«Una canita al aire» por María Alejandra Rendón Infante

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María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)
Aproximación a la doble moral sexual

 

La doble moral implica un tratamiento diferenciado a un mismo comportamiento. En el caso de la sexualidad, la doble moral ha impuesto una brecha en la que hombres y mujeres se vinculan y desarrollan su sexualidad de manera distinta a lo largo de la vida.

A los hombres se les alaba y aprueba el exceso de sexualidad, mientras se ejerce una enorme condena a las mujeres que actúan tal cual lo hace el hombre promedio. Los prejuicios, por lo tanto, forman parte de la cultura que reprime y recrimina la sexualidad de las mujeres y las somete a una moral exclusiva y limitante. La doble moral evidencia la profunda discriminación que ejerce la sociedad, en su conjunto, en un importante y definitorio aspecto de la vida.

Según esta premisa, las mujeres han de ser formadas en el recato y la sumisión, mientras que los hombres lo serán para la vida pública y las libertades que implican la construcción de poder, tanto dentro como fuera del hogar. En ese amplio marco de libertades se encuentra las decisiones relacionadas a la vida sexual, siempre a sabiendas de que no existirá condena alguna, o al menos no como se ejerce hacia las mujeres, aun cuando en ambos casos se trate de una forma de violencia. Es común asumir que la infidelidad forma parte de la “naturaleza masculina” y que, por lo tanto, es un comportamiento inevitable, un mero impulso que, por biológico, es irrefrenable.

Es también la razón por la que, aunque genere un daño profundo, se nos exige estar preparadas para superar “las canitas al aire” porque forma parte del vínculo de pareja. Prácticamente está normalizada esa forma de violencia y, no solo eso, sino que la misma conlleva a una valoración positiva de los hombres; es un símbolo de poder, virilidad y ostentación. “La canita al aire” es el eufemismo para invalidar cualquier respuesta, para atenuar el daño, para restar importancia al dolor que pueda generar, porque “una canita al aire la echa cualquiera y  no es para tanto” siempre y cuando la protagonice un hombre y no al contrario.

Las mujeres que acceden a relaciones extraconyugales son condenadas y hasta hace pocas décadas eran objeto de tortura y toda clase de condenas o vejámenes.  “El crimen de honor” (uxoricidio) estuvo, hasta hace poco, vigente en varias legislaciones, incluida la nuestra, el mismo consistía en validar el daño mortal a las mujeres que cometieran adulterio. Pero no ha sido este el único mecanismo para aleccionar al resto. Toda la industria cultural ha estado al servicio de establecer una condena colectiva y descarnada contra la mujer infiel y de indultar al  mismo tiempo a los hombres. El arrepentimiento siempre bastará para él y no para ella.

Se espera que las mujeres sean quienes críen y sirvan en el espacio del hogar, mientras el hombre cumple una función satelital. Asimismo es común que de las  mujeres se reclame pureza, exclusividad y el ejercicio de un rol pasivo dentro de la relación sexo-afectiva.

El falo constituye el centro de la relación intima, basada básicamente en la satisfacción masculina, tan es así que a menudo se justifique la infidelidad como consecuencia de una vida sexual insatisfecha, es decir, se victimiza al que la comete y se traslada la responsabilidad a las que están en el deber de atender todas las demandas. El hombre, mientras tanto, asume un papel de dirección que reclama docilidad y subordinación. Un ejemplo claro es el referente  construido a partir de la pornografía, que  ha venido remachando hasta la saciedad este esquema desigual y castrante.

Expresa Coral Herrera: “Según esta doble moral, la promiscuidad femenina es un pecado aberrante, digno de castigo, y la masculina es un símbolo de potencia, virilidad y éxito social». Es un pensamiento binario que contrapone a hombres y mujeres y que viene a decirnos, simplificadamente, que el placer masculino es «normal» y bueno, y el placer femenino es malo, anormal. Por eso no existe la palabra «ninfómana» en masculino. Es decir se entiende que para ellos la monogamia es asfixiante, y muchas veces imposible; por eso se «perdona» el escarceo amoroso masculino como algo inevitable, saludable, corriente. Una canita al aire es un «pecadillo» del que el hombre puede arrepentirse, véanse la cantidad de canciones en las que el cantante se muestra arrepentido de su aventurilla y pide el perdón de la señora esposa. Para lograrlo se denigra a la amante a la categoría de objeto sexual, o se la acusa de ser una embaucadora perversa que ha «obligado» al macho a romper con el pacto de fidelidad que suscribe al casarse. 

Esta doble moral también es útil para clasificarnos a las mujeres. Mientras existe la frase “hombre es hombre” para restar importancia a los vínculos sexo-afectivos múltiples que éste establece, las mujeres somos condenadas a ser buenas como sinónimo de “puras”. Ser buenas es básicamente ejercer un comportamiento contrario a lo que del hombre se espera. Mientras menos experiencias sexuales acumulen las mujeres, su valor ante la sociedad crece. En el mismo momento en que la mujer decide una vida sexual libre, con decisiones autónomas, será clasificada en la categoría de  mujer mala.  Una mujer mala es aquella que se autoexcluye del rol que la sociedad demanda.

Para las mujeres ha sido difícil expresarse sexualmente desde el erotismo y no desde la procreación.  Tan es así que, antes del matrimonio, los varones pueden disfrutar de una vida sexual activa y con diferentes parejas, experimentar en toda clase de vínculos, mientras en las mujeres su impedimento principal era la virginidad, ya que se consideraba el símbolo de pureza, y “la pérdida” de la misma antes del matrimonio representaba una devaluación en la imagen de la mujer; recordemos que el concepto de “virginidad” se ha convertido en una vieja idea social en la que se consideraba que la pérdida del himen era criterio suficiente para que una mujer fuese devuelta a la familia y castigada cruelmente. Aún sobrevive en el imaginario este prejuicio vetusto, al cual se le sigue rindiendo culto. Otro ejemplo claro y palpable de la criminalización de la sexualidad femenina es  la ablación,  la práctica castradora más cruel que se pueda cometer contra las niñas y mujeres, y que sigue siendo una práctica vigente que no ha logrado ser abolida del todo.

De igual manera se ha establecido la creencia de que solo el hombre tiene deseos sexuales o con un nivel mayor de intensidad, lo cual es completamente falso. Son elementos que forman parte  del sesgo científico  que funge como uno de los tantos falsos cimientos que sostienen la moral patriarcal y la doble moral sexual.

Existen, según esta lógica,  las mujeres buenas, “las de su casa”, fieles al mandato de la exclusividad y  lealtad con el vínculo y dispuestas siempre a perdonar las “canitas al aire” y existen “las mujeres malas”, de “moral dudosa”, “las bichas”, las que eligen con quién estar, las que pueden prescindir de la unión conyugal, las que asumen la sexualidad como fuente de placer y hacen ejercen la misma con las libertades que son exclusivas del género masculino.

A “las mujeres buenas” se les elige para compartir la vida y procrear, aun así, el hombre promedio no prescinde del todo de “malas mujeres”, aquellas con las que se vinculan ocasionalmente para tener sexo. Ellas son objeto y serán utilizadas para una satisfacción  específica que, siendo prolongada o no en el tiempo, se queda en los márgenes de un acuerdo tácito. A ellas se les desprecia para lo demás, no serán jamás un “buen partido”, ni un perfil apto para un compromiso de otra naturaleza. No son confiables.

Las  “mujeres  buenas”, además, son formadas para juzgar y  despreciar a las “mujeres malas” (los hombres malos no existen, son hombres, sin más), porque se infiere que de no haber mujeres malas, las “canitas al aire” no existirían, cuando se trata realmente de todo lo contrario: mientras el marido infiel lo hace “porque no lo puede evitar”-y con ello es exculpado-  la figura de la “roba maridos” es la señalada y recibe todo el cuestionamiento social.

 

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El placer sexual sin fines de procrear no está permitido en las mujeres, moralmente hablando, tan es así que la edad es una variable a considerar. Una vez caduca nuestra etapa reproductiva se vuelve un tabú hablar de la vida sexual con fines placenteros. El objetivo de una mujer joven es ser apetecible para un proyecto de procreación con su par, tratar de encajar en el orden binario establecido y, para serlo, necesita limitar lo más que pueda sus libertades sexuales hasta que logra unirse dando pruebas constantes de respeto, aun cuando no sea recíproco.

Cuando una mujer comienza a romper las barreras de estos ideales buscando el propio placer sexual, entonces no es de fiar, de hecho, pueden ponerse en duda el resto de sus cualidades y capacidades. Las decisiones autónomas en cuanto a la vida sexual, según el patriarcado, deforma su identidad femenina, por lo que tenemos a las mujeres en dos extremos: vírgenes o rameras, mientras que para un hombre la sexualidad es una forma de demostrar su masculinidad y no recaen valoraciones negativas sobre ninguna de las maneras en las que decida hacer ejercicio de la misma. En cualquier caso, “forma parte de su naturaleza”

Según lo valorado hasta ahora, no existe, entonces, ofensa mayor para un hombre que aquella que la mayoría de estos profiere sin remordimiento porque es un derecho cultural adquirido. Un hombre no puede, ni debe, perdonar una infidelidad porque debe ser respetado en todo momento, sobre todo por su pareja. El pacto masculino excluye a los “cabrones”, estos no son sujetos de respeto y reconocimiento por parte de sus iguales; el pacto masculino justificará  al infiel y le protegerá si es necesario,  pero execrarán al que perdona la infidelidad, porque el perdón es  una divisa exclusiva de las mujeres.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Forma parte del Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte (Frapom) y es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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