«Mi delirio sobre el Chimborazo: 200 años de vigencia (1822-2022)» por Christian Farías

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Cuando Gustavo Adolfo Bécker nos dice “…La poesía eres tú…” nos está dando una sentencia definitiva y firme acerca de la naturaleza de la expresión poética y del ser humano, concebidos como un todo indivisible. La existencia oral y escrita de la poesía, es una creación única y exclusiva de la racionalidad y la sensibilidad del ser humano, que la filosofía clásica distinguió con el nombre de Estética o Filosofía de la belleza

Por su lado, la naturaleza es espacio cósmico sin desorden ni caos; mantiene un equilibrio y genera inmensas y extraordinarias bellezas que nos deslumbran y seducen de mil maneras en momentos o circunstancias muy particulares que activan nuestra poiésis, nuestra energía y capacidad creadora y recreadora de la belleza verbal, de la poesía, que nos salva de lo feo, de la maldad y la ignominia.

Ubicados en esa perspectiva de correspondencias y equilibrios entre lo cósmico y lo humano, es muy importante advertir que el texto poético “Mi delirio sobre el Chimborazo” (13 de octubre 1822) no es un simple poema épico y mágico religioso, raro, cargado de una metafísica sobrenatural y alucinante o de una ebriedad espiritual que transportó la psiquis del guerrero Simón a un estado de alucinación y drenaje de tensiones psico-socio-emocionales de su personalidad, inteligencia y sensibilidad espiritual.

La lectura detenida de este poema, nos permite precisar la concurrencia de tres elementos fundamentales: el compromiso, el espíritu romántico y el tiempo histórico, que dan forma a la estructura semántica y estética del texto; bien sea como ejercicio de creación fenomenológica, en la perspectiva de Gastón Bachelard; o como vivencia emocional, intensa, apasionada y coherente de la espiritualidad profundamente romántica del hombre de las dificultades como, en efecto, lo fue nuestro Libertador Simón Bolívar.

“Mi delirio sobe el Chimborazo” tiene su antecedente en el contenido del Juramento que hizo el joven Bolívar ante su maestro Simón Rodríguez en el Monte Sacro de Roma el 15 de agosto de 1805. En ambos textos, aunque corresponden, a tiempos radicalmente distintos, se observa una misma sintaxis de los contrastes históricos y un estilo muy parecido en la fluidez de la retórica enumerativa, el uso de símiles y metáforas que contextualizan el tema central que es el destino histórico de la América nuestra y sus héroes naturales.

El juramento del Monte Sacro, no es un texto de la guerra ni de la paz; sino del compromiso personal, jurado ante su maestro Simón Rodríguez, para ir a la guerra necesaria y vencer. En tal sentido, es un documento de crítica política e histórica, basado en el contraste civilizatorio entre la vieja Europa y la joven América; razonado, juicioso, crítico y profético, que enaltece y fortalece la condición intelectual y visionaria del joven Simón Bolívar.

El juramento contiene una descripción esquematizada de la historia y la tradición esclavista y opresora de la vieja Europa, madre del imperio español que, en ese momento, es el enemigo a vencer. En la visión crítica del joven Simón, evidentemente alentado por su maestro Simón Rodríguez, encontramos un buen uso de la descripción de los contrastes entre el viejo mundo de la civilización europea y el Nuevo Mundo de la América emergente, en pugna con el imperio de la España decadente, tal como lo expresa Bolívar:

La civilización que ha soplado del Oriente, ha mostrado aquí todas sus fases, ha hecho ver todos sus elementos; mas, en cuanto a resolver el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido y que el despeje de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo”.

He allí la razón y la premonición histórica y profunda del joven visionario, asumiendo el compromiso, el tiempo histórico y el ímpetu de la espiritualidad romántica, que lo convertirá en el Libertador de Nuestra América.

En la segunda parte del juramento, el joven Simón eleva su espíritu y se empina con firmeza y profunda convicción moral, ética y profética frente a su maestro  y dice: “Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.

He allí un lenguaje formal, denotativo, directo, en el cual el verbo jurar en primera persona se erige como la palabra clave que se repite cinco veces marcando su énfasis y los respectivos receptores del juramento: su maestro, Dios, sus padres, su honor y su patria, prefigurando así la cohorte de lo que luego sería su extraordinaria hazaña.

Con estos cinco referentes, el joven y futuro Libertador, se yergue con la mente centrada en la construcción de un futuro distinto para su patria, pues, anuncia nada más y nada menos que su brazo y su alma no tendrán reposo hasta que no haya roto las cadenas del imperio español; como en efecto sucedió, lo cual confirma la visión profética de su pensamiento y su propio sacrificio que lo consagra en la cúspide de la historia y de la gloria político-militar.

Ubicado en el contexto victorioso de su propia profecía; pero, en medio de nuevas dificultades ambientales del tiempo y el espacio, al extender su gesta hacia la América del sur, Bolívar se encuentra de nuevo en dificultades. Esta vez en la cima del Chimborazo, donde nace el poema, cargado de tensiones e imágenes de la realidad, pasión y los sueños de su profundo y equilibrado delirio personal.

Efectivamente, hay un hilo de 17 años de continuidad entre El juramento y Mi delirio sobre El Chimborazo (1822), mediado por múltiples batallas y la gran victoria decisiva del 24 de junio de 1821 en el Campo de Carabobo que obliga a la continuidad de la gesta hacia el resto de la América del Sur, en donde seguía en juego el destino del proyecto de la Gran Colombia. En ese contexto, veamos los tres (3) elementos claves del poema.

1.- La presencia o invocación del manto de Iris. Bolívar inicia su poema diciendo “Yo venía envuelto con el manto de Iris”; y la tradición mítica indica que “Iris es la personificación del arcoíris, conectando el mundo de los dioses con la humanidad y anunciadora del fin de la tormenta. Es también una de las diosas del mar y del cielo”. Con esos atributos, es comprensible la adhesión del Libertador, amante de la belleza, luchador por la paz, amante del sosiego y admirador de las inmensidades del mar y del cielo.

Iris es también, el símbolo griego de la hermosura de los colores primarios del Arco iris. Su santoral es el 4 de septiembre y su deidad: ‘La de hermosos colores’. De manera que Bolívar, obedeciendo el impulso de su espíritu romántico, se apropia de esa imagen mítica para darle esa connotación también mítica y universal a su poema que adquiere tono de canto y celebración de sus victorias.

Así, fija su imagen de hombre excepcional y protegido por esa diosa sagrada y bella que lo acompaña en el avance impetuoso e irreductible de la gesta emancipadora hacia el sur del continente, tal como lo expresa en la tercera estrofa del poema que se cierra con una afirmación clara y determinante:

Yo me dije: este manto de Iris que me ha
servido de estandarte, ha recorrido en mis
manos sobre regiones infernales; ha surcado
los mares dulces; ha subido sobre los hombros
gigantescos de los Andes; la tierra se
ha allanado a los pies de Colombia, y el
tiempo no ha podido detener la marcha de
la Libertad. Belona ha sido humillada por
los rastros de Iris, y ¿yo no podré trepar
sobre los cabellos canosos del gigante de la
tierra? -Sí podré!

 

2.- El delirio es, clínicamente entendido, una modalidad del estado de grandeza o patología de la psiquis, alteración y/o desequilibrio del comportamiento, normal y equilibrado del ser humano; pero, también funciona en la construcción de metáforas en la estética literaria, referidas a las obsesiones de personajes y autores de textos o temas de naturaleza psicológica o psico-socio-cultural, exacerbados.

En este caso, Bolívar asume responsablemente su estado emocional y no duda en usar ese término para caracterizarse él mismo y la tensión en la que está sumergido, por obra o mandato de la providencia. Abraza la Divinidad y se distancia un poco de la ciencia fáctica de Humbolt. En fin, no vacila en asumir la circunstancia en que se encuentra su vida y exacerbarla para su propio regocijo, de la siguiente manera:

Arrebatado por la violencia

de un espíritu desconocido para mí,

que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt,

empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo.

Llego como impulsado por el genio que me animaba,

y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento:

tenía a mis pies los umbrales del abismo.

Un delirio febril embarga mi mente;

me siento como encendido por un fuego extraño y superior.

Era el Dios de Colombia que me poseía.

 

Sin duda, el delirio del Libertador es de naturaleza emocional hiperbólica y metafórica. Por eso es febril y estimulante de ese fuego extraño que mueve en su interior el deseo de la gloria con la liberación definitiva de Colombia y seguir la marcha hacia el Sur de la América, en donde, junto a Sucre, obtendrá la consolidación de la independencia de las cinco primeras naciones de la Gran Colombia.

3.- El tiempo es el tercer elemento clave del poema. En él está la historia individual y colectiva de la humanidad. Si no tenemos conciencia del tiempo, no sabemos de dónde venimos, qué somos y hacia dónde vamos.

Empinado sobre esas premisas y a su edad madura de 39 años de vida intensa y llena de glorias, Bolívar logra poner en marcha un dispositivo dialógico dentro de su particular metafísica del tiempo, centrado en la alternancia entre la realidad y la imaginación, el misterio y la razón; o también entre lo sagrado y lo profano, para ilustrarlo con el título del libro de Mircea Eliade.

Cabe, entonces, usar el término hierofanía, acuñado por este escritor en su libro que trata del dialogo entre lo sagrado y lo profano, que caracteriza buena parte del comportamiento humano, tal como lo expresa Bolívar en esta tercera dimensión de su poema Mi delirio sobre el Chimborazo:

De repente se me presenta el Tiempo, bajo el semblante venerable de un viejo cargado de los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano. –«Yo soy el padre de los siglos, me dice, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio, los señala el Infinito: no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la muerte: miro lo pasado, miro lo futuro, y por mi mano pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees acaso que el Universo es algo? ¿Que montar sobre la cabeza de un alfiler es subir? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a los sucesos? ¿Pensáis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Imagináis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano

En esta descripción del devenir de lo humano y lo sagrado, Bolívar pone en tensión el tema del tiempo y utiliza para ello la imagen metafórica de la ancianidad como expresión de la decadencia en los bordes de su finitud. Ser el padre de los siglos es una invocación bíblica de la eternidad de un Dios único y Supremo. El uso de las interrogantes incita al diálogo entre el emisor y el receptor. El poema relativiza la fe ciega e invoca la fe de los ojos abiertos con la mirada extendida hacia lo grande y lo trascendente. Por eso cierra esa parte del poema afirmando que “Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano”.

En la segunda parte de este tema del poema, Bolívar hace gala de su capacidad para la retórica alimentada de ideas diferentes que se van tejiendo en un proceso de sumatoria y configuran una narrativa descriptiva del poema, tal como se observa en este fragmento:

Sobrecogido de un sagrado terror, ¿Cómo, ¡oh!, Tiempo –respondí– no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino el Universo con mis plantas: toco al Eterno con mis manos, siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos: estoy mirando de una guiñada los rutilantes astros, los soles infinitos; he visto sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los libros del destino.

Finalmente, el poema se cierra con una insinuación dialógica entre el poeta Simón y el fantasma que representa la presencia divina del Dios Supremo del universo

«Observa –me dijo–, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres». El fantasma desapareció.

Con lo expuesto, hemos tratado de construir una interpretación con base en los tres temas de este gran poema que contiene las múltiples dimensiones de la sensibilidad estética, la racionalidad política y la inteligencia del sabio y estratega en el ejercicio del máximo liderazgo para construir un nuevo proyecto de nación y de unidad continental para la libertad, la independencia la soberanía, la paz, la democracia profunda y directa, el bienestar social y la máxima felicidad de nuestros pueblos indo-afro-caribe-latino-americanos.

Por último, es pertinente correlacionar estos dos momentos fundamentales que hemos analizado con un tercer momento que corresponde a la también famosa Carta de Pativilca, escrita por El Libertador el 19 de enero de 1824 para su maestro Simón Rodríguez; y además, debemos incluir también las cartas de amor para su amante Manuela Sáenz. Con estas cuatro fuentes, quedarían redondeados en su plenitud el valor moral del compromiso; la vocación romántica, revolucionaria, poética, amorosa y el tiempo histórico, en la vida y la obra de nuestro Libertador Simón Bolívar. De eso nos ocuparemos en nuestro próximo artículo.

 

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