¿Tus heces fecales no te piden permiso para salir? ¿Te sientes inferior al resto de la humanidad porque eres un ser diarreico en extremo? ¿Te gustan los granos, los helados, la comida chatarra, pero la diarrea te lo impide? ¿Quieres recuperar peso, y la diarrea te sorprende justo cuando lo estás logrando? ¿El hecho de que eres un gran donador de evacuaciones fecales ha sido motivo de disgusto con tus parejas? ¿Te has visto obligado a ocultar esta verdad esencial de tu vida? Bienvenido (a) al mundo de la mierda líquida, de los intestinos delicados, del colon irritable, bacterias y, que vivan los estíticos.
Nota: absténganse de leer este artículo los miles de niños que mueren anualmente por diarrea en el Continente Americano; todos los barrios a los que jamás llega agua potable, lo cual permite que se modifique el dicho: el agua es vida, no la privatices.
De la diarrea y sus alrededores
A veces hay un hermoso tiempo, con tanto sol que hasta molesta en los ojos y en la piel; pero repentinamente se apresuran unas nubes grises, se oscurece todo el ambiente y cae un fortísimo aguacero (aquí en mi país, le decimos palo de agua); las calles se rebosan, las matas se doblegan, los pájaros huyen y la vieja está en la cueva. Así mismo suele ocurrir en el estómago de un ser diarreico: se cuida de no comer algo que le caiga mal; el estómago ni suena, no hay vientos cercanos, hace un excelente clima interno; de pronto, sin saber cómo, se escuchan truenos, hay un revoloteo de gases y aguas, estas presionan con fuerza las compuertas de salida y son capaces de doblegarlas en cualquier sitio y a cualquier hora. Huyen los buenos pensamientos, se devastan la flora y la fauna de tu paisaje estomacal; se dispersa la ética, y la moral se reduce a una pujanza que se aproxima.
El sistema de drenaje parece, en ciertos momentos, que no ha abandonado su naturaleza autónoma, esa con la cual nació para que el sistema educativo la eduque y la controle. Lo cierto es que, como la diarrea es imprevista, no se planifica, todo ser diarreico ha dejado sus muestras dispersas por la ciudad: montes, rincones, calles, paredes y casas abandonadas, seguro han sido testigos de sus derrames mierdísticos.
Afirma Federico: “Siempre recordaré aquel día que salí con mi hija, andábamos de lo más normal; ella se dirigía a su trabajo; yo debía comprar algo en un supermercado muy cercano a un Mac Donald. Yo tenía rato venteando, el descampado me ayudaba a alejar el mal olor; temía que se hiciera realidad el famoso dicho de nuestro pueblo: después del peo, viene la… Había muchos locales comerciales abandonados o cerrados, a causa de la crisis económica; de pronto, volteo hacia mi hija y le digo: “¡Hija, me cagué! La risotada no fue normal, aunque en medio de sus convulsiones hilarantes, me ayudó a buscar una solución. Ella tenía varias servilletas en su cartera; yo no hallaba dónde meterme. El basurero más cercano era demasiado abierto, sin zonas emboscadas para ocultarse. Mi hija andaba buscando un sitio. Yo estaba parado, haciendo un esfuerzo para no expulsar más nada. Ella se acercó y me dijo: “Papá, el Mac Donald está solo, no hay nadie trabajando”. Fuimos lentamente, yo me dirigí hacia la parte de atrás; conseguí una bolsa plástica que se llenó de mis argumentos; luego metí las servilletas y les dejé ahí una Mac cagada con bolsita feliz”.
El estítico solo tiene a favor la cantidad de alimentos que come sin que nada le haga daño: mango con whisky, caraota con torta de chocolate… El estítico solo tiene una vaga idea de esa persecución que va siempre en la retaguardia y en el fuero interno del ser humano que ha sido marcado entre los elegidos para compadecer ante su propia esencia interna.
Diarrea: un escenario muy común
Hay que ponerse en los intestinos del otro para saber qué significa aguantar una tormenta de estiércol humano a través de largas distancias; porque cuando esto ocurre la noción del tiempo y el espacio se trastocan: todos los trayectos son eternos, cualquier segundo es una infinita vereda que no termina jamás. ¡Cómo se anhela una poceta, un excusado, un brocal inesperado surgido como por magia divina cuando ya no hay forma de detener la avalancha de aguas putrefactas! Casi siempre, al llegar a casa, no encuentras la llave de la reja, se te pierde, se evaden de ti, se desplaza en el amasijo metálico que tintinea y da vueltas y vueltas –como si ya tuvieses las manos llenas de ssss– sin que aparezca la única salvación en ese valle de lágrimas que has recorrido con las nalgas apretadas y el ano compungido sin saludar a nadie, sin sonreír ni estornudar, porque cualquier movimiento, por mínimo que sea, significaría la mayor de tus vergüenzas: sentirías chorrear por tus piernas el almuerzo anterior convertido en una ingrata afluencia de cloaca.
Pero sí, diste al fin con ella y abriste la puerta; ¿y con qué te consigues en el interior de tu casa?, pues, nada más y nada menos que con tu cuñado charlando plácidamente con tu esposa; los dos allí tomando café, y tú debes disimular, detener la prisa, saludar con la lengua decente y el culo apretado, intentando ser cordial con un tipo que sabes que es una grandísima plasta y, de darse cuenta, pronto lo colocará por todas las redes sociales y te llenarás de miles de “me gusta” y burlas y grandes carcajadas con emoticones exagerando aún más tu estadía en el infierno.
Tu mujer comprende de inmediato que te está pasando algo, ya sabe que puede ser una emergencia y se olvida del hermano y te dice con cara de angustia: “¡Mi amor!, ¿te sientes bien?, ¿comiste algo en la calle que te cayó mal?”. Y el cuñado ladea su sonrisita socarrona y ya sabe por dónde vienen los disparos; pero tú, haciendo un último esfuerzo respondes: “No mi amor, no ocurre nada, es este calor que está haciendo. Ya sabes cómo se tarda el transporte en pasar. Imagínate, me vine caminando desde la esquina del semáforo que está en tal y tal…” Y en vez de ir al baño, vas a la cocina, abres la nevera y, error de errores: bebes agua. Sientes caer fuertes torrenteras parecidas a inmensas cataratas, los gases van y vienen por el aumento del nivel de la marea: “Ya vengo, me voy a echar un baño para quitarme este calor…”.
No has engañado a nadie, lo entiendes, pero fue la mejor salida que pudiste idear. Una vez en el baño, comienza el verdadero viacrucis para excretar los chorros y no se escuchen los bullicios allá en la sala. Te pones a cantar, a mover la papelera, a romper los chorros, sale, corta, sale, corta y así se va disolviendo el mal tiempo y la vida te vuelve a sonreír. Pero al levantarte de la poceta, te percatas de que no todo cayó dentro de la misma, y ves desde la puerta del baño un camino de agua amarilla con vetas marrones y verde lechuga; debes limpiar todo eso y, además, buscar desinfectante, y algo que huela bien. Las paredes internas de la poceta, así como parte de la superficie, también lucen tus evidencias, las manchas del delito. Entonces, escuchas desde la sala: “Cuñado, si ya terminó me avisa que tengo que botar algo que usted no puede botar por mí…”.
La diarrea: característica de todo ser creativo
Este subtítulo ya es un consuelo; pero de pana que no me imagino a Leonardo Da Vinci deteniendo su proceso creador, cada diez minutos, para ir al baño, defecar y al mismo tiempo no proyectar en su Mona Lisa el gesto de su ingrato placer; ni al gran Miguel Ángel colgando del techo de la Sixtina y dejando caer sus pinceladas de óleo intensamente intestinal. Mucho menos a Dante caminando apurado esos círculos infernales buscando un recoveco para espetar sus sustancias de tinta pura y no ser descubierto por Satán; o a García Márquez atravesando la ciénaga para ir a descubrir el antidiarreico más avanzado de la época y llevarlo a Macondo en manos de Melquíades y así detener los continuos sismos de tierra que producen el amor y la diarrea en tiempos del cólera. Sin embargo, tienes libertad de creer que eres un ser creativo y, por ello, la mierda no te deja tranquilo.
La ecuación sería la siguiente: nerviosismo-colon-irritable-diarrea; perfecto. Atiende a tus nervios para que disminuya la frecuencia de tus deposiciones. Mantén una dieta saludable y dedícate a expresar tus grandes dotes artísticas o, por el contrario, renuncia al arte, ya que estás eliminando la causa real de tu creatividad. La fórmula sería la siguiente: mayor creatividad-mayor cantidad de heces. Si tienes en mente el premio Nobel de literatura; no solo debes dedicarte a escribir, sino a comer para evacuar (Federico lo llama “ensuciar”) hasta que pierdas el aliento; incluye en tus comidas muchos granos mezclados con maní, huevos sancochados, merengadas, mantecado, chocolate, mangos, ciruelas pasas, remolacha…, ese premio es tuyo compadre.
El amor en tiempo de diarrea
Si tú descargas con mucha facilidad es porque te cargas con mucha facilidad (guao, parece que estuviese leyendo un signo zodiacal); pero es cierto, puede ser que, en tu hogar, tú seas la víctima, el cordero que todos los demás sacrifican a diario, y eres el soporte económico, digieres los problemas de tus hijos, los de tus hermanos, la abuela grave, el amigo que te viene a pedir prestado; en fin, toda una bandeja bien repleta de platos exquisitos y estresantes. Y tú no dejas residuos, todo lo engulles y, además, sonríes satisfecho.
Signo de vitalidad amorosa es soportarse las cochinadas: arrojarse pedos sin pena, uno a otra y viceversa; y padecer una diarrea inclemente recibiendo ayuda oportuna del amor de tu vida. Dice Federico:
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“Yo he sido humillado por las diarreas incontable veces; yo he defecado aguas ácidas más de veinticinco veces en un solo día. He tenido que lavarme con bicarbonato, sal, agua de llantén; echarme agua fría, cremas de todo tipo; hidratación con zumo de zanahoria, manzana; pastillas específicas; limón, guayaba, plátano verde, agua de arroz quemado, antibióticos; pero nada detiene a mis evacuaciones. Solo después que mi colon se libera de lo que le estaba estorbando, empieza un lento proceso de mejoría; pero he quedado débil, sin ánimos, mareado y, sobre todo, humillado. Porque es tanta la piel anal devorada por el ácido que, tu no quieres volver al baño, caminando abierto, con mucha crema fría en el orificio anal, el cual, si lo pudieras ver con un espejo, estaría idéntico a una flor de cayena: rojo y abierto; lloras, gritas, te quejas; pero, no hay misericordia, vuelves a descargar tus corrientes de agua mala y sigues padeciendo. Mi esposa sufre junto conmigo, se esmera en atenderme, me pasa esto, aquello, lo otro; yo la entiendo, pero en la madrugada no puedo ni levantar la sábana para arroparme. Entonces me manda a dormir para el sofá. A veces me pregunto: y cuando estemos viejos, ¿quién limpiará a quién?”. Conseguir una mejor descripción es imposible, gracias Federico.
Te juro que quería dedicarle una parte de este post a los estíticos, pero me arrepentí, prefiero dejarlos con sus felicidades bien endurecidas, recorriendo libres y alegres todo el tránsito intestinal.
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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.
Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).
Ha publicado:
En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).
En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).
(Tomado de eldienteroto.org)
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