Un día le conté a un grupo de amigos que había tenido la experiencia de ver en persona al poeta Aquiles Nazoa en una conferencia. Les narré mi vivencia de ese día y ahora uno de ellos me pide que escriba sobre eso a manera de testimonio personal.

La verdad es que hace tiempo escribí algo, pero ahora no encuentro el archivo. En la época anterior a la PC, cuando escribíamos a máquina, sólo una tragedia nos hacía perder uno de esos trabajos, y cuando sucedía era otra hecatombe.

Aquiles Nazoa escribía a máquina, por cierto, y su bibliografía es enorme. No era un hombre de estar perdiendo textos originales por ahí, pese a que tenía fama de distraído y regalaba a sus amigos poemas tipiados por él mismo, corregidos y firmados.

Lo sé porque la Coca Castillo nos facilitó fotocopias de poemas que él le había obsequiado y que publicamos en dos ediciones del Suplemento Talión de Valencia.

 

AQUILES NAZOA-ENCUENTRO 1

 

Eso fue en 1977 en el marco del Encuentro Cultural que se hizo con su nombre en Barquisimeto y que nosotros, en el grupo que editaba ese suplemento, asumimos amorosamente antes que nada, aunque sabíamos quién lo aupaba políticamente.

El día de la instalación fuimos a llevar nuestros suplementos y nos salvamos de chiripa de recibir una golpiza porque comenzamos a distribuir el suplemento entre los asistentes, sin haber participado a nadie de manera oficial. Lo que pasaba era que nosotros percibíamos a Aquiles totalmente nuestro y no nos pasaba por la cabeza que ese sentimiento pudiera ser retenido por nadie.

Siempre nos gustó el humor serio que practicaba, especialmente con la poesía. Sin embargo, su poesía, no específicamente humorística y mucho menos circunstancial, es mi preferida. Esto sin subestimar el aporte que él realizó en la estupenda tradición humorística venezolana, documentada críticamente por el profesor Efraín Subero.

Me gusta más el humor de su poesía no humorística, esa que él llamaba, medio en broma, “seria”. Balada de Hans y Jenny, Soneto a María, Credo, Buen día tortuguita, o Mozart comestible, son, a manera de ejemplo, estupendos poemas que algunos críticos pacatos no terminan de entender porque resienten el toque humorístico o social.

 

Verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como cuando Hans Christian Andersen
amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.

Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían como dos colegiales
comparten sus almendras.

Amar a Jenny era como ir comiéndose una manzana bajo la lluvia.

Era estar en el campo y descubrir que hoy amanecieron maduras las cerezas.

Hans solía contarle fantásticas historias del tiempo en que los témpanos eran

los grandes osos del mar.

Y cuando venía la primavera, él le cubría con silvestres tusílagos las trenzas.

La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el paisaje.

Bien pudo Jenny Lind haber nacido en una caja de acuarelas.

Quizás por este motivo otras propuestas críticas mejor logradas establecen cierto paralelismo de su obra con la del Tuerto López, el estupendo poeta colombiano. Ignoro si alguien ha hablado de igual manera de su posible cercanía con la poesía del francés Jacques Prevert.

En todo caso, en la poesía de Aquiles Nazoa hay una gran desacralización del concebido discurso poético de su momento. El gran interés que muestra siempre por la cotidianidad del hombre, así como la forma directa, sencilla y al mismo tiempo de gran calidad expresiva con la que aborda lo popular e histórico del país, le da una indiscutible apertura en la conciencia popular descolonizada.

En efecto, la poesía de Aquiles Nazoa, mucho más allá de su ubicación como humorista –que ya es un mérito formidable–, corresponde a una categoría conceptual más amplia y permanente, como es la que impone su lenguaje denotativo, identificado a plenitud con el Decir.

Esa corriente de la poesía de todos los tiempos en contradicción permanente con las retóricas, los formalismos y las manías literarias en boga.

Debe de haber sido a finales de la década del sesenta cuando vino Aquiles Nazoa al Ateneo de Valencia, un caserón grande que tenía una gran sala. No recuerdo de qué habló ese día, pero sí de la manera cómo se expresaba, sencilla, amena, brillante, aguda, con gracia y al mismo tiempo sobria. Con un conocimiento profundo y no sabihondo del tema.

Sin arrogancia, con paciencia e interés, oyó a todos. Recuerdo la amplísima intervención del poeta Pepe Barroeta en la sesión de preguntas. Hasta yo me atreví a preguntarle algo sólo por el deseo de participar de aquel momento.

 

Nazoa-José Pepe Barroeta
José «Pepe» Barroeta.

Leía yo entonces un ensayo sobre la alienación que había publicado la Revista Zona Tórrida y le pregunté sobre ello. Dijo: “Es un viejo tema del hombre”, y no recuerdo más, pero sí un cuento sobre alienados que nunca olvidé:

“Un joven psiquiatra se encarga del manicomio y, observando a los pacientes recluidos, se fija en uno que se pasa con una oreja puesta en la pared. Se le acerca y se pone como él con una oreja en el mismo muro y le dice al paciente: ‘Chico, ahí no se oye nada’. A lo que éste le responde: ‘Sí, doctor. Y eso es día y noche, noche y día’”.

 

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Entre las cosas que contó ya finalizando su conferencia, algunas fueron de orden personal, que le servían para hablar del carácter del venezolano.

Contó que venía en su carrito por una avenida de Caracas cuando desde un enorme camión, al momento de un pare obligatorio, el chofer de la gandola le gritó: “¡Epa, vale, te la compro!”, Aquiles le responde, “¿Qué cosa me compras, chico?”. Y el gandolero le dice: “Gua, la calle, la calle, porque te la cogiste pa’ ti solito”.

Reeditemos, como homenaje centenario, Poesía cotidiana, Los poemas, Los últimos poemas de Aquiles Nazoa, Amigos jardines y recuerdos, obras aún poco conocidas.

 

Luis Alberto Angulo / Ciudad VLC

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