“¡Me voy pal Darién!” por Fernando Guevara

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¡Me voy pal Darién!… Esta frase la he escuchado frecuentemente en los últimos meses. Algunas veces dicha con resignación, otras con énfasis, pero siempre dicha por gente muy joven, veinteañeros en su casi totalidad: “Es que aquí ya no hay nada que hacer y, con quinientos dólares, llego. Simplemente vendo la moto y hago una chambita por ahí y arranco”.

Frases que parecen de un cuento, pero no, son dichas con vehemencia por personas en la flor de la vida.

Hace unos días vi un video de una buseta que salía de un pueblo andino, repleto de jóvenes que se pusieron de acuerdo e iban desde las altas montañas venezolanas hasta San Antonio y de ahí en adelante: “Hasta donde dios quiera, porque luego de atravesar el Darién, lo que hay es que echarle pie hasta la frontera”.

La frontera es la línea amurallada, súper vigilada y mortal que separa al sueño americano de la pesadilla americana. Según estos muchachos y según las imágenes que ven cada día por las redes sociales, la frontera queda ahí a unos diítas de camino.

Porque si bien es cierto que podemos achacar gran parte de la culpa del imaginario a los medios de comunicación de masas, que han sostenido una campaña por años sobre la emigración venezolana, no menos cierto es que los videos que circulan por las redes sociales han creado una falsa y distorsionada realidad de que llegar a Times Square es soplar y hacer botella.

En las cacareadas redes sociales de fantasía podemos ver personas haciendo felices videos frente a las luces de Nueva York, como aquella vieja canción de la Sonora Matancera, diciendo, mejor dicho cacareando, que llegaron a Manhattan y que están en la capital mundial luego de salir del barrio y venciendo al Darién.

Otros videos que hemos visto es de hombres, mujeres, niños de cualquier tamaño o condición llenos de barro, haciéndose selfies en las intrincadas selvas del Darién o ante los caudalosos ríos que atraviesan el tapón selvático colombo-panameño.

Lo cierto es que en el imaginario popular de la juventud se ha cimbrado el efecto de que las personas pueden vencer la selva y las caminatas por Centroamérica hasta llegar a la insufrible, pero salvable rivera del Río Grande y acceder al lejano oeste de Texas, solo porque el primo de Yubiritzay llegó y se instaló en un refugio y que mientras tanto va a trabajar de lo que sea, con tal de salir de esta situación. En ese trance no importa que se haya gastado cerca de mil dólares, porque ya con su esfuerzo los va a recuperar, repito, trabajando de lo que sea. No importa que atrás haya dejado familia: “Es que chico, el hermanito de Solbella, que tiene catorce años, ya está en Detroit y se acaba de hacer una foto frente al estadio donde juega Cabrera”.

Estimados lectores, no solo hace falta concientizar a nuestra juventud para luchar contra esta fantasía alimentada por las mafias de los medios hegemónicos y que buscan seguir sembrando xenofobia y cizaña contra los venezolanos, sino en especial por lo que vemos en las redes sociales.

 

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Estamos en deuda con la creación en las escuelas de una materia o de clases que ayuden a los más jóvenes a comprender las fake news de las redes sociales, lo que también se denomina falso positivo noticioso.

El deber de comenzar a crear conciencia y ser críticos es algo en lo que debemos comenzar a contribuir desde muy temprano. Qué la ciudadanía sepa lo que es una noticia falsa es algo que debemos manejar desde muy temprano.

De hecho, lo primero que hay que enseñar es que debemos dudar de toda noticia alarmista que veamos en internet.

 

Fernando Guevara / Ciudad Valencia