“Misoginia y violencia (2)” por María Alejandra Rendón Infante

0
176
María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)-Retrato Hablado-Ciudad Hablada
María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

En el artículo anterior se definía de forma sucinta el concepto de misoginia como: El rechazo (consciente o inconsciente), el desprecio o el prejuicio hacia las mujeres o las niñas. Se la considera como el homólogo sexista de la misandria.  Es una forma de violencia de género que puede manifestarse de diversas maneras, como la discriminación, el acoso, la agresión, el abuso, la explotación o el asesinato. La misoginia tiene graves consecuencias para la salud, la dignidad, la libertad y los derechos humanos de las mujeres y las niñas.

Algunos hombres, por diversas razones, llegan a desarrollar odio extremo, aversión y desconfianza hacia estas, lo cual no implica necesariamente asumirles como enemigas o descartarles en el mundo de sus relaciones. A las personas que incurren en este sentimiento, se las llama misóginas o misóginos y actúan conforme a consensos y preceptos que el imaginario social se han instalado a través de poderosos aparatos de reproducción ideológica y por espacio de varios siglos.

Son muchas las creencias e ideas irracionales que se esconden tras las actitudes misóginas y que van transmitiéndose en el contexto familiar y comunitario, generación tras generación, consiguiendo un clima de discriminación y desigualdad entre personas.

La idea distorsionada de la que parte la misoginia es la de considerar a las mujeres como personas inferiores a los hombres. Una de las creencias principales que derivan de esta idea, es la de afirmar que las mujeres tienen un “lugar” o un “rol” determinado en la sociedad, por ejemplo, trabajando en una casa para su familia.

La misoginia se nutre muchas ideas distorsionadas sobre las personas por el simple hecho de nacer con un sexo u otro y se muestra en situaciones muy diferentes: desde aquellas tan comunes y poco violentas como motivar más a un chico que a una chica para estudiar ciertas carreras, a otras muy violentas como el maltrato físico o psicológico hacia una mujer.

Normalmente las personas misóginas niegan que lo sean y se autodefinan como personas sensatas y juiciosas, pero es en sus actos diarios cuando muestran las ideas de aversión hacia las mujeres. Es común, que tengan opiniones distintas hacia un mismo hecho, dependiendo de si lo protagoniza un hombre una mujer. En este caso, es necesario asociar el concepto de sexismo.

El sexismo, por su parte, se refiere al conjunto de prácticas discriminatorias que existen tanto en conductas como en pensamientos, basadas en creencias en torno al sexo y el género de las personas.

El sexismo se expresa a través de la hostilidad, la exclusión, la invisibilidad, la agresividad y la violencia física o simbólica; y no sólo se ejecuta por una persona en contra de otra, también escala a nivel institucional (escuelas, dependencias de gobierno, iglesias, hospitales) y social; esta perspectiva excluyente es transmitida por medios de comunicación (prensa, televisión, radio, internet) y reproducida en el lenguaje y demás discursos presentes en nuestra sociedad.

Si bien existen varias formas y expresiones del sexismo, una muy común, recurrente y visible es la que se expresa a través del lenguaje y de la comunicación a través de los medios masivos, digitales o redes sociales.

No se trata de disponer en todo espacio tratamientos igualitarios para ambos géneros, claro está, pero, cuando se usa la diferencia biológica para  un tratamiento social particular y, a su vez, discriminatorio, se está frente a una práctica, individual o no, de sexismo. Por ejemplo: cuando venden un producto de uso en el hogar e invariablemente va dirigido al público femenino de manera exclusiva, se está frente a un tratamiento sexista de tal oferta, dado que en la mayoría de los hogares, tales productos son de igual necesidad para el resto de sus miembros.

De manera que el sexismo se reproduce desde el mismo momento en que una persona inicia su camino de socialización, la cual exige el desempeño de roles  específicos y claramente delimitados. Pero además, allí se establece una jerarquización y, por lo tanto, la falsa creencia de que todos los hombres son socialmente de una manera y todas las mujeres de otra, y tales premisas parecen inamovibles.

 

Misoginia y violencia de género

Relacionado con lo anterior, algunas hipótesis apuntan que las actitudes y creencias misóginas podrían ser un factor explicativo importante en los casos de violencia de género, es decir, que, a pasar de que la misoginia como rasgo individual y expresión concreta de la violencia, tiene su origen en la cultura.

En el caso de la violencia doméstica, por ejemplo, algunos trabajos (Coleman, 1980; Roy, 1982; Sonkin, Martin y Walker, 1985; Medina, 1994; Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997; Echeburúa y Fernández-Montalvo, 1998; Defensor del Pueblo, 1998) sugieren que las actitudes y creencias misóginas podrían ser un elemento común y característicamente diferenciador de los maltratadores. Así, se citan como características propias de éstos las siguientes:

“Se trataría de hombres tradicionalistas, que creen en los roles sexuales estereotipados, es decir, en la supremacía del hombre y en la inferioridad de la mujer. Citando textualmente el reciente Informe del Defensor del Pueblo (1998): «No presentan una psicopatología específica sino más bien una serie de rasgos y actitudes propias y características del estereotipo masculino«.

Identificar conductas misóginas puede costar porque están normalizadas:

  • Clasificar a las mujeres en función de dos categorías básicas, como blanco o negro y reduciéndolas a ellas. Son las personas que ven a una mujer como “santa” /”provocadora” o “fría”/ “emocional” y tienden a tratarlas desde una supuesta posición de superioridad en función de la etiqueta que les otorgan, siempre que la mujer no se ajuste a las expectativas basadas en las categorías que las personas misóginas consideran correctas para una mujer.
  • Controladores: los hombres misóginos suelen necesitar estar en control absoluto en las relaciones con mujeres. Ya sea económica, emocionalmente o incluso en cuestiones de relaciones sociales, los hombres misóginos siempre tienden a tomar todas las decisiones por encima de las opiniones de las mujeres, a veces de forma indirecta, ridiculizando las decisiones de sus parejas. En el caso de las agresiones sexuales, restan importancia al consenso.
  • Culpabilizar: Las personas misóginas suelen culpar a las mujeres por todo lo malo que les ocurra a ellos mismos, no solo es sus relaciones, sino en sus vidas. Las parejas de este tipo de personas suelen estar pidiendo disculpas continuamente. Además, suelen culpar a las mujeres de toda aquella circunstancia negativa que, por causas sexistas, les ocurran a ellas mismas, ya que, según estas personas, ellas son las que han podido “provocar o manipular” las situaciones por defecto, habiendo dado pie a aquella situación dolorosa que ella misma sufre.
  • Ridiculizar: Las personas misóginas suelen tratar de ridiculizar y humillar a las mujeres con asiduidad, ya sea en contextos sociales, familiares o laborales. Cuando una mujer tiene ciertas opiniones o toma sus propias decisiones, puede encontrar este rechazo y denigración si tiene cerca a una persona misógina, que no tolerará que esta pueda llegar a ser líder de ningún proyecto.

Relacionado con lo anterior, cabría destacar que el supremacismo masculino en el seno de la familia, por ejemplo, es uno de los puntos de origen de esa violencia ejercida de manera expresa y que cuenta con el respaldo de una orden cultural que, en muchas circunstancias, la justifica. Cualquier intento por superar el esquema tradicional de la familia, tratando de construir una práctica equilibrada más allá de los roles, genera una enorme resistencia, porque el tratamiento sexista que sea hecho de la estructura familiar, vertebra la dinámica en la que estos roles se distribuyen y se sostienen a través del tiempo. Es por ello el proceso de socialización de niños y niñas, apuntan a finalmente al desarrollo de creencias, habilidades, comportamientos y toma de decisiones en función de esos parámetros socialmente diferenciados y que no están relacionados del todo con el sexo biológico.

En cuanto a las agresiones sexuales, se han barajado diversas hipótesis explicativas que tratan de incorporar los factores psicológicos y situacionales que pueden contribuir a explicar el desencadenamiento de éstas (para una revisión en profundidad de estas hipótesis ver Garrido, 1989 o Redondo, 1994).

Entre esas hipótesis podríamos citar, por ejemplo, la llamada hipótesis de la socialización según la cual la sociedad se estructura ideológicamente de modo que la mujer llega a ser la «víctima legitimada» de unos roles y estereotipos que mediatizan las relaciones y las expectativas interpersonales. En consonancia con ello, al hombre se le socializaría para tomar la iniciativa con las mujeres, para ser dominante y agresivo o para enorgullecerse de sus conquistas sexuales, y a la mujer para la pasividad o la búsqueda de la protección del varón.

A lo largo del tiempo se ha dejado ver que el hombre el que “propone”, “conquista”, “posee”, “toma”, “insiste” etc. Es decir, ejerce un rol dominante que no siempre esta precedido por el consenso. Es la razón por la que la agresión dentro de la pareja, es un fenómeno generalizado y, al mismo tiempo, silenciado. Pero, también, intentan ser justificadas por medio de mitos que destacan una  supuesta necesidad sexualidad predominante en los hombres, al punto de que, ante cualquier provocación o no, este está en el derecho de actuar.

La  misoginia y la violencia sexual poseen elementos transversales comunes, por lo tanto manera, en sociedades en donde los delitos por violación y la violencia en general hacia las mujeres es menor, hay una valoración de éstas basada en el reconocimiento y el respeto por parte de un conjunto social determinado. Lo que quiere decir que la superación de la misoginia y la violencia expresada a partir de la misma, son productos históricos de orden cultural y, por ende, transformables.

La violencia hacia las mujeres, no es un rasgo intrínseco del ser masculino, ni tampoco la ejerce el hombre de manera exclusiva. La misoginia, por paradójico que parezca puede ser expresada por las mujeres y el machismo también, este, de hecho, es reproducido cotidianamente por la sociedad en general. De la misma manera, un grupo de  hombres también puede ser objeto de violencia; no se comporta en este caso como una violencia basada en género, pero no dejaría de llamarse violencia.

 

Misoginia interiorizada

Se habla de misoginia interiorizada para referirse a las actitudes y acciones misóginas cometidas por las propias mujeres, ya sea en contra de otras o de sí mismas. La misoginia internalizada es aquella que no es fácilmente identificable en la superficie, pero que muy por dentro, continúa actuando, a veces a un nivel inconsciente, y que puede llevar a las mujeres a aceptar malos tratos o reproducir esquemas machistas, pues a pesar de su género sufren de un desprecio arraigado e inconsciente hacia lo femenino. Otra forma de misoginia interiorizada es la búsqueda constante de la aprobación masculina.

La misoginia interiorizada también puede conseguir que las propias mujeres vean el mundo desde este prisma distorsionado y consideren a otras mujeres desde esta perspectiva de odio.

 

LEE TAMBIÉN: “Misoginia y violencia (1)”

 

Por esa misoginia interiorizada es que, ante hechos de violencia, muchas mujeres juzgan a otras mujeres por sufrirla, por permitirla o por “buscarla”, toda vez que no se sometan, como se espera, al mandato y expectativa social masculinos.

Existen múltiples consecuencias de la violencia, las cuales tienen efectos intergeneracionales inmediatos y de corto plazo. Las consecuencias y costos de la violencia tienen impactos a nivel individual (para los sobrevivientes, perpetradores y otros afectados por la violencia) así como al interior de la familia, comunidad y la sociedad en general, lo que resulta en  costos a  nivel nacional, asimetrías sociales profundas en materia económica e imposibilidad de llevar a cabo planes de desarrollo en países donde las desigualdades son más profundas.

 

 

Bosch, E., Ferrer, V.A. y Gili, M. (1999). Historia de la misoginia. Barcelona: Antrophos-UIB.

Burt, M.R. (1980). Cultural myths and supports for rape. Journal of Personality and Social Psychology, 38, 217-230.

Coleman, K. (1980). Conjugal violence: what 33 men report. Journal of Marriage and Family Therapy, 6, 207-213.

Defensor del Pueblo (1998). Informes, estudios y documentos. La violencia contra las mujeres. Madrid: Oficina del Defensor del Pueblo.

Echeburúa, E. y Corral, P. (1998). Introducción. En E. Echeburúa y P. Corral. Manual de violencia familiar (pp. 1-8). Madrid: Siglo XXI.

 

***

 

María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

Ciudad Valencia