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María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

«Marzo: Feminismo vs Reacción» por María Alejandra Rendón Infante

No deja de sorprender, aunque ruboriza, las diversas posturas, cargadas de intransigencia, que aparecen por redes, medios, tribunas políticas y conversaciones cotidianas, y que van dirigidas a lesionar el avance de los feminismos y sus demandas por la equidad plena.

Una de tantas falacias tiene que ver con la afirmación de que  las mujeres actualmente han alcanzado el tan estimado nivel de igualdad y, por lo tanto, sus luchas estimulan un nuevo desequilibrio, por cuanto es inminente un sometimiento de los hombres a partir de ahora.

El argumento central es que ya existen mujeres en presidencias, senados, altos cargos gerenciales y, también, que muchas del conjunto han logrado destacarse en diversas áreas. Es decir, sólo tienen que echarle ganas y dejar de culpar a los hombres; conformarse con la pequeña parcela de participación concedida.

 

Esta afirmación, que no se corresponde con la realidad, es una manera de responsabilizar de manera individual a cada mujer segregada, violentada o que no ha logrado “empoderarse”, de todas las violencias de las que es depositaria.

Estas afirmaciones pretender golpear el derecho a la paridad política y  a la igualdad de participación en espacios laborales, por ejemplo, o el urgente avance en materia de derechos sexuales y reproductivos que hoy siguen siendo escamoteados.

Conforme  a ello, llega a afirmarse que: la lucha de las mujeres tienen como contrafigura a los hombres y que promueve la venganza,  ya que se trata de una “ideología de género” (así lo denominan) que fomenta la división, el odio y, por si fuera poquísimo, amenaza la perpetuidad de la especie. Ya saben: en mayoría son “lesbianas resentidas que, seguramente, provienen de sucesivas decepciones amorosas”.

 

Resulta insólito que hasta el derecho a la protesta sea objeto del falo-centrismo y el constructo discursivo-simbólico en el que el sujeto masculino constituye el centro de todo. Por otro lado, también es común leer o escuchar sobre lo conforme o equilibrada que estaría la sociedad si simplemente cada cual acepta “su naturaleza” o, en todo caso, luchara por sus derechos sin atentar contra nadie, ni siquiera el propio Estado que diseña las leyes que le execran.

Sacan a pasear el cinismo desvergonzadamente afirmando lo lindas que son las feministas cuando son “femeninas” y lo “horribles que son cuando deciden hacer con sus cuerpos lo que les da la gana” y gritar consignas que dejan al desnudo la injustificable y desproporcional brecha existente en materia de derechos.

Hacen puchero expresando lo aceptable que es la acción moderada, delicada o pacífica, como sinónimo de lo socialmente aceptable y, en ese punto, no aguantan las ganotas de satanizar toda acción que contravenga el estatus quo y  las normas de recato que comportan la “esencia del eterno femenino”. Palabras más, palabras menos, aféitense antes de protestar y no se descoten, ¡par favar!.

 

Por si fuera poco, algunos y algunas, en la más desvergonzada ignorancia, atestan el término: Feminazis, el cual forma parte de las  violencias aplicadas desde el lenguaje. Da pereza recordar que aún no han existido campos de concentración para la tortura de hombres o mujeres que piensen distinto, ni hemos fabricado velas a partir de grasa humana, ni hecho experimentos con enfermedades infecciosas, ni obligado a mujeres u hombres copular con personas inconscientes o fallecidas, ni rostizar esófagos y vejigas con agua hirviendo, ni inoculado patógenos mortales, ni desmembrado cuerpos usando perros, ni gaseado  a personas hasta matarlas. Sí, por absurdo que parezca, debemos explicar eso y, además, que la violencia sí tiene género y sólo basta ver la importante cifra de denuncias, femicidios y desapariciones forzadas para constatarlo.

 

Es importante expresar que la violencia históricamente no ha sido un patrimonio de las mujeres, sino al contrario. La conducción de la humanidad, su devenir histórico, su transformación, sus hitos históricos, han tenido lugar bajo el determinante influjo del sistema hegemónico patriarcal. Las mujeres no han incidido sostenidamente en las grandes decisiones a nivel político, mucho menos económico.

La violencia política y social de, por lo menos, el último milenio, es un amplio muestrario sobre los perversos alcances de la violencia como esencia misma del orden económico y social fabricado a partir de los intereses masculinos.

Por otro lado: las guerras; los desplazados; las persecuciones; las torturas y regímenes con expresiones abyectas de violencia, no han sido obra de las mujeres. Las dictaduras en las que se ha expresado la violencia de la forma más grotesca; la conformación de sectas —los viejos y nuevos Apartheid—; las masacres; las torturas y el exterminio, no son —ni han sido— las rutas políticas empleadas, dirigidas o decididas por las mujeres hasta dar que con el orden y lógica que hoy imperan o una distinta, sino todo lo contrario, han sido unas de las principales afectadas por la violencia.

 

Conocer que apenas hace un siglo no éramos ciudadanas y recibíamos el trato equivalente al de un menor o persona con discapacidad (Incluye la negación derecho al voto), habla de la escasa o nula incidencia de las mujeres en espacios de decisión.

Así que cuando se habla de la violencia y se señala al feminismo de ser una corriente extremista es, cuando menos, un chiste de mal gusto. Prácticamente nos quieren responsabilizar de la misma o atribuirnos su invención.

 

Pareciera que se espera que la lucha se limite  a la entrega formal de pliegos ante las distintas instancias legislativas; la formalización de la inconformidad por vías institucionales  —para ver si los Estados asumen la responsabilidad de incluirnos en sus agendas políticas— o, también, que confiemos en todos los espacios de decisión (que ocupamos minoritariamente) para que ocurra el milagro de resultar favorecidas en un conjunto de leyes y  que por fin nos asuman como sujetas de derecho sin menoscabo de ningún aspecto.

 

Mientras el alza en la tasa de femicidios es escandalosa y la discriminación campea en cada espacio público y en la mayoría de espacios privados, se sigue buscando con lupa en qué pudieran estar fallando los feminismos y sus distintas tácticas.

Y es que, aún cuando el mundo se despedaza (literalmente) y hay  un exterminio televisado, el estercolero dejado en redes sociales sobre cómo protestaron las mujeres  “de manera violenta” parece producto de una broma, pero no lo es.

Sólo el macartismo contra los comunistas puede compararse con el nivel de reacción que interpela a los feminismos de hoy. Y hablo en plural porque se trata de distintas realidades, niveles de asimetría y diferentes matices con los que el patriarcado se expresa a lo largo y ancho del mundo.

 

Ya Susan Faludi, en su célebre volumen  titulado REACCIÓN: LA LUCHA NO DECLARADA CONTRA LA MUJER MODERNA, ha introducido unos elementos interesantes, a través de un meticuloso trabajo de investigación que describe los distintos “dispositivos culturales” que han mediatizado y masificado la violencia contra las mujeres.

Así que esto no es nada nuevo y no va a impedir que sigamos avanzando, pese a todo el prejuicio que hay detrás de estas campañas de demonización.

 

Cada mes de marzo, el machismo asoma un notable pico de su esencia misógina, poniendo a circular su amplio repertorio herramientas discursivas discriminatorias. Pareciera ignorar que tal fecha revolucionaria guarda relación a un hecho abominable que está asociado a la lucha de las mujeres por sus derechos y que no deja de tener vigencia el día de hoy.

Que fue en medio de las protestas que las mujeres, las feministas principalmente,  conquistaron, al menos parcialmente, derechos fundamentales como la igualdad salarial.

 

Cuando hablamos de machismo no hacemos referencia a los hombres, claro está, sino a la expresión cultural, ejercida por hombres y mujeres, que establece una diferenciación social a partir de diferencias de orden biológico y que se traduce en actos discriminatorios.

Hoy día se ha reforzado la falsa creencia de que ya no tiene cabida  la lucha de las mujeres, o, lo que es peor,  que se trata de una moda perversa de las mujeres de hoy que viene acabando con el hombre bueno y caballeroso al que debemos complementar.

Algunos atajos teóricos, sin asidero científico,  hablan de un postfeminismo para promover la obsolescencia forzada de los principios, acciones y estrategias fundamentales de nuestros principales preceptos.

 

Lo único constatable, a mi modo de ver las cosas y como feminista que soy, es la acelerada regresión propuesta por el neoliberalismo actualmente, elemento que echa por tierra el carácter “atemporal” o caduco de los feminismos.

Basta ver a Javier Milei, derrochando fascismo en sus políticas y desmantelando el sistema de derechos, algunos fundamentales,  para advertir la esencia misógina y sexista del andamiaje  corporativista económico con el que estas “nuevas democracias” se expresan.

Atentar contra el fuero maternal y el sistema de protección de las mujeres es una pequeñísima muestra de ello; pues, este esperpento ha asegurado que el beneficio de pensiones debe tener un tabulador que discrimine a la población, asegurando que, como la mujer en la casa no se esfuerza, debe devengar mucho menos que el marido pensionado.

Yo quiero volver a aclarar que eso no es una realidad decimonónica, sucede en pleno siglo XXI  y en pleno 2024 y es una expresión de odio que, además, se ejerce desde un espacio de poder.

 

No es la primera vez en la historia que la reacción  fomenta el temor a las transformaciones sociales necesarias, sobre todo cuando amenazan la permanencia del orden vigente. La propaganda, la comunicación, las artes y la misma ciencia, vienen prestando sus laboratorios para destacar el impacto negativo de lo que consideran: una descolocación de la mujer del espacio simbólico que se le ha atribuido.

Es irónico pensar que unos grafitis, unos performance y demás muestras alegóricas a propósito del 8 de marzo, constituyan una expresión de violencia y odio cuestionables, y no así: La Trata de personas (que en mayoría son mujeres), los femicidios, la violencia económica, la negación del derecho al trabajo, la negación de derecho a la educación, la venta de niñas, la mutilación genital, la brecha salarial, las violencias sexuales, las violencias psicológicas, las violencias patrimoniales, la discriminación por motivos de género, la disparidad en la participación política, la violencia simbólica, mediática, informática, etc.

Absolutamente todos, léase bien: TODOS los derechos que ostentan las mujeres de hoy, se debe a los avances de las feministas, sin excepción.  De más está decir, como aseguré en mi primera columna de este segmento, que: El feminismo no es una moda, es una necesidad histórica.

 

¡Vivan las mujeres en la incesante lucha por sus derechos!

 

***

 

María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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