La odisea del creador… La acción creadora podría describirse como un estado de levitación física y espiritual, donde la mayoría del tiempo el artista, de manera inconsciente, se abraza, se besa y se conecta con cada una de las disciplinas artísticas encontradas dentro de las bellas artes.
Éstas como hecho divino se convierten en un solo cuerpo, casado, atado en sinergia, donde el creador vive y siente el instante desde otro tiempo y espacio. Tal vez por esa razón muchos de los personajes más importantes dentro de la historia cultural universal dejaron plasmado, entre frases y reflexiones, cómo cada una tiene en su ADN partículas celulares de las otras. Por ejemplo, para Leonardo da Vinci “la pintura era como poesía muda y la poesía pintura ciega”.
Particularmente siento y creo que el acto creativo del pintor está inmerso en una puesta en escena, un ritual mágico que comienza por la búsqueda y composición de los materiales e instrumentos que va a utilizar, la vestimenta con aquella franela o pantalón lleno de pintura, el café, la música que ambientará el momento y algunos libros sobre la mesa junto al boceto previo.
La acción creadora en sí es un acto poético, donde el pintor o pintora van danzando con la melodía y el ritmo de pinceles y espátulas que gruñen junto al sonido silencioso del pigmento chorreándose el lienzo. El pintor y la pintora cantan, gritan con el trazo y el gesto, sienten y viven a través del color, la forma y la textura. Es decir, cantan sin voz, bailan con sus armas, actúan sin público, crean melodías sin guitarra ni tambores, recrean poesía sin palabras, componen sin cámara y esculpen con su lápiz.
Pero a pesar de creer que al culminar dicha levitación ha finalizado nuestra acción creadora y con ella la obra como acto poético consumado, estamos muy equivocados pues es aquí donde comienza la segunda parte de dicho proceso, la cual denominé como “la odisea” de todo creador. Porque parte del trabajo del artista es impulsar a su obra al dialogo y la confrontación en los distintos espacios expositivos, y en este punto recuerdo las sabias palabras de uno de mis maestros, a quien respeto y admiro muchísimo, el comisario, curador, docente y promotor cultural venezolano, a nivel nacional e internacional por más de 35 años, Aquiles Ortiz, cuando me dijo en una oportunidad: “Penélope, el artista no expone, se expone”.
Es necesario comprender y apropiarse de esta narrativa de “exponerse”, y es que tan solo para posicionarte en ese dialogo y confrontación dentro de alguno de esos espacios como: Salones de arte, galerías, Museos, concursos, muestras individúales y colectivas a nivel nacional e internacional, no solo requerimos de una buena técnica, un lenguaje plástico propio, un discurso narrativo sólido, sino del costo y traslado de la obra; sí, del costo y traslado de la obra.
Creo que al principio ningún artista tiene idea de lo que implica, a nivel físico, mental, logístico y económico, esta fase de la acción creadora, porque claro que sí es parte de dicha acción, pues nos reinventamos y seguimos creando, improvisando y gestionamos nuevas técnicas en cuanto a logística para lograr que nuestra obra llegue a su destino final sin ningún problema, y es por eso que hoy narraré parte de lo que fue mi última odisea.
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Recientemente un gran artista llamado Ángel Vargas, su pareja y yo nos decidimos a aventurarnos a trasladar nuestras obras al estado Aragua, con la meta de poder participar en un salón de arte bastante reconocido e importante de dicha ciudad.
Claramente el primer desafío era realizar las obras que cumplieran con las bases de dicho salón, luego coordinar el día y la hora de partida para llegar a tiempo a la recepción, aquí lo fundamental es el cuidado de la obra, su embalaje, y eso implica la compra de distintos materiales como cartón, bolsas negras, tirro, papel protector, etc., buscar el mecate para montar la obra en el techo del carro, amarrarla y sujetar bien, es decir, la primera fase de la odisea.
Luego de ya instalada la obra de Ángel en el techo de su carro, junto a su novia salen rumbo a buscarme, allí yo los esperaba con una obra que media aproximadamente 134 x 65 cm, debo destacar que dicha pieza la trasladé en mi cabeza desde la biblioteca Feo La Cruz hasta la Av. Cedeño de Valencia; por supuesto, haciendo distintas paradas porque pesaba bastante, y en medio de la espera, sin previo aviso, comenzó a caer un palo de agua, sí, un mega palo de agua.
Mi obra no estaba embalada perfectamente, ya que venía de otro lugar, y como todos ya sabemos, aunque uno entregue la obra con todas las especificaciones de embalaje, al regresártela literalmente la entregan sin ninguna protección, sin embargo, logré cubrir con cartón buena parte de ella, pero no era suficiente para protegerla de aquel aguacero imprevisto, hasta que logre llegar a un refugio de moto taxi, prefiriendo mojarme yo que mi obra, claro está.
Sin saberlo, y ya un poco desesperada porque Ángel no llegaba después de casi tres horas esperándolo, al llamarlo su novia me comenta que él también vivía la misma odisea, teniendo que parase a comprar bolsas negras para proteger su obra. Al escampar llegaron y al intentar meter mi obra en el carro nos dimos cuenta de que era muy grande, llegando a pensar por algunos segundos, luego de lo que había ocurrido, que lamentablemente no podríamos llevar mi obra.
Hasta que se nos ocurrió colocarla en diagonal, y aun sabiendo que su amada y yo iríamos incomodísimas, montamos la obra y nos embarcamos rumbo a Maracay, pero siempre con la plegaria en el pecho de que no lloviera, ni nos pararan en ninguna alcabala.
Al llegar a la inmensa galería nuestro espíritu sonríe, ¡lo logramos! Y con mucha emoción bajamos nuestras obras y entramos al espacio, creo fielmente que él y yo como creadores estábamos realmente conmovidos. La galería ARTECARELIS es realmente espectacular, la atención recibida fue extraordinaria y sin pensarlo, fuimos los dos primeros artistas en acudir a la convocatoria, mi número es el 001 y el de Ángel el 002, allí desembalamos y nos tomaron las respectivas fotografías de ingreso, nos ofrecieron café y nos dieron agua mineral a los tres, pudimos visitar los cuatro espacios de que dispone la galería, incluyendo una muestra individual de una artista caraqueña que, a mi parecer, es extraordinaria, en mi mente estaba el sueño de poder exponer allí mi más reciente trabajo plástico, “Insomnio”, pero entre sueños y emoción recordamos que debíamos imprimir los requisitos solicitados en las bases y nos dirigimos a un internet cercano.
Aquí nos encontramos con un muchacho que nos hizo perder la paciencia, duramos más de una hora para poder imprimir, era un chico sumamente disperso y para colmo el internet era lentísimo, hasta que logramos imprimir todo y regresar a entregar los documentos.
En el trayecto, hablando de todo lo que nos estaba ocurriendo, comenté que este sería el próximo tema de mi artículo semanal, a lo que reímos, pero sé que detrás existía un llanto contenido. Los tres estábamos agotados, muertos de hambre, la pareja de Ángel nos dijo: “Qué duro es esto para ustedes, todo lo que tienen que pasar”. Finalmente logramos entregar los documentos y devolvernos a Valencia; en total, la odisea duro más de siete horas y media desde que salimos de la casa.
Sé que muchos de mis colegas han pasado por este tipo de situaciones, algunas más complejas y desafortunadas, pero lo más resaltante es que ninguno de nosotros tiene la seguridad de ser admitido, es decir, no existe garantía de absolutamente nada para el artista en esa odisea, es una aventura y riesgo que decidimos correr, muchos no son admitidos y deben hacer lo mismo para retirar sus obras, otros viajan de lugares más lejanos con un mínimo de dinero en los bolsillos, otros pedimos colas y muchos no tienen ni donde dormir si les cae la noche, y aunque son admitidos e invitados a su propia inauguración, no los dejan entrar, pues es más importante la presencia de otros que de la de los mismos creadores que hicieron posible dicho evento (escenario reciente).
Pero más allá de eso, el artista nunca se rinde, siempre tiene fe, pues levitamos en ese espíritu de esperanza a pesar de exponernos segundo a segundo a dichas circunstancias. Porque en nosotros prevalece la confianza y la seguridad de que sí existen espacios donde seremos valorados y respetados, porque nunca podrán quitarnos el deseo, el sueño y la convicción habitada en nuestras almas y corazones de lograrlo.
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Penélope Tovar, artista plástica, egresada de la Escuela de Artes Plásticas “Arturo Michelena”; es también licenciada en Pedagogía Alternativa, mención Desarrollo Artístico, por la Universidad Nacional Experimental “Simón Rodríguez” (UNESR). Ha participado en exposiciones colectivas a nivel nacional (Galería de Arte) e internacional (Canadá, EEUU, Reino Unido, Portugal y España). Exposiciones individuales: Museo de Bellas Artes de Caracas y Museo de Arte Valencia (MUVA). Reconocimientos: Artista Joven del mes de Noviembre 2021 por el Museo de Bellas Artes, Caracas, Venezuela.
Actualmente es facilitadora en Arte-terapia en el Centro de Neuro-desarrollo “KOKIGYM”, apoyando en la rehabilitación de niños y niñas con discapacidad.
Ciudad Valencia