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Vielsi Arias, autora de la columna de Ciudad Valencia "Ciudad Escrita"

Freddy Ñáñez pone a salvo la memoria En otra tierra… En Venezuela todos venimos de otra tierra. Somos un país con un alma y un pasado rural reciente. Somos nietos de los migrantes de principios del siglo XX que cargaron equipaje en mula y mudaron sus casas del campo a la ciudad. Fueron detrás de la promesa del progreso y cambiaron de paisaje.

Hacia 1921, Venezuela era un país rural que vivía de la producción del café, cacao y la ganadería, sin embargo, como consecuencia de la crisis financiera del año 1929 se marca la caída definitiva de los precios de la producción agrícola y se da paso, de manera definitiva, a la actividad económica petrolera.

Juan Vicente Gómez funda  las bases para la consolidación de un capitalismo venezolano,  apoyado en la explotación de la renta petrolera, a través de una política de concesiones a capitales internacionales. Como consecuencia de esta apertura, la relación campo-ciudad se trastocó, de tal manera que el aumento de la población urbana de la época, nos da cuenta de una sociedad que comienza a dotarse de herramientas y cuyo modo de vida gira en torno al petróleo. Se da lugar a lo que Rodolfo Quintero llama “los hombres creole”. Se trata de venezolanos defensores de los intereses de capitales transnacionales, que migraron del interior del país a los campos de concentración económica.

 

En otra tierra-FÑ 2

En palabras de Baptista (2010), Venezuela se constituyó en un Estado capitalista que vive de la extracción del mineral, cuyas bases se establecen en torno a la acción de un Estado por hacer valer sus derechos sobre la propiedad del subsuelo. Ya nos refiere el autor cómo en la primera década (1920-1930) el impacto de la producción del crudo duplicó el ingreso del país (…), así como, el ascenso de la masa laboral asalariada constituyendo el doble de ocupados en relación a la industria de la manufactura (p.133).

La emergencia de los intereses de los distintos sectores de la sociedad civil y el Estado da lugar a la necesidad de generar arreglos en torno a la distribución de la renta. Este acuerdo supone un acomodo histórico donde la sociedad civil se apropia de la esfera económica y el Estado de la esfera política. No obstante, la falta de acuerdos devino en la crisis social y política del siglo pasado que ya conocemos.

Es por esta época que los poetas Joaquín Gabaldón Márquez, Carlos Augusto León y Manuel Felipe Rugeles darán cuenta del impacto de las circunstancias históricas y políticas en el ser del poeta. Así lo refiere Julio Borromé en su ensayo: “Petroleo y destino en un poema de Carlos Augusto León”, en el que menciona la carga telúrica y nostálgica por la pérdida del paisaje, la invocación a la aldea, la tensión entre partir o quedarse, la inevitable expulsión del lugar al que pertenecen y que tienen en común los tres poetas.

Borromé asevera: “Las generaciones tienen una historia, cambia esencialmente, y a este cambio corresponde el movimiento de la poesía”.  Así, los cambios políticos suscitados durante el siglo XX también se harán sentir en la voz poética, la cual deja ver la melancólica errancia, el sentido de extrañamiento, la nostalgia por el paisaje, la sensación de pérdida y, al mismo tiempo, abre la tensión de un sujeto que se afianza en lo que Borromé denomina una ”subjetividad lírica” frente a un sujeto de la enunciación que establece un diálogo con la realidad.

La poesía nos trae el paisaje que dejamos atrás y el tiempo de la Venezuela agrícola abandonada por la promesa del progreso. Los tiempos nuevos irrumpen con sus herramientas y la tierra queda como una añoranza del pasado. Poesía que Freddy Ñáñez recibe como herencia, junto a la voz del poeta Antonio Mora con quienes establece un diálogo y continuidad, pero no en un sentido nostálgico, sino como el propio poeta afirma: “una manera de poner a salvo la memoria”.

Ñáñez vuelve a su aldea, pero no a constatar los vestigios de una localidad atropellada por la violencia fronteriza, un lugar de paso y abandonos permanentes. Vuelve a otra tierra, la de siempre para aferrarse  al “rumor de lo lejano”.

 

Freddy Ñáñez-En otra tierra

 

A este retorno le escribe Freddy Ñáñez en su libro En otra tierra, tema que inicia en su obra Viraje, en la que le escribe a la emigración de los venezolanos, que impactados por la crisis económica de Venezuela (2014-2018), parten de sus tierras buscando mejores condiciones de vida y continúa en este libro. Esta vez Venezuela no recibe migrantes, los expulsa. Así nos dice el poeta:

 

cada quien
según su adiós
pronuncia un nombre

 

Pero Freddy Ñáñez no hace apología de la errancia, propia de los que parten, él carga con lo que fue: el río, la lluvia, el camino, la piedra. Coloca sus pertenencias en el mismo lugar para atestiguar que lo acompañan. Para aferrarse al recuerdo entre lo que se hunde y se eleva en la memoria.

Ñáñez escribe a su propio viaje. A su partida de un pueblo cafetalero del Táchira, que le vio crecer; paisaje del que no quiere escindirse. Para ello acude a Rugeles como refugio para seguir habitando la aldea. Esta morada es una cita intencional para aferrarse al recuerdo que borra la niebla en el camino del viajero. Parece que el poeta no quiere tomar el riesgo de los migrantes venezolanos que han decidido echar a andar, abandonar el deseo y dejar que la distancia los arrastre como un animal de carga.

Ñáñez abre la puerta al lugar que lleva consigo para que no lo alcance el exilio. Vuelve con una máscara vieja y se ciñe a lo que “siempre ha estado allí”. Para ello celebra el paisaje, como un pintor que hace registro a través de una narrativa visual del movimiento de las horas del día. Posiblemente por su cercanía al Haiku y a la poesía Tang, una poesía realista y conectada a la vida. Cuya estética se configura a partir del lugar. Así podemos apreciarlo en su texto:

 

Estación Dorada
Esto que pasa y nos bendice
es el sol de otras
tierras
que en todos los pueblos
tiene un altar
y se detiene
a la misma hora
en cada hombre,
a espantar la distancia,
a empujar la cosecha.

 

El sujeto de su poesía trasciende toda lírica individualista para fundirse en una poesía que enuncia la vida: el nosotros, como una extensión de sí mismo. En la que se celebra el trabajo de las manos y el oficio con el que se funda una aldea. Un modo de vida que se concibe como herencia: un sendero, la cima, el viento, el río y la palabra. En otra tierra, también plantea la dualidad trabajo manual / trabajo intelectual. En tanto reivindica la cultura del trabajo, esa con la que acabó el Estado gomecista y que él celebra como un eco de palabras que regresan. Ñáñez quiere llevarnos de vuelta a la tierra que nos dio la vida. Hecho que podemos apreciar claramente en el texto:

 

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La mano en la pluma, la mano en el arado
En sus manos:
las grietas del arado
En las tuyas:
el peso de la memoria.
La cosecha borrando un cuerpo
Bajo los tuyos:
dos sombras
En la garganta de él:
sólo humus
En tu palabra:
la misma soledad
Su suerte es tu suerte.

 

Ñáñez no tiene extrañamiento por su tierra. No es la nostalgia lo que mueve el sujeto de su poesía, sino la intención de re-significarse, permanentemente, desde la memoria común que lo habita. Es también el arma del poeta para luchar contra el olvido de un sistema avasallante y depredador que quiere robarnos los recuerdos. Ñáñez, desea fundar lo que existe; no quiere que la desesperanza, propia del ánimo de las crisis políticas lo arrope. Para ello desafía la desilusión de una cotidianidad caótica y se aferra a la belleza de un lugar. La aldea de Rugeles, la suya. El poeta quiere fundar, incluso en la ruina, quiere amar más y mejor a su tierra y que toda emigración borra como posibilidad.

Para ello regresa, da un viraje y propone una poesía de lo común. Quiere, como Rugeles, que los pájaros lo sigan esperando en el bosque.

 

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Vielsi Arias Peraza, Valencia, Venezuela (1982), docente egresada de la Universidad de Carabobo (UC) Mención Artes Plásticas. Ha publicado Transeúnte (2005), colección Cada día un Libro, editorial El Perro y la Rana; Los Difuntos (2010), editorial Fundarte, galardonado con Mención Honorífica Premio Nacional Estefanía Mosca; Los Difuntos (2011), reedición del sistema de imprentas regionales de Carabobo; La Luna es mi pueblo (2012), editorial El Perro y la Rana; Luto de los árboles (2021). Ha publicado también en distintas revistas nacionales literarias y académicas como: Cubile, A plena Voz, Revista Estudios Culturales UC, entre otras. Actualmente coordina la Plataforma del Libro y la Lectura del Ministerio de la Cultura en el estado Carabobo.

 

Ciudad Valencia / Foto de la autora por Luis Felipe Hernández