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Con su praxis histórica y en su condición de jefe popular o caudillo revolucionario de los pequeños comerciantes y los campesinos marginados, arruinados y sin tierras donde trabajar, producir alimentos, comercializarlos y obtener recursos para su bienestar, Ezequiel Zamora se convirtió en un extraordinario líder social, político y militar que trascendió; y seguirá siendo una referencia histórica estratégica y universal con su proclama irreductible de “Tierra y hombres libres”.

Zamora nació el 28 de enero de 1817, en pleno proceso de la guerra de independencia contra la dominación española; y muere asesinado el 10 de enero de 1860, después de haber obtenido la gran victoria en la famosa y decisiva batalla de Santa Inés, contra la oligarquía criminal, liderada por el General José Antonio Páez en su condición de nuevo oligarca, corrupto y perverso.

Es necesario aclarar que “Como miembro del Partido Liberal, y por desencuentros con José Antonio Páez, líder del partido godo y las fuerzas conservadoras, Zamora se levantó en armas el 7 de septiembre de 1846. En esta época es cuando comienza a ser conocido como «General del Pueblo Soberano» y se conoce su consigna reivindicativa más destacada: «Tierra y hombres libres». (Ver: Telesur.net).

Le tocó vivir en la época de dos grandes realidades totalmente antagónicas. Por un lado, el gran auge de la nueva oligarquía criolla, dueña y señora de las tierras cultivables del país, del transporte y la comercialización; encabezada y liderada por el otrora Centauro del llano: el General Páez como nueva figura principal del nuevo poder económico y político, opresor y despótico de la mala república, desviada de sus orígenes bolivarianos.

Por otro lado, y en resistencia contra ese poder anti pueblo, surge la fuerza de los campesinos pobres y sin tierra, enfrentados a la oligarquía criolla. En esas filas, se ubica con gran pasión y lucidez estratégica, Ezequiel Zamora. Rápidamente, se convierte en el nuevo líder de los siempre explotados; demostrando así una extraordinaria capacidad como estratega y maestro en el dominio del arte de la guerra popular prolongada.

Bertolt Brecht (1898 – 1956), poeta alemán, dramaturgo y creador del teatro épico del siglo XX, nos dice: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.” Así fue y sigue siendo, Ezequiel Zamora, nuestro héroe anti oligárquico, justiciero y revolucionario adelantado de lo que luego sería la praxis socialista del siglo XX.

Efectivamente, la consigna central de “Tierra y hombres libres”, es una magnifica síntesis de la prolongada lucha, ancestral y moderna, por la libertad y el desarrollo integral de los pueblos. Antes de la llegada de la hispanidad europea, nuestros ancestros aborígenes vivían de manera libre y autosuficiente.

Con el posicionamiento colonizador de España, a partir de 1492, se siembran en nuestro continente los siguientes contravalores, que se autoerigen como superiores frente a las tradiciones de los nativos de esta tierra de amor y de gracia:

  • La acumulación de oro como valor de cambio para el comercio y enriquecimiento de los opresores; en contraposición al valor de uso, como originalmente lo asumieron nuestros ancestros indígenas.
  • La apropiación indebida de la tierra, convertida primero en propiedad de la Corona española y luego, en propiedad privada y espacio para la siembra de la esclavitud humana.
  • La abolición de los mitos ancestrales y su sustitución por la cristiandad única y omnipotente de la iglesia corrupta, perversa y criminal de la época medieval, arraigada en los reinos de Italia y España.
  • La eliminación del derecho ancestral a la tierra, convertida por Colón y sus seguidores, en propiedad privada de la Corona española y sus representantes en suelo americano.
  • El uso y abuso sexual de las mujeres nativas en nuestra tierra virgen y prodigiosa, sin importar sus propios vínculos sexuales con sus congéneres.

Frente a ese proceso de invasión, colonización y destrucción por parte de los invasores, nuestros aborígenes sobrevivientes de ese holocausto, resistieron, combatieron y murieron en las aguas y las costas de nuestro mar Caribe. Muchas otras tribus se replegaron para sobrevivir en las montañas, sabanas y llanuras del Sur de Venezuela. De esa manera, se conformó la resistencia indígena que hoy sigue viva en nuestro suelo continental y enarbolando el “tierra y hombres libres” del general Ezequiel Zamora.

En el contexto histórico de trescientos años de dominio español, se puso en marcha el plan colonizador de estas tierras inmensas y llenas de riquezas naturales. Igualmente, surgieron cuatro grandes referencias cimeras que anteceden el tiempo de Zamora y lo nutren en su pensamiento y acción. Esas cuatro grandes referencias son:

Primero, el indio Guaicaipuro, máxima figura de la sangre irreductible de la raza indígena; la encarnación más prominente de la resistencia. El cacique defensor de la tierra y los hombres libres de sus tribus o pueblos originarios.

Segundo, el negro José Leonardo Chirino, que estudió y se rebeló contra la esclavitud para convertirse en la figura paradigmática del cimarronaje de la afrocaribeñidad y fuente nutritiva de la negritud afrocaribeña que enarbolara, mucho tiempo después, el gran poeta y líder político de Martinica Aymé Cesaire.

Tercero, Don Simón Rodríguez, gran maestro de la praxis liberadora y socialista; nuestro más excelso, profundo y acucioso filósofo, digno y original. El que formó el alma del niño Simón Bolívar para lo hermoso y lo grande. Su premisa fundamental “Inventamos o erramos” es un llamado profundo a la originalidad, la identidad y los saberes propios y necesarios de nuestro pueblo, con sus hombres y mujeres en tierra libre y soberana.

Cuarto, y en un tiempo más cercano para Zamora, está la gran figura del padre de nuestra patria, el Libertador Simón Bolívar, máximo representante de la visión integradora de la América toda en una sola gran nación, tal como lo expone en su discurso de febrero de 1819, en el Congreso de Angostura: “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.

Asimismo, en su mensaje de convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), Bolívar dijo: “La mejor forma de gobierno es la que puede dar al pueblo el máximo de seguridad política, de seguridad económica y de seguridad social”. Alemania aprueba el seguro social obligatorio el 17 de noviembre de 1881, mediante un modelo de contribución tripartita por parte del Estado, los patronos y los trabajadores, el cual se extendió por el mundo. (ver: www.nacion.com/).

En ambas citas podemos precisar la necesidad de “tierras y hombres libres”, para poder obtener o alcanzar “la mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.

Ubicándonos en nuestro propio tiempo real y concreto, histórico y revolucionario, dialectico, crítico y autocrítico, sistémico y complejo, debemos decir que en esa idea síntesis (“Tierra y hombres libres”), unificadora y renovadora de sí misma en el tiempo y el espacio que hemos correlacionado, está dada la vigencia plena y absoluta de esa sabia sentencia del general de hombres libres, Ezequiel Zamora.

A la luz de estas correlaciones entre los tiempos históricos y los cotidianos, entre las ideas y las teorías, las acciones tácticas y estratégicas, los protagonistas y los no protagonistas o excluidos y sus resultados, podemos decir que el tiempo es el gran arbitro de nuestras acciones.

El tiempo histórico contiene en sí mismo al tiempo cotidiano; pero pareciera que las alas del primero reducen o anulan al segundo. Por esa razón, la crítica y la autocrítica de verdad, verdad, son necesarias y vitales.

En tal sentido, la objetivación dialéctica del tiempo histórico consiste en descubrir, develar y poner en evidencia pública, real y concreta, las relaciones antagónicas y no antagónicas entre las fuerzas reales, tangibles, observables y medibles.

Las fuerzas sociales de la historia, con conciencia propia, coexisten y se relacionan en términos diferentes y antagónicos; o de cooperación y unidad complementaria; en función de sus propios intereses y desde sus respectivos contextos reales y concretos, donde surgen y se desarrollan las contradicciones y guerras o la solidaridad, la complementariedad y la unión.

Con base en ese enfoque metódico, podemos decir que la idea de “tierra y hombres libres” es antagónica o contraria a la idea de “tierra cercada de propiedad privada y hombres enajenados y asalariados”. Desde el tiempo de la implantación del sistema capitalista burgués pro imperialista, hasta hoy, la economía privada en todas sus formas y niveles, ha sido y sigue siendo hegemónica.

Romper y superar el sistema o paradigma de la propiedad privada del capital y los bienes que ese sistema genera, hasta sustituirlo con el proyecto liberador y socialista, no ha sido ni será una tarea sencilla o fácil.

La historia actual así lo está demostrando en nuestro país, como lo demostró en sus respectivos momentos históricos de las revoluciones rusa, china, cubana, vietnamita y todas las demás, incluyendo la nuestra, que hemos asumido la liberación nacional, la independencia, la soberanía y el socialismo bolivariano del siglo XXI.

Ubicado en ese contexto histórico, nuestro comandante Hugo Chávez tuvo inicialmente, la visión integradora de las tres fuentes fundamentales: La filosofía del maestro Simón Rodríguez, la doctrina política, social y militar de Simón Bolívar; y la visión profunda de la integración etno-social-liberadora de Ezequiel Zamora.

Todo eso está plasmado en El libro azul de nuestro comandante eterno, que debemos leer y releer para no andar extraviados en los dogmas anacrónicos del marxismo-leninismo, que tanto mal le han causado a las esencias sociológicas de la dialéctica histórica revolucionaria de Carlos Marx; y a las esencias de la sabiduría política, organizativa, militar, táctica y estratégica del gran Vladimir Lenin, primer marxista victorioso en la historia contemporánea del socialismo.

Hoy, a pesar y por encima de todas las enormes dificultades que nos ha creado y a las que nos ha sometido la guerra no convencional del imperialismo yanki y sus aliados internos (la burguesía apátrida, la burocracia ineficaz y corrupta, los partidos políticos anti-chavistas que adversan a nuestro actual presidente Nicolás Maduro; y los medios de información privada), es indudable que estamos y seguiremos en victorias.

Aclaremos, entonces, que esas victorias de hoy, a diferencia de las primeras victorias chavistas, consisten en que todas las ofensivas destructivas de la guerra multidimensional de cuarta generación, desatada criminalmente por el imperio contra nuestro país, la hemos derrotado en sus objetivos estratégicos (destruirnos como país); pero, seguimos padeciendo sus objetivos tácticos de sabotaje, sanciones, medidas coercitivas, etc.

 

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En ese contexto de guerra no convencional, la dolarización forzada ha logrado imponernos los golpes mortales al salario a través de la guerra inflacionaria que consiste en elevar los precios para destruir el salario hasta que la hambruna, la desesperanza y la desesperación hagan estallar la guerra civil.

En ese escenario hipotético de la estrategia imperial, ellos darían los golpes mortales y definitivos para destruirnos y luego reposicionarse como amos y señores de nuestro suelo patrio para agarrarse de manera exclusiva y hegemónica todas nuestras riquezas naturales y mineras. Ese es el verdadero plan imperial.

A la luz de la actual confrontación histórica que estamos protagonizando victoriosamente en Venezuela y en toda la América indo-afro-latina-caribeña, contra el decadente y anacrónico imperio norteamericano; y ubicándonos con plena conciencia y reconocimiento dialéctico, crítico, sistémico y complejo de nuestros propios procesos revolucionarios, es necesario tener siempre presente en nuestra praxis, ese mandato zamorano e imperecedero de “Tierras y hombres libres”. Zamora vive y cabalga sobre nuestro siglo XXI.

 

Christian Farías / Ciudad Valencia