#Opinión: «Vacunas, propiedad industrial y miseria corporativa» por Fernando Guevara

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El mundo grita por vacunas y los ricos se hacen los sordos. Se acaba de encontrar cerca de Roma un almacén en el cual la compañía AstraZeneca tenía escondidas, sin informar a las autoridades, como lo exigen las normas de la Comunidad Europea, 30 millones de dosis de su vacuna. Para poner en contexto el hecho, en Venezuela hay aproximadamente 32.6 millones de habitantes.

Hace poco el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, calificó como grotesca la brecha entre la vacunación en los países ricos y los países pobres; denunció el acaparamiento de vacunas por parte de las naciones más desarrolladas, como Israel y los países miembros de la Unión Europea, criticando duramente a aquellos países que «prefieren vacunar a gente joven y que no está en ninguna categoría de riesgo a costa de que otros países puedan vacunar a sus trabajadores sanitarios y personas mayores».

En este sentido y en otra decisión más que grotesca, el gobierno de Canadá celebró acuerdos de compras suficientes para obtener 10 dosis de vacunas para cada uno de los 38 millones de habitantes, es decir, cada canadiense podrá vacunarse diez veces, mientras en países pobres la vacuna ni se acerca.

Una investigación de la BBC logró acceso a un borrador de un documento de la OMS en el cual se señala que los países más ricos (de nuevo) «bloquean» propuestas de vacunación para las naciones más pobres.

Ellen t’Hoen, experta en políticas de medicamentos y leyes de propiedad intelectual, explica: «Se trata de vacunas que se producen en países ricos y, en general, se conservan en esos países ricos». Inglaterra, los Estados Unidos (EEUU) y la Unión Europea son los que bloquean este acuerdo para brindar apoyo a las naciones más necesitadas de vacunación.

Hasta principios de febrero, según datos de la OMS, se habían administrado unos 200 millones de vacunas contra covid-19, tres cuartas partes de estas vacunas se inocularon en 10 países ricos, pero eso no es todo, según Gavin Yamey, profesor de la Universidad de Duke (EEUU), en unos 130 países, en los cuales habitan 2.500 millones de personas, no se ha recibido ni una sola vacuna. La realidad golpea demasiado fuerte.

El mundo industrial capitalista mantiene un férreo control sobre la propiedad intelectual e industrial. El derecho intelectual protege la propiedad de las invenciones, mejoras o creaciones del hombre, bien sean artísticas, científicas o técnicas. Eso está bien, quien invente algo debe tener el reconocimiento de su invención y, además, debe tener la recompensa económica sobre su invento.

El derecho intelectual también protege las creaciones o inventos de las empresas por los descubrimientos, digámoslo así de las personas que en ella trabajen. Por ejemplo, si usted es empleado de una farmacéutica como Pfizer y descubre la vacuna contra el cáncer, por ejemplo, la patente o el derecho de explotación económica o comercial de tal invento es de Pfizer, no suyo. La patente y el control sobre las vacunas no está en manos humanas, está en manos de las corporaciones.

 

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India y Suráfrica platearon eliminar temporalmente los derechos de patentes de las vacunas del Covid-19 para ayudar a combatir la pandemia, ambos países, especialmente el primero, tiene grandes fábricas de medicamentos y pueden poner a disposición de la humanidad cientos de millones de dosis de las vacunas en circulación en poco tiempo y a bajo costo.

Pero los laboratorios con vacunas, especialmente Pfizer, Moderna, AstraZeneca, todos de países ricos, como EEUU, Alemania, Inglaterra o Suiza, y con fábricas en estos territorios, se oponen a liberar las patentes apropiándose de las cuantiosas ganancias, aun cuando en muchos o casi todos los casos estas compañías reciben financiamiento estadal para sus investigaciones.

El hecho está, entonces, en que el mismo derecho de propiedad intelectual e industrial, pero que no es de humanos, sino de las corporaciones, está contribuyendo con la expansión de la pandemia y con las muertes en todo el mundo. No lo digo yo, lo dice la realidad.

 

Fernando Guevara / Ciudad VLC