«Megaelección Venezuela 2021: decadencia vs revolución» por Christian Farías

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El propósito de este artículo es presentar un esquema de análisis para una evaluación y valoración critica del actual proceso electoral que se desarrolla en nuestra patria, con miras a la renovación de los cuatro poderes regionales: gobernaciones, alcaldías, concejalías y consejos legislativos estadales.

Estamos en un contexto político dinamizado históricamente por las fuerzas activas y unificadas de la Revolución Bolivariana Liberadora y Socialista del Siglo XXI, con un récord de elecciones democráticas, participativas y protagónicas sin precedentes en nuestra historia y en el mundo entero: 29 procesos electorales en 22 años de gobierno, con 27 ganados y 2 perdidos (la consulta de la Reforma Constitucional a mediados de la década pasada y la Asamblea Nacional de 2015).

Esa es la evidencia cuantitativa e inocultable del proceso cualitativo de la revolución política, social y cultural que, hasta ahora, ha sido posible desarrollar victoriosamente. Primero, bajo la sabia conducción del comandante Hugo Chávez como el gran creador e iniciador del proceso; y ahora, con nuestro presidente Nicolás Maduro, el más fiel y extraordinario continuador de Chávez, su mejor discípulo victorioso en la resistencia y el reimpulso actual del proceso bolivariano.

Las claves de la continuidad victoriosa de este proceso, a lo largo de estas dos décadas, están en la construcción histórica de las fuerzas de vanguardia revolucionaria del chavismo verdadero, encarnado en dos instancias: el PSUV de los hombres y mujeres comprometidos con la auténtica revolución y el PSUV masa del pueblo protagonista de su propia historia revolucionaria, indetenible e invencible.

Todo este proceso lo podemos caracterizar en dos grandes momentos estelares: el primero, que corresponde al libre despliegue ofensivo popular y democrático de la era de Chávez, y el protagonismo popular, como inicio de la revolución chavista por la independencia nacional y el socialismo bolivariano del siglo XXI.

El segundo momento se inicia a partir del año 2013 hasta hoy. Durante este periodo, nos tocó y aún seguimos enfrentando la ofensiva contrarrevolucionaria, insurreccional y criminal, puesta en marcha por el imperio yanki y sus títeres apátridas.

Hemos enfrentado y estamos derrotando la guerra mediática, económica, insurreccional, delincuencial, geopolítica continental e internacional y criminal de lesa humanidad.

Hoy no hay dudas de que Nicolás supo armar y poner en marcha una contraofensiva de alta calidad estratégica y táctica, cuyo resultado evidente está en la derrota internacional y nacional del imperio yanki. Hemos estado y seguimos en resistencia defensiva y ofensiva al mismo tiempo.

Hemos consolidado la lealtad pueblo-gobierno-FANB y por eso somos indestructibles. Hoy, es evidente ante el mundo, la consagración de Nicolás como el nuevo y máximo dirigente indiscutible del proceso revolucionario bolivariano chavista.

Digamos, entonces, que todo lo que existe como fenómeno de la vida social, tiende a moverse y desarrollarse en dos direcciones opuestas, en el marco de los dos grandes paradigmas humanos: El Bien y el Mal determinados por los principios de la ética, la dialéctica y la dialógica.

El Bien y el Mal son los dos extremos opuestos de la ética, aunque en Aristóteles la ética aparece identificada absolutamente con el Bien hacia el cual tienden de manea natural el ser humano y las sociedades. En nuestra realidad, la vida social se identifica y asume, con base en uno de esos dos conceptos: el Bien o el Mal.

Sin embargo, hay mucha gente y fuerzas políticas que son duales y viven atrapados en sus propias contradicciones de hipócritas, falsos, demagogos, delincuentes, inmorales, despreciables, derrotados y desterrados de la historia como resultado final de su propia decadencia ética y moral.

 

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Por el contrario, las personas y organizaciones o instituciones que se identifican plenamente con el Bien, desarrollan una vida llena de plenitud y satisfacciones éticas, morales, afectivas y amorosas, que engrandecen su alma y su conciencia, en el compromiso con el pueblo y la revolución.

De esos procesos personales o histórico-sociales, determinados inicialmente por la ética aristotélica, surge también lo que conocemos como la dialéctica de la historia, plasmada por Marx y Engels en su famoso epígrafe del Manifiesto Comunista, según el cual la historia de la humanidad es también la historia de la lucha de clases, generada por la división y la discriminación socio-cultural.

La ley de la dialéctica histórica se fundamenta en el reconocimiento de los encuentros pacíficos y las luchas antagónicas entre los pueblos o las clases sociales, cuyos intereses materiales, económicos, han sido y son radicalmente contrarios.

Amos y esclavos; señores feudales y siervos; dueños de la tierra y asalariados del campo; capitalistas y obreros de la industria o burgueses y proletarios de las ciudades modernas; imperios y colonias de los continentes, dueños y no dueños del mundo unipolar o multipolar.

Frente a estas divisiones y confrontaciones pacificas o violentas, es necesario buscar la paz y el diálogo. La contradicción y la lucha de los contrarios, no se resuelve o soluciona con la guerra. Históricamente, la guerra ha sido y es la trampa de los poderosos para destruir a los débiles y perpetuarse ellos en el poder.

De manera que mientras la dialéctica nos permite identificar las contradicciones y sus cauces a favor o en contra de una clase social o poder político determinado, que implica la confrontación violenta y armada; la dialógica es la alternativa para que el conflicto se resuelva por los cauces del reconocimiento mutuo, la búsqueda del entendimiento y el deseo del acuerdo para que haya paz.

Así como la dialéctica histórica social nos permite entender la historia como el reflejo de la lucha de clases; igualmente, la dialógica nos enseña que solo a través de la comunicación permanente y bien sustentada en el diálogo sincero y verdadero, es posible construir la paz productiva para el bienestar y la felicidad de los pueblos.

De manera que, sin el entendimiento dialéctico ni el acuerdo dialógico, podrá haber la paz necesaria, pues, más allá y por encima de eso, están los poderes que se abrogan la hegemonía y el tutelaje del mundo y la vida política, económica, social, cultural, científica y religiosa de los pueblos y naciones.

La Revolución Bolivariana y chavista es una revolución verdadera. Tiene la virtud de haber puesto en evidencia, ante los ojos de Nuestra América y del mundo, las contradicciones entre lo viejo y lo nuevo, el deslinde inevitable entre lo útil y lo inútil, la necesidad de la ruptura creadora para el cambio posible, radical y necesario, para la paz y el bienestar del pueblo y la patria que nos legaron los libertadores bajo el mando del padre Simón Bolívar.

Es necesario reafirmar que, con la Revolución Bolivariana, nuestro pueblo se re-encontró con su propio camino hacia un nuevo porvenir acompañado del liderazgo original y revolucionario liberador del comandante Hugo Chávez, primero; y ahora, del presidente Nicolás Maduro.

En estos 22 años, nos hemos enfrentado a un poder imperialista criminal que no reconoce la voluntad soberana de la patria encarnada en el pueblo bolivariano-chavista y, además, pretende destruirnos utilizando para ello todo lo que está en sus manos criminales; pero fundamentalmente dos tipos de guerra no convencionales.

Por un lado, tenemos la guerra económica, para destruirnos materialmente con el hambre y las enfermedades; y por el otro, la guerra mediática para imponer sus mentiras y responsabilizar falsamente al Gobierno Bolivariano de la crisis económica provocada por ellos mismos. Con esta guerra combinada y multifactorial, pretenden destruir la construcción de nuestro propio modelo de desarrollo socialista.

Frente a esas circunstancias adversas, el surgimiento de la nueva sociedad viene dado por el ejercicio profundamente democrático, participativo y protagónico del pueblo que siempre ha sido y seguirá siendo el Sujeto Histórico de toda revolución verdadera. Sin el protagonismo directo y decisivo del pueblo en la elección de sus gobernantes, no hay ni habrá revolución.

Gracias al esfuerzo inicial de Chávez y el de continuidad de Maduro tenemos y somos un pueblo educado, preparado, consciente, politizado, formado en la doctrina bolivariana y con claridad de los objetivos históricos plasmados en el Plan de la Patria. Somos dueños de nuestro propio destino social, cultural, espiritual, histórico, nacional y trascendente para la Patria Grande, indoafrolatinoamericana y caribeña.

En términos de Gramsci (siempre citado oportunamente por el comandante Chávez), la evidencia de un proceso revolucionario está dada en la tensión entre lo viejo que está muriendo; pero, no termina de morir; y lo nuevo que está naciendo; pero, no ha terminado de nacer.

Esta nueva megaelección para renovar los poderes regionales constituye una nueva prueba para la reafirmación y consolidación del proceso revolucionario bolivariano. Ahora tiene la palabra el pueblo que ya sabe hablar con voz propia y de pueblo unido, en la lucha y en la paz, para su propio bienestar colectivo, que es el mismo bienestar de la República.

De manera que la revolución no es un grito, una consigna, un eslogan, una pose, una moda, un bochinche o un vacilón sifrino o mafioso. La revolución es la confrontación de lo nuevo y beneficioso para el pueblo, contra lo viejo y pernicioso que lo perjudica.

Para ello, el método de análisis para identificar y entender el sentido de las contradicciones y las relaciones dialógicas necesarias, es la dialéctica, aplicada a las interacciones permanentes de naturaleza negativa o positiva, antagónicas o complementarias.

 

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Los procesos de negación y reafirmación permanentes e indetenibles, determinan y definen las nuevas realidades, los nuevos procesos y fenómenos de la vida económica, social, cultural y política.

Estamos en un contexto histórico que, a grandes rasgos, caracterizamos como el gran enfrentamiento de dos fuerzas totalmente antagónicas: de un lado, la decadencia moral y ética, política y orgánica, de la oposición apátrida, fascista y delincuencial; y del otro, las fuerzas populares y revolucionarias, bolivarianas liberadoras y socialistas del chavismo de Chávez, dirigidas hoy desde la sencillez, la humildad y sabiduría política del presidente Nicolás Maduro.

De todo lo dicho, se deduce que este próximo domingo 21 de noviembre de 2021, las fuerzas populares, patrióticas, nacionalistas, bolivarianas, chavistas, revolucionarias y socialistas, hermanadas en el empeño de tener la continuidad de nuestra patria digna para recuperar y consolidar nuestro bienestar social en perfecta unidad pueblo-gobierno, votaremos por el PSUV o por los partidos aliados en el Gran Polo Patriótico, el partido de Chávez hecho pueblo porque nos dijo: “Yo ya no soy yo. ¡Yo soy un pueblo, carajo!”, y tiene razón, Chávez somos todos y todas, ¡carajo! 

 

Christian Farías / Ciudad VLC