#Opinión: «Cómo diferenciar las ideas correctas de las incorrectas (II)» por Christian Farías

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A partir de la revolución racionalista introducida por Descartes con su fórmula breve y concisa: Pienso, luego existo, las ideas se sostienen en dos elementos que son: el sujeto, encarnado en el ser pensante, la racionalidad de la persona que elabora y piensa las ideas, por un lado; y por el otro, el objeto, que es la cosa observada y pensada, el fenómeno aprehendido, el acontecimiento captado por la cámara visual, la realidad material o inmaterial percibida y representada en la abstracción de la idea racionalmente elaborada.

El racionalismo cartesiano tiene la virtud de estimular el desarrollo de los cauces a dos paradigmas opuestos: el de las ideas emanadas de las ciencias fácticas, desarrolladas por el movimiento de La Ilustración francesa; y las ideas elaboradas desde la perspectiva del idealismo puro, tal como lo desarrolla el alemán Emmanuel Kant.

De manera que así se llega a la separación entre la ciencia y la filosofía. La idea como reflejo de la realidad determinada y la idea como reflejo del pensamiento especulativo. La primera se erige en paradigma de la verdad material, objetiva y absoluta, el objetivismo cientificista que deviene en materialismo tecnológico deshumanizado y destructor de la naturaleza; la segunda como paradigma de la verdad inmanente al espíritu y la racionalidad pura, abstraída de la realidad material.

En ese devenir, lleno de tensiones como un péndulo entre el campo de las ideas abstractas, sin correspondencias objetivas; y el de las ideas concretas y precisas, identificables en la realidad material inmediata, surge la dialéctica, renovada de su pasado griego, como forma de pensar las ideas con base en las contradicciones entre lo que está dado y lo que niega lo dado, de donde surge lo nuevo como síntesis creadora que luego se convierte en lo dado y negado en ese proceso dinámico e infinito que es la realidad de la vida.

Hegel asume la dialéctica; pero, la ubica exclusivamente en el terreno de la Razón, en el pensamiento puro y abstracto, separado de la realidad social. En ese sentido, la Razón es la que determina toda la forma de vida del ser humano y no su realidad social y material. Para Hegel, la revolución francesa fue el triunfo de la razón y no el triunfo de la burguesía como fuerza social emergente frente al feudalismo esclavista. Así, la Razón se erige como fuerza liberadora inmanente; el ser racional determina al ser social. En consecuencia, tendríamos que admitir que el rico vive bien porque piensa bien, mientras que el pobre vive mal porque piensa mal o carece de la facultad de pensar.

Frente a esa dialéctica idealista de la Razón, desarrollada por Hegel, el joven Carlos Marx logra, años después, descubrir y desarrollar el método de la dialéctica materialista, histórica, que tiene como fundamento y base la realidad concreta y determinada de la vida del trabajo productivo, de donde emergen las relaciones sociales antagónicas entre los capitalistas dueños de las fuerzas productivas y los trabajadores dueños de su fuerza de trabajo enajenada por un salario insuficiente.

De manera que, para Marx, la cosa es al revés de como la planteó Hegel. En consecuencia, las ideas no surgen de la razón pura; sino del proceso dialéctico de la misma vida social y material, llena de contradicciones, tensiones, conflictos, descubrimientos e inventos. Y todo eso, como un todo sistémico y complejo, determina los cauces, accidentes y revelaciones de la vida social, cultural, política, espiritual del ser humano en cada periodo histórico a lo largo de su extendida e infinita existencia.

En consecuencia, y de acuerdo con la dialéctica materialista, histórica social, desarrollada por Marx, la historia de la humanidad se puede clasificar y valorar en cuatro grandes periodos diferenciados y determinados por el carácter de las relaciones sociales sobre las cuales se sustenta la producción económica. Estos periodos son: el comunismo primitivo, la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo.

Con estas ideas centrales y su desarrollo, Marx logra dar un salto fundamental desde la filosofía dialéctica idealista de Hegel hacia una dialéctica histórica social que sirve de sustento a una nueva disciplina científica, como lo es la sociología moderna, de donde surgen las ideas que explican toda la complejidad, las contradicciones, las tensiones, conflictos y revoluciones de la sociedad moderna capitalista, dividida en explotados u oprimidos y explotadores u opresores; y sus formas de poder, hegemonismos y destrucción imperialistas.

De manera que el mundo social moderno de los siglos XIX, XX y lo que va del XXI, puede ser entendido como un proceso histórico dialéctico, de confrontación entre dos formas de la vida económica, social, política, cultural, moral, ética, estética y espiritual: el capitalismo, que representa lo viejo; y el socialismo, que se erige como lo nuevo. El primero ya lleva 800 años de existencia, luce agotado y en plena decadencia; mientras que el segundo, solo tiene 170 años como idea postulada en el Manifiesto comunista de Marx y Engels; y 103 de su primera materialización con el triunfo de los bolcheviques en la revolución rusa de 1917.

Pero, lo más grave y preocupante del capitalismo imperialista, ha sido y es su agresividad y violencia, armada y criminal, para negar y aplastar todo lo que lo adverse. El siglo XX lleva la impronta de las dos grandes guerras, las experiencias de la destrucción nuclear, las invasiones y las guerras multifactoriales de cuarta y quinta generación. Hoy, en pleno despliegue del siglo XXI, la guerra sigue en pie dentro de las estrategias de dominio hegemónico instrumentadas por Estados Unidos contra las naciones que transitan caminos de soberanía, independencia y libertad. En tal sentido, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, son objetivos militares para el Pentágono y la Casa Blanca.

Es necesario decir que hoy, el modelo capitalista prevaleciente en Europa, Estados Unidos, América Latina, África y en algunos países asiáticos, luce ya envejecido, agotado en sus atractivos iniciales y en crisis recurrentes de hambre, desempleo, enfermedades, inseguridad. Igualmente, lleno de tensiones políticas, morales y éticas.

Por otro lado, hay una nueva realidad geopolítica dada por el avance del modelo socialista, cuyas formas de desarrollo, hasta ahora, pueden ser evaluadas a partir de los procesos de desarrollo inacabados, existentes en Rusia, China, Vietnam, Camboya, Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Se puede decir, entonces, que las ideas de independencia, libertad, desarrollo, progreso, bienestar social, paz, igualdad, felicidad, entre muchas otras, se presentan hoy bastante diferenciadas en ambos modelos. Esto revela que el mundo de hoy es mucho mas complejo que el de los tiempos pasados. Por esa razón, las doctrinas, las teorías y los métodos de la tradición científica social se han visto limitadas para desarrollar nuevas ideas como respuestas necesarias y adecuadas al complejo mundo que se ha configurado desde la segunda guerra mundial hasta el presente lleno de mentiras, confusiones y complejidades.

En ese contexto, Edgar Morin, el teórico más prolífico del pensamiento sistémico complejo y dialógico, nos presenta su fórmula del bucle Individuo-Especie-Sociedad para ilustrar la dimensión triangular de la condición humana, de donde surgen nuevas ideas frente a las nuevas realidades de nuestro mundo moderno en decadencia y en tránsito inexorable hacia el socialismo en toda su diversidad.

Siguiendo el bucle de Morin, nos atrevemos a decir que las ideas del individuo responden fundamentalmente a la fragmentación del sujeto ensimismado en su propio Yo (“Cada cabeza es un mundo”, dice el refrán popular).

Por otro lado, entendemos que la especie integra a todos los individuos como un todo y único conjunto, un solo colectivo social, diverso y múltiple, pero cohesionado biológica y genéticamente, bien sea por su proceso evolutivo o como creación del Supremo (“Somos el homo sapiens surgido del mono”, dice el biologicismo evolucionista. “Todos somos hijos de Dios”, dice la fe cristiana).

Por último, la sociedad expresa la unidad sistémica de los contrarios, de todas las partes del yo y de la especie, en una sola realidad histórica, dialéctica, dinámica, conflictiva y cambiante. (“La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases” dice Carlos Marx).

En síntesis, el bucle de Edgar Morin nos aporta una fórmula teórica de las interacciones permanentes y cambiantes de ese triángulo que somos como individuo, especie y sociedad, imbricado y subyacente en nuestro comportamiento y en las ideas que le sirven de sustento. En consecuencia, la discriminación entre las ideas correctas y las no correctas, se hace más compleja porque no se ubica únicamente entre contrarios; sino entre agentes de un todo que se alimenta y se complementa a sí mismo, en su propio devenir sistémico, dialéctico, recursivo y dialógico.

En este marco conceptual de la complejidad que somos como individuo-especie-sociedad, observamos que la dominación imperialista norteamericana y la puesta en marcha de sus diferentes mecanismos de control, dominación y destrucción de países o regiones, a través de la guerra no convencional, se destaca como un elemento nuevo y de daño profundo, la llamada guerra mediática o guerra de las ideas, el pensamiento y el comportamiento humano individual y colectivo en las sociedades que están bajo la influencia o hegemonía de Estados Unidos.

La guerra mediática es eso: confrontación y control de las ideas que gobiernan, determinan o modelan la conducta individual y el comportamiento humano colectivo. Este control de la conducta personal y social, lo entendemos también como procesos de enajenación mental, alienación o perdida de la identidad individual, familiar, social, tribal o nacional.

La guerra mediática fragmenta, divide, enloquece y destruye los valores políticos, morales, éticos y espirituales de nuestra cultura e identidad nacional. Por eso, observamos que mientras la gran mayoría de las personas seguidoras de la oposición anti bolivariana-chavista muestran conductas e ideas destructivas, llenas de odio, división, violencia, agresiones; las que siguen el chavismo muestran lo contrario, es decir, ideas constructivas, llenas de amor, unión, paz, respeto, fraternidad.

Para cerrar estas reflexiones acerca de las ideas correctas y las incorrectas, veamos con atención lo que dice Mao Tse Tung, el gran líder de la revolución China, en su texto Cuatro tesis filosóficas (1966), citado por Núñez Tenorio en su libro Humanismo, Estructuralismo y Marxismo (1976):

¿De dónde provienen las ideas correctas? ¿Caen del cielo? No. ¿Son innatas de los cerebros? No. Solo pueden provenir de la práctica social, de las tres clases de prácticas: la lucha por la producción, la lucha de clases y los experimentos científicos en la sociedad. La existencia social de la gente determina sus pensamientos. Una vez dominadas por las masas, las ideas correctas, características de las clases avanzadas, se convertirán en una fuerza material para transformar la sociedad y el mundo. En la práctica social, la gente se enfrenta con toda clase de luchas y extrae ricas experiencias de sus éxitos y fracasos…no hay otro método para comprobar la verdad. La única finalidad del proletariado en su conocimiento del mundo, es transformarlo a éste. A menudo, solo se puede lograr un conocimiento correcto, después de muchas reiteraciones del proceso que conduce de la materia a la conciencia y de la conciencia a la materia, es decir, de la práctica al conocimiento y del conocimiento a la práctica. Esta es la teoría marxista del conocimiento, es la teoría materialista dialéctica del conocimiento. (pág. 50).

 

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Efectivamente, en esas tres áreas de la praxis social de la especie humana (la producción económica, la lucha de clases y el desarrollo de las ciencias) es donde se ponen a prueba las ideas ya existentes y, al mismo tiempo, surgen las ideas nuevas. Pero debemos advertir que es nuestro deber estudiar y analizar permanentemente estos procesos para saber cómo surgen y poder diferenciar las ideas correctas y las no correctas.

No podemos andar a ciegas o de espaldas a la dinámica y confrontación permanente de las ideas. No somos solamente carne y hueso o simple animal de costumbre, fuerza productiva mecanizada o consumistas pasivos, receptores de mensajes o robots que repiten programas y diseños para el control social.

La enajenación y la alienación mass-mediática, es hoy el mecanismo más perverso de la guerra multifactorial imperialista de los Estados Unidos, para confundir, desmoralizar, fragmentar y destruir la conciencia y la unión de las fuerzas populares, patrióticas y socialistas de la revolución bolivariana-chavista. Por esa razón, debemos enriquecer nuestro universo conceptual, cognitivo, verbal, comunicacional, dialógico, crítico y dialéctico. Para ello, debemos saber diferenciar las ideas correctas de las no correctas.

 

Christian Farías / Ciudad VLC