TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN

TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN (4): Apocalipsis según Merton

“Incursiones en lo indecible” (Abbey of Gethsemani, Inc., 1966) de Thomas Merton (1915-1968) es uno de los últimos libros publicados en vida por este extraordinario polígrafo místico. Su lectura reciente de parte nuestra, ha sido esclarecedora y reconfortante en lo espiritual, lo poético y lo político.

Nos permitió comprender el compromiso religioso como modo activo de vida. La Fe acarrea paradojas maravillosas en el magma de lo contingente y escabroso del alma humana.

En una segunda visita, encontramos un extraordinario comentario sobre el Apocalipsis que nos ha sido fructuoso en el contexto de la epidemia del Siglo XXI, el Coronavirus, sin escandalizar ni sacudir la esperanza en el terror con arrebatos catastrofistas del futuro que perviertan el presente lector. Este oasis natural y poético es El tiempo del fin es el tiempo sin sitio.

 

Cónsono con la línea argumentativa y dialógica del conjunto escritural, la Homilía es polifónica y polimórfica, porque trae consigo la mixtura magnífica [no desprovista de emotividad y enternecido humor crítico] del ensayo, la crónica, la glosa y la impostura auténtica del que se burla de sí mismo.

El discurso que ablanda o, mejor todavía, deconstruye la rigidez moralista, fastidiosa  y afectada del púlpito, vincula de guisa inaudita por su excelencia reveladora la Natividad con el Apocalipsis. Esto es una descarnada y fluida vuelta de tuerca dupla a la literatura apocalíptica como tal y al cuadro de regocijo del niño nacido en el establo a la vera de la pobreza.

La NOTA introductoria va a contracorriente de las declaraciones y aclaratorias egocéntricas de los profetastros fundamentalistas y post-calvinistas antes glosados por nosotros. “En su sentido bíblico, la expresión <<el Fin>> no significa necesariamente <<el fin violento, súbito o malo>>. La escatología bíblica no ha de confundirse con la vaga y angustiada escatología del presentimiento humano” (Merton, 1973, p. 45).

 

Consciente del malestar de su tiempo, nos sugiere que quizás tan discutido asunto se incube por debajo de la ola, pues a simple y atrofiada vista no reparamos en las corrientes internas diversas que constituyan la transición de una época a otra, el cambio de un mundo a otro como quien no quiere la cosa.

Por tal razón, Jesucristo advierte que el Fin no será cacareado por la mediática amarillista y bullanguera del momento, ni por la rotundidad de las guerras y las pestes por venir [“mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin” Mt. 24:6]. La segunda venida del Mesías será subrepticia como rayo que nunca cesa y atraviesa de oriente hasta occidente.

Sin pretender polemizar con los futurólogos teístas o no [empero su cargamento ideológico por aplastar la paz y la prudencia de la Humanidad expectante], Merton desenmascara sin vanos apasionamientos sus visiones febriles y tremendistas, amén de sus sesudos análisis escatológicos con la venia de algún poder fáctico:

“De hecho, el temor patológico al fin violento, que, cuando se provoca suficientemente, se convierte en realidad en una esperanza del fin violento, apenas disfrazada, proporciona algo del clima de confusión y desesperación en que se realizan las esperanzas más profundas de la escatología bíblica” (Merton, 1973, p. 45).

 

Los profetas norteamericanos del desastre se despeñan al mar en la forma de báquiros desprevenidos [endemoniados que se fríen en su propia manteca] que se extravían desencaminando la plena y hermosa selva.

Establecer un puente sólido entre la Natividad y el Apocalipsis no estriba en la fanfarronería de pretender ser el más original de los exégetas bíblicos. No es el tránsito de la cuna a la morgue, ni mucho menos el triunfo de Tánatos sobre la Vida.

Cuando Merton nos alienta en La Gran Alegría de la Navidad que a su vez está latente en el Apocalipsis de San Juan [en palabras de F.F. Bruce, el júbilo universal con motivo del triunfo final del Cordero], desdice el terror y la tristeza de la Gran Tribulación arrojándolos a un no-lugar geográfico y existencial.

Lo cual, siguiendo el Evangelio del mismo Juan, repercute en la primacía divina de la Palabra misma en tanto expresión y acto de Habla: “En la luz especial y celestial que refulge en torno a la llegada de la Palabra al mundo, se transfiguran todas las cosas” (p. 46).

No es el regodeo masoquista en la desesperanza ante el fuego de la guerra, las pestilencias, las catástrofes naturales y el desmadre de las repúblicas, sino la renovación del mundo por el Amor desbocado del Creador y sus creaturas muy prevenidas, lo cual incluye a judíos, cristianos y el resto de las creencias en la vocación creacionista del Verbo.

Si se trata de la renovación de la terredad en la creatividad, la Nueva Jerusalén no es exclusividad de determinado pueblo escogido de pretencioso destino manifiesto [los 144.000 elegidos son una metáfora incluyente y no una estadística futurológica piadosa que justifique un cogollo o una élite político-religiosa], sino la Utopía humanística realizable no mediatizada ni por la ideología ni por los economicistas intereses mezquinos de casta.

El nacimiento de Cristo, la forma musical y lírica en la que se anunció, nos remite al fin de los tiempos, puesto que entraña una concepción compleja pero inmediata del Tiempo que concilia la historicidad con lo atemporal.

El Cordero histórico triza el no-lugar que era Judea bajo el pesado dominio del Imperio Romano, a tal punto que el Dios-hombre había vislumbrado la destrucción de Jerusalén por las legiones de Tito el año 70.

El Cordero simbólico fue el sacrificio magno que corregiría o, mejor aún, renovaría el Pacto entre Dios y los hombres: Su sacrificio en la cruz para el perdón de los pecados, no sólo trajo frutos atinentes a la Fe [la erradicación del complejo de culpabilidad inducido], sino en especial liberación histórica, psíquica y espiritual.

Todo ello implica la descomposición más dinámica y osada de un tiempo absoluto que entumece al hombre y a la comunidad, porque se concibe el Tiempo desde la fusión o mixtura de la cronología histórica, la realización mítica y los giros elípticos atinentes a los ciclos.

BIBLIOGRAFÍA

Merton, Thomas (1973). Incursiones en lo indecible. Barcelona, España: Plaza & Janes.

 

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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