En tiempos de cuarentena donde parece imponerse la tristeza y la desesperanza, es momento de hacer brillar la magia de la literatura por encima de toda esa oscuridad. La buena lectura ensalza el espíritu, por eso te compartimos hoy en Lecturas para la cuarentena este cuento de Ramiro Meneses, Sonrisa de abril.
Sonrisa de abril
Ramiro Meneses
Ocurrió en abril: era 26 y la tarde, como tantas otras veces, había transcurrido monótona, arrastrada por un silencio de alas de mariposas, cuyo sortilegio vespertino presagiaba el arribo de una noche mágica, cargada de inesperados sucesos. Entonces, entre nubes de ensueño y bajo la luz de la luna llena, la vi llegar como una visión de suspiros: su cabellera estaba vestida de noche sin estrellas; su rostro moreno irradiaba, coronado por dos tizones que relumbran en el horizonte nocturno, vivaces, alegres; y entre sus labios, que adiviné con un delicioso sabor de mango maduro y de níspero, florecía una sonrisa de pumalaca, muy bella, era la misma que desde hacía muchos años, siempre en abril, había visto en mis sueños.
Cuando estuvimos cerca, tan cerca que nuestros alientos se hicieron uno solo, pude mirarme en las dos pozas de sus ojos, y de pronto sentí como si todo en mi estaba por transformarse, como si estaba por morir y nacer de nuevo; cuando besé sus labios de piel de durazno, entendí que ella y yo éramos dos flechas lanzadas desde los confines de la eternidad, destinadas a encontrarse en un punto y momento claves del tiempo y del espacio, para formar un sorprendente racimo de amor, pasión y felicidad.
Yo la había soñado infinidad de veces, desde hacía tanto tiempo que ya no recordaba desde cuándo. Luego supe que ella también me había soñado tantas veces como yo a ella. En los sueños, ella y yo volábamos siempre. Juntos nos elevábamos por encima de los muros, por sobre las copas de los árboles; juntos corríamos sobre las aguas de los ríos y del mar. Juntos nos perdíamos entre nubes que parecían gigantescas montañas de algodón. Ella siempre sonreía y yo le decía:
—Te quiero, mi sonrisa de abril.
Y ella:
—Yo también te quiero, mi lobito…
Yo le pregunté:
— ¿Tu lobito, por qué tu lobito? ¿Quién eres y de dónde vienes, mi sonrisa de abril? ¿Acaso eres una diosa o una amable hechicera?
— Soy Elisenda, hija de Kaila, vengo de un lugar lejano y maravilloso -me contestó ella-. Vine a buscarte porque desde siempre te he soñado y sabía que en algún lugar del infinito universo te encontraría.
La escuché extasiado y le dije:
— Y yo sabía que vendrías porque desde siempre te he esperado; por eso cuando llegaste en abril, con tu sonrisa de azahares, supe de inmediato que eras la que volaba conmigo en mis sueños.
Mientras me besaba y acariciaba, ella me decía:
— Así es, mi lobito de ensueño, mi Amarok…
Y entonces, como en un ritual prodigioso, primitivo, ella comenzó a hacer dibujos en mi rostro y a lo largo de toda mi piel, parecía como si estuviera rediseñando mi cuerpo. Todo era muy extraño, pero al mismo tiempo maravilloso. Sentí que bajo el influjo de sus manos, de sus besos y sus palabras “Mi lobito de ensueño, mi Amarok”, yo nacía de nuevo, era como si emergiera de mí un ser hasta entonces desconocido, distinto, como salvaje, pero al mismo tiempo inocente y muy amoroso… Y entonces me quedé dormido, profundamente dormido…
La luz y los sonidos que alborotan la mañana me despertaron. Me sentía extraño, una rara sensación recorría mi cuerpo. Me estiré cuanto pude en la cama; de verdad no tenía ni ganas de levantarme. Esa no era mi costumbre, no entendía qué me sucedía. Luego de flexionar varias veces todo mi cuerpo, por fin me levanté y me dirigí al baño, allí me miré en el espejo. Vi mis pupilas estrechas y alargadas en unos ojos color café (recuerdo que antes los tenía color pardo), abrí mi hocico y pude ver una dentadura fuerte, casi perfecta; entonces quise gritar, pero un aullido, largo, agudo, cruzó la mañana.
Lecturas para la cuarentena
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