«Vulnerabilidad, vinculación y vigilancia, gran lección de la pandemia», por Ismael Noé

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La pensadora alemana Nora Borris nos propone apropiarnos de estas tres “V” como pre requisito indispensable para afrontar la pandemia y el retorno a la “nueva normalidad”. Las tres palabras han sido traducidas de los vocablos o textos germanos (Verwundbarkeit, Verbundenheit, Verantwortung).

En su breve ensayo, aparecido en las páginas del portal catalán Cristianismo i justicia, Borris  aboga por un tipo de ser humano “con ojos bien abiertos hacia la vulnerabilidad, la vinculación y la vigilancia” o responsabilidad: ojos muy abiertos hacia la fragilidad tanto del planeta como de cada individuo. Los seres humanos somos mutuamente responsables, en la medida en que dependemos unos de otros y estamos ligados unos con otros, tanto en lo ecológico como en lo económico, lo político, lo sanitario y lo tecnológico e informativo.

En este contexto, desglosaremos el significado, significante y pertinencia de los tres vocablos sugeridos. “Estas iniciales V deberían sernos hoy guías para leer bien nuestro presente y actuar de una manera que sea, a la vez, universal y práctica, tanto en nuestro trabajo como en todos los campos de la vida”, puntualiza la escritora.

Vulnerabilidad

La vulnerabilidad humana es perceptible a primera vista. El ser humano carece de «corteza» (esa piel dura y gruesa que a veces nos recomiendan); carece de plumas y de coraza, está desprotegido. Su piel es supersensible. Eso nos hace radicalmente distintos de todos los mamíferos a cuyo género pertenecemos biológicamente. Los cuerpos humanos son
todos estructuralmente frágiles. A eso se le añade su progresiva indefensión y posibilidad de ser heridos.

Ya en nuestra infancia somos vulnerables al máximo: el lactante depende totalmente de la vinculación y la responsabilidad de otros; y esa dependencia relacional infantil configura nuestro ser humanos. La misma vulnerabilidad afecta después al individuo, sobre todo en la vejez (que, hoy en día, abarca casi un tercio de la vida). Esas edades de la vida particularmente vulnerables (infancia y senectud) reclaman una mejor comprensión de la fragilidad humana.

La protección de cada persona (tanto de los más tiernos y necesitados de cuidado en nuestra sociedad como de los particularmente amenazados en el resto del mundo) interpela a nuestra imagen del ser humano. Y hoy, en un mundo como el nuestro de más publicidad y más posibilidades, debería convertirse en un derecho humano universal.

El dolor y la necesidad de las víctimas, (la obvia vulnerabilidad de migrantes en busca de tierras acogedoras, víctimas de la guerra o del cambio climático) como también la de esos niños invisibles que soportan pobreza o violencia doméstica; cuestionan un contrato social que no está en disposición de crear unos derechos humanos universales y eficaces.

Vinculación

¿Acaso no resuenan con pertinencia las palabras del clérigo inglés John Doone en su poema?

¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?

¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?

¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?

¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.

Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.

Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

Borrel lo ratifica sabiamente: “Nada de lo que tengo y de lo que soy ni ninguno de mis patrones de conducta me lo debo a mí misma. Todo ha ido desarrollándose a partir de la relación y la dependencia. Y debo agradecerlo a otros, tanto desde el punto de vista biológico como  existencial. Aunque el bebé sea separado del pecho de su madre, queda remitido al
intercambio afectivo con las personas con que se relaciona.

A pesar de las posibilidades crecientes de configuración en nuestro camino hacia la madurez, sostengo que nuestra concepción de la autonomía y la libertad debe ponerse cada vez más en relación con esa experiencia universal de estar remitidos a otros y ligados existencialmente con ellos.

Desde el punto de vista biológico, el individuo humano, como bestia corporalmente poco dotada, solo sobrevive gracias a las intervenciones comunitarias”.

“Todos los organismos o seres vivientes se originan, se mantienen vivos, se desarrollan y perecen mediante procesos de intercambio, tanto materiales como energéticos («espirituales»). Procesos que tienen lugar tanto en el interior del organismo como en relación con su entorno.

En esa interacción dinámica, los humanos podemos negociar de manera saludable una serie de encuentros amorosos y sensibles que son una verdadera experiencia para los que en ellos participan”.

Vigilancia

La palabra vigilancia (responsabilidad) incluye la disposición y el ánimo para responder a otro. Ese aspecto relacional está presente en las tres palabras de nuestro título, pero hay que acentuarlo más en la responsabilidad.

Es cierto que los acompañamientos y las terapias nos ayudan a percibir y afrontar perniciosos enredos colectivos; pero esa atención no debe llevarnos a una mentalidad que invite a apearnos (evadir) de nuestra responsabilidad para con los demás y abrir demasiado espacio a las inclinaciones individualistas.

La piel tan fina del animal humano posibilita una enorme sensibilidad que se traduce en el «poder ser tocados» psíquicamente. La posibilidad de ser heridos y la capacidad para la empatía reclaman una conciencia de nuestra responsabilidad social y una obediencia a nuestros impulsos de compasión y diálogo.

A los seres humanos se nos exige ser cuidadosos y asumir responsabilidades
mutuas. Somos seres provistos tanto de gran necesidad corporal como de magníficos recursos para que nos pongamos al servicio de los otros de manera responsable y audaz. Y esto vale tanto en el campo personal como en el político: el planeta Tierra nos está llamando a una responsabilidad colectiva para con la Madre Tierra y por la supervivencia de todas las formas de vida.

En los actuales procesos de cambio, podremos moldear todos los espacios vitales cuando nuestra convivencia esté marcada mucho más por la solidaridad y el cuidado que por la rivalidad o competencia; y más por la confianza que por la desconfianza y la hostilidad.

Y esa actitud es fundamental en estos días del coronavirus que nos hacen
sentir de manera especial el significado de nuestras tres palabras (vulnerabilidad, vinculación, vigilancia), estos días en que cada cual está amenazado de ser contagiado por el otro o ser contagiador del otro. Y, sin embargo, hemos de encontrar creativamente maneras de mantener nuestros contactos que nos permitan seguir relacionándonos cuidadosamente.

 

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Ismael Noé / Ciudad VLC