Por los años sesenta se puso de moda en Venezuela una palabra que era muy característica del colorido vocabulario del presidente Rómulo Betancourt: obsoleto.
En realidad, la expresión betancuriana era “obsoleto y periclitado”, no del todo clara si se observa que el verbo periclitar, además de decaer, declinar, significa peligrar, estar en peligro, derivado del verbo latino periclitar, que en su primera acepción equivale a probar o experimentar.
Pero vamos a nuestro obsoleto: este vocablo viene del latín obsoletus, participio pasado del verbo obsolescere, caer en desuso, debilitarse, borrarse de la memoria, compuesto con el prefijo ob y solere, soler, tener por costumbre.
Es de advertir que en latín obsoletus no es sólo el participio pasado de obsolescere, pues también equivale a gastado, raído, deslucido y en otras acepciones vulgar, banal, carente de valor.
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Otro derivado de solere no menos importante es insólito, forma negativa de sólito, “acostumbrado, usual”, que prácticamente no se usa en nuestro idioma, pero es bastante corriente en italiano.
Obsolescente es lo que se está haciendo obsoleto y obsolescencia, la cualidad de obsolescente; ambos términos son cultismos hasta hace poco usados sólo por personas de hablas muy refinadas, pero que hoy día están penetrando en el lenguaje cotidiano, sobre todo por influencia del inglés, como un imperativo de la sociedad de consumo, que decreta la obsolescencia de toda clase de objetos para forzarnos a adquirir los nuevos “modelitos”.
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Tomado del libro “La palabra de hoy / Programa radial” (Cenal, 2014)
Autor: Aníbal Nazoa González (Caracas, 12 de septiembre de 1928 – Ibíd., 18 de agosto de 2001) poeta, periodista y humorista, considerado «uno de los escritores venezolanos que mejor retrató el siglo XX».
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