Por Raúl Cazal

Los filósofos Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Carlos Marx han contribuido a comprender la historia como si fueran repeticiones.

Según Marx, “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.

Así comienza El 18 Brumario de Luis Bonaparte y la historia no termina después de lo sucedido en Estados Unidos que, de acuerdo a como ha sido presentada la elección y traspaso de mando presidencial, se dificulta interpretar si lo sucedido fue una tragedia o más bien una farsa.

El asalto al Capitolio impulsado por Donald Trump fue visto por la clase política estadounidense como una tragedia. El emperador luego se retractó, pero sin reconocer el triunfo de su contrincante. Fue un remake de lo que impulsaron con la oposición en Venezuela. Sólo le faltó la farsa, autoproclamarse.

Trump mantiene que la elección la ganó él y que fue estafado. Lo había anunciado previo a las elecciones. Veía venir el desenlace que termina siendo una tragedia personal.

No sólo porque como hombre de negocio pierda una empresa, sino porque desde la década de los 90, todos los presidentes de EEUU repetían el cargo inmediatamente.

Sin comprender en qué falló, se va sin despedirse y se lleva los comandos nucleares, porque tiene plena conciencia de que el show debe continuar.

El monstruo y sus entrañas. Un estudio crítico de la sociedad estadounidense, de Vladimir Acosta, que se presentó en la Filven 2020, precisa el tinglado político religioso con que han definido su farsa como el Destino Manifiesto, que les permite por Gracia Divina hacer lo que les convenga en el mundo en favor de sus intereses.

Acosta retrata a esa sociedad enferma, así como Trump, que surgió de sus entrañas, ha expuesto las contradicciones morales del imperio.

El presidente saliente padece el Síndrome Lugosi. El papel de empresario, magnate, ya no le sienta, sino la farsa de presidente, emperador.

Se fue sin aceptar su derrota, después de reiterados golpes de Estado.

Los medios de comunicación que los ascendieron como celebridad, le quitaron las cámaras y cualquier espacio, llámese redes “sociales”, en donde pudiera calar su discurso fue “fuera del aire”. La historia se repite, a veces.

 

 

LEE MÁS: LECTURAS A GRANEL

 

Raúl Cazal