Capitalizar el descontento no debe ser jamás una táctica; lo que apuntale un programa.

Lo único que, en lo concreto, debe capitalizarse es la construcción y la organización en las bases.

El descontento de medio siglo, Chávez, en el 98, lo capitalizó asumiendo la responsabilidad de una acción armada, correcta o no, en la que hubo verdaderos riesgos y, aunque infructuosa, devino en un programa más definido, más de 5 años de recorrido tras su liberación, más de 4000 asambleas a lo largo y ancho del territorio, conformando, además, un partido y una referencia continental.

Chávez no tuvo un Chávez que lo antecediera, hizo de la subjetividad un programa concreto de articulación de fuerzas, movilizada y heterogénea porque no había otra manera de convertir el descontento en músculo.

Por cierto, las agrupaciones de izquierda tradicional, condenando cada táctica y tratando de imponer sus nociones manualezcas, subestimando su figura y condicionado el apoyo.

Chávez les dijo: voy por los votos, iré ésta vez por la vía democrática y vamos a refundar la República.

No era suficiente el dolor de un pueblo padeciente, no era suficiente 80 % de pobreza, no era suficiente una crisis institucional profunda, la urgencia de un liderazgo, el convencimiento colectivo sobre la necesidad de recuperar la gobernabilidad. No era suficiente.

El descontento no puede ser la canasta en la cual meter todos los huevos. No sin táctica organizativa.

La victoria de Chávez fue pensada, pero sobre todo construida; enfrentando un árbitro parcializado, una maquinaria fogueada, un padrón electoral chucuto, sometido a todas las prácticas coercitivas y una campaña de descrédito enorme.

Descontento no se traduce en capacidad.

Aprendamos de la historia reciente…

 

 

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María Alejandra Rendón