En el parque nacional del valle de la Muerte, en el desierto californiano de Mojave, se puede observar uno de los fenómenos geológicos más extraños que se conocen; las llamadas piedras que se mueven solas, piedras deslizantes o piedras viajeras.

Se trata de un fenómeno mediante el cual, sin la influencia de ningún ser vivo, las piedras del paisaje se deslizan literalmente por el suelo, dejando surcos en la tierra.

Este fenómeno, descrito por primera vez en 1948, se observa en rocas de múltiples tamaños. Aunque el rastro que dejan es claramente visible, no siempre es fácil medir la velocidad de desplazamiento, que es extraordinariamente lenta. Lo que sí se ha observado es que, a menudo, los movimientos son relativamente paralelos y los cambios de dirección suelen estar sincronizados.

 

Movimientos puntuales, no constantes

Uno de los primeros hallazgos encontrados, al analizar el fenómeno, es que los movimientos de las rocas no son constantes. Gracias a los análisis con fotografías se pudo comprobar que las piedras del valle de la Muerte pueden permanecer quietas durante años, e incluso décadas. Sin embargo, y gracias a las observaciones realizadas con GPS, sabemos que ocasionalmente, pueden alcanzar velocidades de hasta 6 metros por minuto —0,36 km/h—.

Las primeras especulaciones sobre el proceso involucraban agentes sobrenaturales, pero evidentemente, los científicos aseguraban que debía de haber una explicación mucho más mundana.

Distintos investigadores propusieron hipótesis diferentes. Los primeros estudios achacaban el fenómeno a remolinos de arena. Se intentó probar esta hipótesis empleando motores de avión para emular los vientos, y se comprobó que era posible el desplazamiento de rocas de pequeño tamaño siempre que la velocidad del viento fuera superior a los 20 metros por segundo y la superficie estuviera húmeda.

Piedra viajera equipada con un dispositivo GPS.(Norris et al., 2014)

 

Otra hipótesis apuntaba a que la presencia de tapetes de algas podría reducir la fricción y facilitar el movimiento de las rocas en presencia de vientos fuertes. No obstante, durante gran parte del año el suelo está seco, y solo se inunda durante el invierno, estando gran parte del tiempo congelado.

Parece poco probable que las algas tuvieran relevancia. Además, algunas rocas son extraordinariamente pesadas, y serían necesarios vientos muy fuertes para desplazarlas sobre el suelo mojado o tapizado por algas. Algunos cálculos llegaban a establecer la necesidad de vientos de hasta 80 metros por segundo.

Pero la hipótesis que ganó más fuerza, dadas las condiciones climáticas tan particulares, fue la de las placas de hielo. Según los investigadores que la defendieron, durante el invierno se formarían gruesas placas de hielo en el suelo, que reducirían significativamente la fricción, permitiéndolas moverse con el viento con mucha mayor facilidad.

 

Resolviendo el misterio de las piedras que se mueven solas

Todas estas hipótesis tenían un problema. Aunque se habían puesto a prueba en condiciones experimentales, ninguna se pudo comprobar en vivo, puesto que el movimiento de las rocas solo se pudo inferir por sus rastros y su cambio de posición, pero nunca se había observado.

En un estudio llevado a cabo por un grupo de investigadores liderado por el profesor Richard D. Norris, del Instituto Scripps de Oceanografía de La Jolla, California, y publicado en 2014, se pudo observar por primera vez las rocas en movimiento.

 

Resultó que ninguna de las hipótesis planteadas se confirmaban. No se desplazaban por la humedad, ni por tapetes de algas, ni tampoco por gruesas placas de hielo.

El fenómeno de los movimientos de roca, de hecho, sucede no cuando se forman las grandes placas de hielo durante las noches invernales, sino cuando comienzan a derretirse por la mañana. La superficie del suelo, aún encharcada de agua, conserva grandes paneles de hielo de apenas unos milímetros de espesor, que comienzan a romperse.

 

Los vientos ligeros empujan entonces las piedras que, congeladas, se mueven gracias a la fricción casi nula entre las capas de hielo embebidas en el agua. Los movimientos, según el estudio publicado en PLoS ONE, pueden durar hasta 16 minutos.

El motivo por el que los movimientos suceden de forma poco común, y muchos años no llegan a ocurrir, tiene que ver, por tanto, con la rareza de las condiciones que deben cumplirse. Los inviernos más secos no aportarían agua suficiente para que el fenómeno suceda; las noches invernales cálidas no permiten que se forme el suficiente hielo.

 

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