“La guerra de los discursos políticos” por Christian Farías

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Comencemos por decir que la guerra es la negación de la paz y la vida; la libertad y la cultura, el trabajo y el desarrollo, la convivencia y el progreso. Toda guerra equivale a destrucción y muerte, venganza y más muerte; heroísmo y desgracia, llanto, dolor, traumas, terror, miedo. La guerra es la continuidad de la lucha política a través de la violencia armada con el propósito de destruir y someter al adversario.

La organización internacional llamada Médicos sin fronteras (https://www.msf.es/quienes-somos) afirma: “Cada año permanecen abiertos en el mundo más de 30 conflictos. Desde principios del siglo XX, el impacto directo de las guerras en las poblaciones civiles se ha ido agravando”. El subrayado es nuestro para destacar la relación directa y sistémica entre el incremento de los conflictos internacionales y las guerras con la expansión del poderío económico, financiero y militar imperialista de los Estados Unidos de Norteamérica.

Efectivamente, desde los inicios del siglo XX, Estados Unidos superó el poderío económico-financiero-tecnológico y militar de todas las potencias imperiales de la vieja Europa (Inglaterra, Francia, Alemania, España, Italia) y se posicionó como la principal potencia financiera, industrial y militar que alimentó las dos grandes guerras mundiales escenificadas en la vieja Europa y, además, la cadena de guerras civiles e invasiones impuestas en Asia, África y América latina y el Caribe.

La inteligencia macabra y perversa del aparato ideológico de Estados Unidos fabrica y le impone al mundo entero sus mentiras mediáticas, sus discursos políticos para generar odios, conflictos, guerras, crisis, traumas, desmoralizaciones, traiciones, y demás desengaños entre los pueblos sometidos a la ignorancia y las vanguardias revolucionarias dogmáticas y tristemente entrampadas en las estrategias de dominación y control ideológico, en manos del imperio.

El crítico y muy lúcido intelectual y escritor uruguayo Eduardo Galeano acuñó sabiamente la frase: “El mundo al revés”, para poner en evidencia lo que hoy llamamos la guerra de los discursos, fomentada y alentada por el imperio norteamericano en su actual fase de decadencia y desenmascaramiento.

Hoy podemos decir que la mayoría de nuestros pueblos conocen, saben y critican esa vieja política hegemónica y criminal del imperio. En consecuencia, el aparato ideológico y mediático de Estados Unidos fabrica y pone en marcha montones de discursos políticos de realidades generadas e inventadas, por ellos mismos, para generar confusiones, incertidumbres, desmoralización, desencantos y caos hasta destruir y luego reconstruir.

Vale recordar que Estados Unidos no solo propició; sino que fabricó, alimentó y direccionó la segunda gran guerra mundial. Pero, en verdad, esa no fue realmente una guerra mundial, sino una guerra estrictamente europea y programada para dos grandes bloques: Inglaterra-Francia-Rusia Vs Alemania-Italia-España. La democracia y la libertad capitalistas contra la dictadura y el fascismo, también capitalistas.

Deducimos, entonces que esa jugada de Estados Unidos se corresponde con el algoritmo “divide y vencerás”, como en efecto sucedió. Europa quedó dividida y destrozada por esos años de guerra y una vez culminada, el presidente de Estados Unidos le ofreció y puso a andar el famoso Plan Marshal

Siguiendo el sitio (https://elordenmundial.com) “El Plan Marshall fue ideado por el Gobierno del presidente Harry Truman (1945-1953), durante cuyo mandato empezó la Guerra Fría. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la URSS empezaron a rivalizar por extender su influencia global. Truman lanzó la llamada doctrina Truman, que consistía en apoyar a los países de Europa occidental para evitar la expansión soviética por el continente. La doctrina se inauguró en 1947 dando apoyo militar a Grecia y Turquía, dos países en los que la URSS trataba de influir”.

El aporte financiero que Truman le concede a la vieja Europa para recuperarse de la destrucción causada por la guerra, consolida a los Estados Unidos   como el nuevo poder superior a la tradición imperial de la vieja Europa y además, la somete a sus designios y hegemonía, en el nuevo contexto de la llamada “Guerra Fría” (confrontación competitiva entre USA y la URSS) y el llamado “Equilibrio del terror”, polarizado por las dos fuerzas destructivas: la OTAN comandada por USA y el Pacto de Varsovia de la URSS.

De esa manera, Europa quedó entrampada en las garras de Estados Unidos; y hoy, las naciones europeas están en su peor momento de crisis económica, social, política y cultural en un contexto de decadencia moral y espiritual; vale decir, nuevamente destruida por sus corrompidas ambiciones; y la maldad compartida con Estados Unidos contra el resto del mundo.

Como parte de esa estrategia, el Plan Marshall sirvió para la reconstrucción de los países de la Europa occidental y frenar a la URSS. El plan tuvo resultados satisfactorios: el Reino Unido, Francia o la República Federal Alemana ya habían reactivado e industrializado sus economías en 1951. Además, una vez se recuperaron, estos países se unieron al bloque capitalista y a la OTAN, aliándose con Estados Unidos durante la Guerra Fría.

En la historia de los Estados Unidos, está la huella indeleble del principio perverso y hegemonista de “divide y vencerás”, que  “se refiere a una estrategia que rompe las estructuras de poder existente y evita la vinculación de los grupos de poder más pequeños. Podría ser utilizada en todos los ámbitos en los que, para obtener un mejor resultado, es en primer lugar necesario o ventajoso romper o dividir lo que se opone a la solución o a un determinado problema inicial” (Ver: https://es.wikipedia.org).

Como referencias históricas, es bueno tener presente “las máximas latinas divide et impera (pronunciado: dívide et ímpera, «divide y domina»), y sus variantes: divide et vincesdivide ut imperes y divide ut regnes, ​ fueron utilizados por el gobernante romano Julio César y el emperador de Francia, Napoleón.” (Idem). ​

Es pertinente agregar que, luego de finalizada la segunda guerra, “El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó la primera de dos bombas atómicas sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, matando a más de 70.000 personas al instante. Una segunda bomba siguió tres días después sobre Nagasaki y mató a 40.000 más” (Ver: www.google.com)

Es pertinente advertir que en toda guerra, las fuerzas enfrentadas tienen pérdidas; y la vencedora es una sola que, en general, se impone como el nuevo poder; sea para el Bien o para el Mal. Las guerras activan y ponen en marcha la capacidad de resistencia, la imaginación y la creatividad para reinventar la salvación y continuidad de la vida, compartida en la misma desgracia de la guerra.

Toda guerra equivale a muerte y destrucción. Tanto la guerra política como la militar, la mediática, la económica, las armadas o desarmadas. Desde esta perspectiva, es válido decir que las guerras de los discursos, se activan y orientan como antesalas de la guerra a plomo limpio. La guerra de los discursos es destructiva de la moral y la ética de las fuerzas enfrentadas.

Los países forman regiones dentro de un mismo continente, como espacios geo-históricos y socio-culturales, con base en tradiciones e intereses comunes para alcanzar, obviamente, mayores fortalezas que apalanquen y garanticen mejores niveles y alcances de sus respectivos procesos de desarrollo económico, social, cultural, compartidos en términos beneficiosos para todos.

Estos procesos se pueden concebir como resultados de la dinámica de la historia natural del ser humano y de los pueblos. Pero, más allá de esa visión simple y reduccionista, estamos obligados a construir una valoración crítica, dialéctica, sistémica y desde la complejidad de la naturaleza misma de los procesos históricos de la modernidad y de la actual fase neoliberal globalizada en crisis de decadencia.

Desde la perspectiva historiográfica, podemos entender mejor lo que sucede en este tiempo de tempestades naturales y socio-culturales del ecosistema del capitalismo imperialista global, por un lado; y, por el otro, las conmociones sociales, guerras y desequilibrios de los macrosistemas históricos-socio-culturales y geoestratégicos de la civilización mundial, multiétnica y pluricultural.

La historiografía se nos presenta con dos definiciones. La primera se concibe como el “Conjunto de técnicas y teorías relacionadas con el estudio, el análisis y la manera de interpretar la historia”, lo cual indica la validez de las diferentes perspectivas teóricas y metódicas, tales como el positivismo, el funcionalismo, el estructuralismo, la hermenéutica, la dialéctica materialista, sistémica y compleja, etc.

Igualmente, se afirma que «según los estudiosos, la historiografía moderna persigue un estudio objetivo de la historia», es decir, más científico, pragmático, materialista, dialéctico; y no meramente narrativo y documental. Mucho menos, la visión idealista o metafísica, que anula o minimiza la verdad del protagonismo histórico de los pueblos, su validez, su significado y ejemplaridad para las nuevas generaciones del presente.

La segunda definición dice que la historiografía “es el estudio bibliográfico y crítico acerca de los textos escritos sobre historia y sus fuentes, así como de los autores que han tratado estas materias”. Esta definición responde a las perspectivas meramente documentales y valorativas de la historia que, a su vez, responden o están vinculadas a determinados intereses ideológicos, políticos, económicos o culturales de factores o fuerzas del poder establecido.

A partir de estas consideraciones metódicas que, de alguna manera son útiles para contextualizar y sustentar el análisis socio-político del actual momento histórico, consideramos que, en esta etapa del proceso revolucionario bolivariano, nos encontramos con múltiples manifestaciones y escenarios de la guerra bipolar multiforme entre las fuerzas Bolivarianas del Bien y las fuerzas pitiyankis del Mal.

Esa es la primera y principal, determinante y decisiva, contradicción histórica del proceso revolucionario bolivariano. A partir de esa contradicción, surgen y se propagan todas las demás contradicciones que han golpeado duramente la vida y el bienestar social del pueblo que somos.

Recordemos una vez más que, desde el momento histórico en que el comandante Chávez convocó al Poder Constituyente de 1999, para la elaboración de la nueva Carta Magna; el enemigo imperialista, sus lacayos y los quinta columnas, no han cesado en sus planes criminales de eliminar nuestra actual Constitución y destruir la patria que fundaron originalmente nuestros libertadores y que hoy, nosotros estamos reconstruyendo con sus bases originales para la libertad, la independencia, la soberanía, su moral, su ética y su estética para lo grande, lo hermoso, lo digno, lo sublime y lo bello.

En el contexto de estas realidades históricas, ubicamos el tema actual de la guerra de los discursos políticos, con base en dos perspectivas radicalmente opuestas: la de la praxis moral y ética, por un lado; y la de la mala praxis, por el otro.

Es necesario decir que el discurso político tiene su legitimidad, su validez, trascendencia y legalidad constitucional, solamente cuando está sustentado en una moral y una ética incuestionable. Es decir, que responde a los valores reales y concretos de las comunidades y del pueblo todo (la moral), así como al Bien Supremo de la nación y de ese mismo pueblo (la ética).

En cambio, el discurso político que carece o no da muestras prácticas, concretas y reales de estos valores, es lo que se denomina en términos médicos, “una mala praxis” porque está muy alejada del Bien, que es el valor moral y ético supremo de la condición humana.

En las ciencias de la salud, cuando un médico no realiza un buen diagnóstico al paciente que le llegó todo enfermo, con varias molestias e irregularidades en su organismo; y sólo se remite a una breve y rápida observación, acompañada de preguntas rutinarias que el paciente responde de manera superficial; y finalmente, el médico ordena un tratamiento, cuyo resultado final es peor y el paciente muere, surge la acusación inmediata de “mala praxis” y, en consecuencia, el médico va a la cárcel o al aislamiento y ruina de su desempeño profesional.

Eso mismo es lo que ha ocurrido, ocurre y seguirá ocurriendo en el terreno de la lucha y la confrontación política por el liderazgo, por el control y conducción de los poderes del Estado, en nuestro país.

Debemos decir, con absoluta responsabilidad, que desgraciadamente la corrupción, acompañada y sustentada o protegida por el burocratismo y la ineficacia, representan hoy la peor y más peligrosa amenaza de “mala praxis” que debilita y fractura la solidez y la fortaleza del proceso revolucionario bolivariano.

El discurso y la praxis de la revolución bolivariana debe y tiene que ser un solo paradigma, unido, coherente y cohesionado, en una sola praxis de decencia y eficacia moral y ética, ejemplar ante el pueblo y el mundo; e irreductible y severa frente a los enemigos del pueblo, de la patria y de la revolución.

El discurso de la revolución debe y tiene que ser no sólo verbal, sino moral y ético, como un todo orgánico y eficaz a favor del Bien como valor supremo de la naturaleza humana y nuestra condición de revolucionarios bolivarianos y chavistas irreductibles. He allí el sustrato de nuestra praxis revolucionaria

El presidente Nicolás Maduro dio el primer paso estratégico y trascendental, cuando recientemente desmontó la banda de corruptos, infiltrados y ladrones, de nuestra principal empresa petrolera: PDVSA, comandados por el exministro Tarek El Aisami, de figura y forma de ser enigmática, impersonal e impertérrito.

Esta primera acción certera y eficaz contra la corrupción dentro de la revolución es, si se quiere, el golpe de timón más certero y eficaz en toda la línea, para el fortalecimiento ético y moral del proceso revolucionario bolivariano. Es sin duda alguna, un modelo a aplicar en todos los escenarios de la inmensa y compleja estructura del Estado venezolano y del gobierno nacional, regional, municipal y parroquial.

 

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El año pasado, la renovación de las UBCH, como la estructura de base más estratégica del PSUV, fue un éxito extraordinario que puso en evidencia el protagonismo del Sujeto histórico de este proceso, encarnado por el pueblo y sus dirigentes naturales, orgánicos, bolivarianos, populares y revolucionarios.

Hoy el tema de la guerra de los discursos políticos, nos invita y exhorta a fortalecer la formación política bolivariana, chavista, socio-cultural y metódica, asumir plenamente la defensa de nuestras cuatro armas estratégicas fundamentales: 1.-LA CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA, 2- EL PLAN DE LA PATRIA  3.-LAS LEYES DEL PODER POPULAR y 4.- LA  PRAXIS MORAL Y ÉTICA HASTA  DERROTAR Y ACABAR CON LAS  MALAS PRAXIS SOCIO-POLITICAS ANTIPOPLARES.

 

Christian Farías / Ciudad Valencia