán: “Chávez ya no soy yo, yo soy un pueblo”.

—¿Quedaron muchas cosas por decir o tienes más pistas por investigar?

—Hay tres que me inquietan. Primero: quiénes fueron los/las aliadas internas de los cuatros militares sospechados. Matar a un presidente requiere de un entramado complejo de relaciones y una cadena de contactos criminales en el sistema político. Para asesinar a Jovenel Möise, usaron más de 15 elementos y Jovenel no tuvo la estatura de Hugo Chávez. Tiene razón la prologuista cuando percibió imágenes cinematográficas en esta historia. Yo no las había visto.

Segunda pista: por qué nadie del Palacio informó, en octubre de 2010, de la presencia del cáncer en los pólipos nasales tratados en el Comandante. Nueve meses más tarde se confirmó que había un tumor expandiéndose. Me obliga a preguntarme si existió una conspiración endógena. No tengo respuesta. La tercera pista que me inquieta es el sitio de vida del capitán Leamsy Salazar y su esposa. Algunos dicen que los guardan en Tahití o Tailandia.

—¿No crees que a los enemigos de Chávez les salió el tiro por la culata al pretender que matando al hombre matarían sus ideas?

—Sí, eso es cierto, no mataron sus ideas. El Golpe de timón sigue vigente y planteado, el Estado comunal sigue latente, el socialismo del siglo XXI ganó fuerza ideológica y conceptual, la Celac, su mayor creación geopolítica, se acaba de reunir en México y le permitió a Maduro brillar en hidalguía antiimperialista ante Uruguay y Paraguay. Eso es cierto, pero también lo es, que el curso del poderoso proceso bolivariano se descarriló a golpes de guarimbas, asonadas golpistas, atentados presidenciales, demonización mundial, intentos de invasión, bloqueo, saqueo de bienes estatales y sanciones. Desde 2015 el mapa geopolítico latinoamericano se arrugó, retrocedió, se dañó respecto a lo avanzado con Chávez al frente. Estados Unidos está más tranquilo.

Te voy a dar un dato que late mudo en el continente: el nombre Hugo Chávez fue borrado de todos los discursos públicos de quienes fueron sus amigos, aliados y compañeros fuera de Venezuela. Nadie hace una sola referencia a él. He escuchado a compañeros reproducir la expresión macrista “Argenzuela”. Demonizaron al chavismo. En Colombia, Argentina y España es agobiante. Nadie escribe nada, nadie publica nada, nadie estudia la experiencia bolivariana. Este error es más grave en la izquierda intelectual y militante. Mira, una editorial española rechazó este libro porque “no era de interés contemporáneo”. Hace pocos días un cuadro kirchnerista me dijo esto en un encuentro: “¡Esperamos tanto de ustedes, que nos quedamos con la boca abierta!”. Me impresionó. Se nota que apostó poco a sí mismo en su terreno.

—¿La CIA y el Mossad podrían tenerte en la mira por esta publicación?

—Supongo que sí. Donde vivo, el Mossad tiene mucha vida porque existe una fuerte izquierda judía, como Myriam Bregman y otros. Pero ese es el costo que menos me duele. Más me duele que el operador político local, de un exembajador venezolano me haya amenazado por correo. No existe militancia sin riesgo y este libro es un recurso militante, además de un acto literario.

—¿Consideras, bajo los hechos y las conclusiones a las que has llegado hasta ahora, que los planes de asesinar a Maduro se mantienen? ¿También intentan matar a Diosdado?

—No descarto que el enemigo tenga en sus planes eliminar a Diosdado, a Maduro, a Jorge Rodríguez o a El Aissami. El asesinato político fue sistematizado desde 1917 como un recurso más contra rebeliones, revoluciones y líderes díscolos de gobiernos populares.

—¿Es posible que estén en la mira actual otros líderes progresistas incómodos al Pentágono?

—No lo creo. No veo a ningún líder o lideresa que represente peligro a la dominación yanqui. Les puede incomodar un discurso o una medida, pero nada más. Para asesinar a un líder o lideresa se requiere que toda su conducta y programa sean peligrosos.

—Haciendo un recuento de todos los líderes que el imperio ha asesinado… ¿Es un destino inevitable?

—No, no es un destino inevitable, eso sería teleológico, brujería. No creo en el fatalismo o el pesimismo histórico o biográfico. La historia social se compone de victorias y derrotas. Las derrotas tienen explicaciones como las victorias, pero nos enamoramos de la segundas y es comprensible. El enemigo solo podrá en la exacta medida que seamos menos inteligentes y les regalemos fisuras, debilidades políticas y grietas de seguridad.

En el caso Chávez hubo fisuras en Miraflores y en el sistema político. Fidel Castro tuvo mucho más que buena suerte. Yo creo que la política es un recurso epistemológico, una “tecnología” creada a comienzos del neolítico para regular conflictos de la especie. Si usamos bien esa tecnología, sirve, si no, habrá derrotas.

El siglo XX fue el gran laboratorio para dos cosas: a) la sistematización del asesinato como un recurso político de la contrarrevolución anunciada por Lenin y b) fue el gran laboratorio de las rebeldías y sobre todo de las revoluciones, que como dice el peruano Ricardo Napurí es la “etapa superior de las rebeldías”.

El dilema de morir o sobrevivir en una guerra es lo opuesto al mismo dilema en una revolución. Aquí depende de la inteligencia política además de la técnica militar y la economía. Eso lo enseña el Sun Tzu. La predestinación es un concepto religioso.

—Hay quienes afirman que tu investigación no aporta nada nuevo al caso. ¿Qué piensas a este respecto?

—Creo que están celosillos porque puse en orden una hipótesis de conspiración que estaba dispersa en partes inútiles. Ese es mi único aporte. El resto lo harán otros y otras investigadoras. Eva Golinger tiene mucho que decir. Sin su información yo no habría avanzado al segundo paso. Astolfo Sangronis me acusa de eso, porque él sabe que fracasó en ese punto: gastó más de 300 páginas y no pudo construir una hipótesis. Su libro es como muchos de Kautsky, una suma de informaciones sin destino. Un libro vale si aporta. Ese fue el criterio en la antigua Babilonia, en el Beaubourg y en la biblioteca de Corozopando. Creo que tienen derecho a estar celosos y opinar pestes contra mí. Lo que no pueden él y otros, es impedirme el derecho a opinar con este breve libro.

—¿En qué se diferencia tu hipótesis a ciertas afirmaciones especulativas?

—En una sola cosa: que yo dudé de todo, no aseguré nada, investigué y puse en orden una “hipótesis probable”, como afirma Renán Vega Cantor, una autoridad académica incuestionable. Todo el mundo aseguró que lo asesinaron sin mostrar una sola evidencia, indicio, sospechosos, armas, cadena de tiempos, personajes y circunstancias. Nadie dudó de las fisuras en la seguridad presidencial y en el sistema político. Solo Eva Golinger aportó indicios. Hubo morbo y fantasías de lado y lado. Yo salté de la especulación periodística y cuasi periodística a la construcción epistemológica en el sentido de Piaget.

—Aunque tú no eres abogado, pero estás documentado en este menester. ¿Qué debería hacer la Fiscalía General de la República sobre esta denuncia?

—Creo que el camarada Tarek William Saab debería convocar a la diputada María León y a su equipo de expertos abogados al salir esta edición del semanario, para reanudar la tarea truncada en 2014: abrir un expediente para investigar la causa de muerte y los elementos de conspiración que existen. Un científico argentino experto en nanotecnología y simpatizante de Chávez, me dijo que él estaba dispuesto a colaborar. Pero lo tienen que convocar. En Argentina se acumuló buena experiencia forense por la historia de los desaparecidos.

Una sentencia latina se pregunta quid prodest: a quién le interesa. Bueno, yo me pregunto: ¿quién no quiere que no se sepa la causa de muerte de nuestro Comandante?

—¿Consideras que periodistas como Julian Assange o Edward Snowden puedan conseguir pruebas más contundentes del autor intelectual?

—Yo estoy convencido de que sí. Consulté expertos. Me aseguran que tecnológicamente se puede. Si no fueran Assange y Snowden, algún otro hacker podría.

La orden de nano-envenenar al Comandante Chávez debe permanecer en alguna orden presidencial entre 2008 y 2010. Entre el segundo gobierno de G. W. Bush y el primero de Obama. El físico consultado para el libro me asegura que una investigación nano-genética puede conducir hasta el laboratorio, el año, la patente y la marca comercial.

—Aclarar este caso y establecer las responsabilidades del crimen, ¿en qué contribuyen para los dilemas y desafíos de la Revolución Bolivariana?

—Contribuye en lo siguiente: Ninguna revolución o cambio social avanzó jamás sin conocimientos, sin ciencia y estética. Un balance es eso. Yo sé que a los lúmpenes les molestan las evaluaciones, tanto de los programas y presupuestos de gobierno como de los proyectos políticos. Pero hasta que no se aclare esta conspiración y la extraña muerte de un líder que llegó a ser a finales del siglo XX lo que fueron Espartaco o Viriato contra el imperio romano, el pensamiento revolucionario estará intranquilo porque será incompleto. A la derrota del bloqueo y las sanciones le falta la transparencia de un balance científico y la causa de muerte que cambió el curso de la Revolución Bolivariana.

¿Qué habría ocurrido si en 1924 se hubiera descubierto que Stalin envenenó a Lenin, como sostienen algunos autores serios, o que a Camilo Cienfuegos lo mató la CIA porque penetró al primer gobierno de Fidel? El peronismo fue más comprensible desde el día que se supo quienes robaron y secuestraron el cadáver de Eva Perón en 1956 y quienes le cortaron las manos al cadáver de Perón en 1987. La lucha de clases suele estar acompañada de cierta necrofilia, una herencia neolítica llevada al extremo en el siglo XX.

 

Biografía mínima

Modesto Emilio Guerrero nació en Paraguaná en 1955. Es periodista, escritor, cronista y ha ejercido como profesor de Historia y Relaciones Internacionales en la UNDAV. Actual director de ADN Agencia de Datos y Noticias, columnista del diario Tiempo y colaborador de la revista colombiana CEPA.

En 2012 recibió el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca (Crónica) por su libro Reportaje con la Muerte, llevado al cine por los cineastas Pablo Espejo y Silvia Maturana con el título Aunque me cueste la vida. En 2013, le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura Luis Britto García, mención ensayo por la biografía ¿Quién inventó a Chávez?

Ha publicado catorce libros sobre temas latinoamericanos, el fenómeno bolivariano y el Mercosur. Redactó para los diarios Página 12, Miradas al Sur, Tiempo Argentino (Argentina), Aporrea (Venezuela), Rebelión (España), Época (Bolivia) y fue jefe de la sección Política del diario Ciudad Caracas.

 

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