La total usencia de diversiones y e buen ejemplo de los mayores determinaban que, una vez cumplidas las tareas escolares, los zagaletones del primer cuarto de siglo pidiésemos invertir las primeras horas de la noche, entre 7 y 9, en lo que se denominaban «juegos de esquina», tales como «la concha» o «guarimba», el «libra’o» «la candelita» y el que no hemos podido olvidar por su impresionante modus operandi: EL GUATACO!
Insisto en lo de «el buen ejemplo de los mayores» porque ellos se cuidaban muy bien de no dejar que los muchachos pudiésemos dudar de su correcto proceder.
De hecho, cualquier persona mayor podía reprendernos en caso de que nuestro comportamiento pudiese no estar acorde con las buenas costumbres, en el sentido de proferir «malas palabras» o irrespetar de alguna forma a alguien.
El irrespeto era por consiguiente, motivo de censura y nuestros padres concedían autoridad a vecinos y amigos, para tomar iniciativa en lo concerniente en la aplicación de correctivos, que naturalmente se hacía de palabra y no por otras vías.
Recuerdo que muchas veces nos sentimos protegidos cuando alguna persona mayor preguntaba:
– Y, ¿Usted que hace por aquí a estas horas? ¿Dónde vive?..
– Esta es la hora de estar en su escuela..!
O bien cuando nos bañábamos en el río Cabriales:
– No se tire de esa piedra que es peligroso!
Y algunas veces, una orden terminante:
– Jovencito:… se me va para su casa ya..!
Era corriente escuchar este tipo de increpaciones, pero dichas con respetuosa autoridad y que los muchachos inteligentemente solíamos obedecer.
– Si sigue tirando la pelota le voy a poner «preparo»…!
– Señora, póngale preparo a su niño por que lo encontré jugando en una zanja, y se estaba montando en una pared alta!..
Y es que el tal PREPARO… no era cosa de juegos! Por los regular, una fuerte reprimenda, acompañada de unos cuantos latigazos por la canillas que dolían un poco al principio, pero de efecto casi infalible, lo caracterizaba.
– Le voy a «echar cuero» para que no lo vuelva a hacer!
Mágica «poción» que hoy día, los «eruditos» denominan algo así como » maltrato físico». Sin detenerse a pensar en sus bondades.
Nunca supe de algún compañero que hubiese enfermado o sufrido trauma alguno por haber recibido unos cuantos correazos.
Como dije antes, por las noches, después de las tareas, nos era permitido jugar «las cuatro esquinas» o «el escondío»…
Pero el más interesante y educativo era el de GUATACO POR LAS OREJAS!!!
Después de establecer mediante un sorteo quien daría inicio al dichoso jueguito con carácter de «juez», se le dotaba de un cinturón fuerte que asía por la hebilla, mientras cada uno de los jugadores se agarraba de la correa como participante.
El juez describía una fruta:
– Es verde por fuera y blanca por dentro…!!!
– La guanábana!!!
– Espérate vale, que no he terminado…
– Claro, chico, déjalo que termine de hablar!!!
Viendo las caras de los «guataqueros» el que hacía de juez rebuscaba mentalmente entre varias frutas, deteniéndose para dar con las más difícil de adivinar.
– Es redonda y tiene pequeñas manchas marrones!!!
– Y ¿Cómo de qué tamaño es?
– Como una naranja, ni más ni menos. Hay de varios tamaños.
– La batata… la batata…!!!
– No seas bruto vale, la batata es raíz, no una fruta… ¡cónchale! ¡que difícil! No es guanábana, ni cambur!!!
– Yo se cuál es!!! La Patilla!!!
– La patilla es roja!!! Piensen muchachos, piensen..!!!
– Si eso no es guanábana, ni parchita… ¿no será «caimito»?
Salíamos todos a la carrera, para no dejarnos alcanzar por la correa terrible del adivino castigador, quien implacablemente perseguía a cada uno, para caerle a correazos!
De repente, cuando el perseguidor y los perseguidos estaban lejos, el juez gritaba a todo pulmón: GUATACO POR LAS OREJAS!!!
Era el grito de guerra del indio guaiquerí poblador de la región presumiéndose que de allí provenía el «guataco».
Lo cierto es que, al dejarse oír el grito, se invertían los papeles y los perseguidos eran perseguidores; los que habían recibido castigo tenían derecho a tomar por las orejas al jugador y casi a rastras lo traían frente al juez.
Era el castigador castigado. Remolcado prácticamente a la recia presencia del juez, debía entregar el cinturón mencionado el nombre de la fruta. Allí comenzaba una nueva tribulación para el jugador, ya que con tantos jalones de oreja, la memoria fallaba…
– Piña, lechoza, patilla!!!
– Nooo!!!
– Cónchale..!!! ¿Cuál era? Suéltame la oreja vale!!!
Las reglas del juego, disponían que, hasta que no se escuchara el nombre de la fruta, no se debía «soltar» la oreja…
– Suéltame, carrizo, me la vas a arrancar?
– No lo suelten hasta que no diga…!
-Ah… ya… ¡Cónchale!, es CAIMITO..!
Ahora le tocaba al castigador castigado hacer de juez y con aquellas orejas luciendo una rubicundez dolorosa, se enfrentaba a los demás jugadores, sobándose los apéndices auriculares, pero sin rencor no amargura, porque era tan solo… un juego.
Si algunos se enfadaba por haber recibido excesivo castigo, no faltaba quien le espetara en forma azás burlona:
– Guá vale..! Te vas a poner bravo? Lo que es igual no es trampa!
Así transcurrían las apacibles noches del eterno verano de nuestra querida vieja ciudad… Con los juegos de esquina que por el ejercicio practicado, nos mantenían saludables, despiertos, ágiles de mente y sobre todo, alejados del vicio y la lujuria que tanto afectan a los jóvenes de hoy.
Pienso, sin temor a equivocarme, que con esas prácticas, casi desaparecidas, pudieron obtenerse, a lo largo de los años en nuestra Valencia, los talentos que nos han llevando a ser una ciudad ejemplar, porque en vez de recibir el mensaje fatal que hoy nos proporcionan los depredadores de la moral, con su carga de ruindades, nuestros progenitores cuidaban de que el desarrollo físico y mental fuese excelente, aunque tuviésemos que soportar de vez en cuando aquel: «GUATACO POR LAS OREJAS»…!
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Carlos Delgado Niño nació en Valencia el 2 de septiembre de 1928, locutor, publicista, radiodifusor y periodista. Fue profesor de teatro, docente cultural, humorista, actor, escritor, cronista, libretista, poeta, cantautor y compositor.
Estuvo siempre ligado con el mundo del espectáculo en la ciudad siendo organizador del «1er Festival de la voz y la canción juvenil» en el año 1973 y «Valencia le canta a Valencia» en 1996.
Fue también director de varias estaciones de radio, productor radial y escritor de programas radiales cortos, novelados, y noticieros entre otros. Co-fundador de la Escuela de Teatro José Antonio Páez en Guanare, Portuguesa, y miembro de la Asociación de Escritores de Carabobo.
Falleció el 17 de noviembre del 2012, en su vivienda, rodeado del cariño de sus familiares y amistades más cercanas.
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Ciudad Valencia