Padre Samán: «Hablamos con el Catire Páez» por Vicente Gramcko

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Hace algunas semanas, iniciamos la costumbre de trabajar con la técnica de la “entrevista imaginaria” para dar a conocer así detalles de la historia de nuestra ciudad.

Ya “conversamos” anteriormente con las estatuas del Indio Guacamayo (en la urbanización Carabobo) y “La Bacante” (en “El Viñedo”). Hoy “hablaremos” con el “fantasma” del General José Antonio Páez.

Se comenta que el espíritu del “catire” Páez aparece de noche en los pasillos de la que fue su casa, en el centro de la capital carabobeña, en la avenida Boyacá entre las calles Colombia y la que antes fue “Calle del Sol” y hoy es Páez.

Se dice que el general sale cantando una canción compuesta por él. En nuestra labor periodística, siempre en sentido “imaginario”, nos introdujimos a la vieja casona, aprovechando un descuido de la vigilancia, para pernoctar en ese histórico lugar y así tratar de “entrevistar” a quien fue presidente constitucional en varias oportunidades.

Como se sabe, esta casa fue vendida varias veces después de la muerte de su dueño y fue rescatada por Gómez, quien la llevó a la condición de Museo Histórico Nacional; para luego ser elevada a la categoría de Monumento Histórico Nacional y Patrimonio de la Nación, por Leoni en 1965.

El “León” de Payara residió allí durante los años 1821 y 1835. Adentro, recorriendo los corredores que circundan al fresco patio interno de la casona, contemplamos los murales de Pedro Castillo, abuelo materno de Arturo Michelena, en los cuales se encuentran mezclados la mitología y el patriotismo.

Los que han estudiado a Páez, aseveran que, entre batalla y batalla, este mostró gran preocupación por aprender un poco de todo. Los documentos de la época señalan que llegó a tocar piano y hasta el violín.

Incluso, cantó ópera; por lo que no es extraño que su “espíritu” aparezca cantando. Estábamos abstraídos recordando estas cosas, cuando sentimos que “alguien” se nos acercaba.

Era Páez, luminoso, transparente. Cantaba una canción: “Escucha bella María, quejas este triste día…” De pronto, calla, nos mira de frente y pregunta, altivo, qué hacemos en su casa. A lo que le respondimos que deseábamos entrevistarlo para nuestra columna.

  • ¿Qué quiere saber?, replicó.
  • Bien, acotamos, deseamos conocer el motivo de sus apariciones y por qué canta siempre la misma canción.

Páez pensó un poco y nos contó que todo se debió a su segundo destierro, una vez terminada la Guerra Federal y firmado el Tratado de Coche.

 

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Su amigo argentino Domingo Faustino Sarmiento le recomendó que fuera a Buenos Aires, pues era muy apreciado allá por ser el último sobreviviente de las batallas independistas del continente. Así lo hizo.

En suelo argentino, vio cómo el Congreso de ese país le confirió una pensión vitalicia con sueldo de Brigadier a solicitud de Bartolomé Mitre. Transcurría la segunda mitad de la década de los sesenta del siglo XIX.

– En esos días, dijo, me encontré con mi  viejo amigo, el general Carranza, quien me invitó a vivir en su casa, donde tuve todas las atenciones.

Con ojos de añoranza, recordó que allí conoció a la hija de su amigo, María, una hermosa jovencita, de la cual se enamoró.

  • Le dediqué poemas y le canté canciones; pero, no me hizo caso. Claro, era viejo y estaba arruinado, agregó…

Interrogado por la canción que canta, nos dijo que se la hizo a la joven María y se la dejó escrita en pentagrama, antes de marcharse de Buenos Aires. Apuntó que, despechado, salió de Argentina.

Luego de su muerte, ocurrida en 1873, en Nueva York, Páez regresó – en espíritu – a Valencia, a su casa de siempre, en la que ha permanecido, casi sin ser notado, en todas las etapas de la casona, siendo testigo de cuando ésta fue abandonada y hasta desvalijada.

Contó que llegó a saber que el hijo menor del general Carranza, casi medio siglo después de su estada en el cono sur, escribió un libro sobre su permanencia en la casa de su infancia. En el volumen, evocó momentos del compartir con el héroe independentista que todos admiraban.

El joven Carranza señaló que, en numerosas reuniones, se le escuchó a Páez cantar algunas canciones andaluzas. El texto contenía, además, dos piezas escritas por Páez.  Las partituras originales fueron guardadas por el Cónsul General argentino, que las envió a Caracas, donde el presidente Caldera – en su primer gobierno – ordenó la grabación de las dos canciones.

Quisimos preguntar otras cosas, pero el “catire” Páez nos dio la espalda y desapareció de nuestra vista.

Sólo seguíamos escuchando su voz, cantando “Escucha bella María, quejas este triste día…”, la canción compuesta a quien fue su amor imposible.

Esperamos a que amaneciera y salimos de la casona como pudimos, sin dejarnos ver, tal como entramos.  Conociendo ahora la historia, nos dirigimos al Archivo Histórico de la Nación, donde conseguimos para nuestros lectores la grabación oficial de la canción que cantaba Páez. “Escucha, bella María” está grabada por la voz del tenor José Perero, acompañado por el piano del maestro José Antonio Calcaño y un coro desconocido.

Aunque a nosotros nos resuena aún en la voz de su compositor, cantada en los pasillos de la vieja casona, si usted quiere escucharla en la voz de José Perero, por favor pulse el siguiente link.

 

 

Y HASTA AQUÍ POR HOY. Cualquier comentario, favor al correo periodistavicente12@gmail.com

 

Vicente Gramcko