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María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

La igualdad de condiciones para el cuidado no es algo de lo que la sociedad tenga un referente sustantivo cercano. Por lo general, se asume que gran parte de los actos de cuidado sean ejercidos mayoritariamente por las mujeres, así sucede en la mayoría de los países. No existe un marco legal, ni políticas públicas que puedan hacer de los cuidados una labor equitativa que permita equilibrar las responsabilidades al respecto y, mucho menos, una cultura de la corresponsabilidad que sustraiga gran parte de la carga que, en esta tarea importante, asumen las mujeres por abrumadora mayoría, lo cual es profundamente injusto.

Ya hemos orbitado en Nos (otras) sobre el origen e influencia de la cultura patriarcal como causa eficaz para la existencia de éstas asimetrías que derivan en desigualdades sociales y económicas muy profundas,  y de cómo se ha construido una expectativa social basada en la existencia de roles de género claramente diferenciados. Éstos no sólo definen tempranamente el rol social a cumplir, tanto por hombres como por mujeres, sino que penalizan cualquier intento por des-normalizar su existencia.

En ese sentido, poco se ha hecho para dejar de reforzar la idea de que las mujeres deben asumir la crianza exclusiva y el cuidado del hogar como tareas inherentes a su género, aún cuando ello represente una carga que las limita desde muchos puntos de vista.  Pero no sólo se trata del rol tradicional del cuidado casi vitalicio de los miembros de la familia, sino de todas las demás tareas que, por tratarse de cuidar a otros, están feminizadas y, por lo tanto, asumen las mujeres, tanto dentro como fuera de su núcleo familiar.

Nuestra Constitución Bolivariana de Venezuela (CRBV) reconoce, a través del artículo 88, el trabajo del hogar como actividad económica  que crea valor agregado, sin embargo, tanto en Venezuela como en resto de los países del mundo, sobre todo en América Latina, no existen mecanismos legales y soluciones pragmáticas que permitan arribar a ese derecho. Cabe destacar que la acumulación de ganancias del capital no sería posible sin el ejercicio en masa de estas labores que generen las condiciones para la producción y reproducción del sistema patriarcal-capitalista y —sin embargo— son las mujeres las menos favorecidas por dicho sistema.

El trabajo no remunerado de las mujeres sufraga el costo en cuidados que sustenta a las familias, apoya a las economías y a menudo suple las carencias en materia de servicios sociales; aún así, se asume como “un deber” social.

Esta realidad, no sólo es sumamente perjudicial para el avance de más de la mitad de la población, sino que, en suma, genera exorbitantes ganancias que no retornan, de ninguna manera, a las manos de ese contingente que ejerce el cuido y contribuye de manera directa al crecimiento económico. Por el contrario, limita las condiciones para su desenvolvimiento y el desarrollo pleno de libertades individuales y, por consiguiente, constituye una de las principales causas de la feminización de la pobreza.  Ello sin contar con que la dependencia económica constituye el principal factor de riesgo para la aparición de otras formas de violencia.

 

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Cifras (INE, 2018) para comprender mejor éste panorama:

En Venezuela solo el 40% de los trabajos formales remunerados corresponde a las mujeres. El 60% restante a los hombres.

El número de personas que se dedica a labores del hogar, no remuneradas, supera los 3,5 millones de personas, de esa cifra el 97% son mujeres y el 3% restante corresponde a los hombres.

El 38% del trabajo generado en nuestra economía no es remunerado y lo realizan las mujeres en un 85%. Dicho trabajo, en conjunto, constituye un aporte de 25% al PIB de la economía.

Cabe destacar que esta realidad desfavorece, en mayor cuantía, a la población de mujeres pobres, siendo que sólo el 1.7% global (según la OIT) recibe remuneración por el trabajo doméstico,  en condiciones laborales injustas y discriminatorias; esto se debe a que ha sido un trabajo tradicionalmente subvalorado e insuficientemente regulado.

Algunas economistas destacadas, a través de varios estudios, han proporcionado cifras que hablan de ese abrumador desequilibrio. McKinsey (2020) por ejemplo,  develó que el trabajo de cuidado no remunerado realizado por mujeres representa el equivalente al 13% del PIB mundial.

Entre cocinar, limpiar,  atender cada aspecto relacionado con el hogar, que son muchísimos: Cuidar de las niñas, niños, de las personas mayores, enfermas, etc.  Así como hacer seguimiento a la escolarización, por nombrar los más comunes, las mujeres realizan al menos 2,5 veces más trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que los hombres. Por tanto, tienen menos tiempo para dedicar al trabajo remunerado o trabajan más horas, combinando, entonces, trabajos remunerados con otros que no lo son.

Por otra parte, el esquema del trabajo doméstico está estratificado por ingresos: los hogares con mayores recursos pueden tercerizar el cuidado  a través de la contratación de trabajadoras domésticas, pago de guarderías y otras alternativas,  mientras que aquellos que no tienen esa posibilidad apelan a mecanismos de adaptación sumamente inestables y extenuantes. Esto último implica que las mujeres de hogares con menores ingresos se ven forzadas a salir del mercado de trabajo remunerado para dedicarse al cuidado o a delegar en otras mujeres de la familia estas tareas sin remuneración, entre otros. De esta manera, las desigualdades socioeconómicas preexistentes se reproducen, lo que genera un círculo vicioso entre cuidados, pobreza, desigualdad y precariedad, que no permite la superación del fenómeno de feminización de la pobreza.

Si tomamos en cuenta la cantidad abrumadora de familias mono-parentales y el abandono paterno normalizado, la situación es más dramática.

Por lo tanto, se necesitan con carácter de urgencia políticas que ofrezcan servicios, protecciones sociales e infraestructuras básicas, que promuevan la distribución del trabajo de cuidado y doméstico entre las mujeres y los hombres, y que permitan crear más empleos remunerados en la economía asistencial. Es un importante paso para la autonomía económica y la protección de la población en general.

Otras implicaciones que tiene el ejercicio del trabajo de cuido exclusivo no remunerado  son: Menor tiempo para el aprendizaje, la especialización, el ocio productivo, la participación social y política,  el cuidado personal, así como su derivación en problemas psicológicos, carga mental excesiva y deterioro físico temprano. Las mujeres desarrollan más patologías crónicas y tienen menor acceso al descanso, lo que deriva en un impacto negativo en su salud física y mental. Cuando ello sucede ¿Quién cuida a las que cuidan?

Por lo general, se ven limitadas sus redes de apoyo y no hay quien supla, es decir, la labor continua no les permite hacerse cargo del cuido propio, en tanto están sometidas al carácter exclusivo de tal labor en cualquier circunstancia.

Entonces, ¿se trata de reconocer el trabajo doméstico?, SÍ, pero también de crear las condiciones sociales, económicas y políticas para romper con su carácter exclusivo, generando infraestructura social y física, así como  herramientas legales y políticas públicas sostenidas que permitan a todas las familias establecer nuevas dinámicas familiares que apunten a la igualdad plena. Es decir,  que tal reconocimiento no sea meramente declarativo, sino que cristalice en una política de asistencia social que se adecúe al nuevo y heterogéneo esquema laboral sin que las mujeres, sobre todo las pobres,  que son la mayoría, salgan desfavorecidas.

EL DERECHO AL CUIDADO ES UN DERECHO HUMANO.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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