«La violencia pasiva. La más profunda, humillante e invisible» por María A. Rendón Infante

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No existe forma de violencia más profunda que aquella que adopta formas sutiles o enmascaradas. La violencia activa, por visible y fácil de identificar, es aquella que se define clara y rápidamente, pues, el dolor, el daño físico, el insulto son  indicadores indiscutibles de que se está en medio de una situación de violencia, aun así, en  muchos casos, se encuentra naturalizada.

En comparación a las violencias invisibles, la activa, por lo general, es la más condenada; en torno a ella se habla y  está más cuestionada a pesar de que, paradójicamente, intenta ser permanentemente justificada, sea cual sea el vínculo dentro del cual la misma se ejerce.  Solo basta mencionar el castigo físico hacia los hijos e hijas, así como en la pareja, para que, de inmediato, se intente ponderar en cuales escenarios ésta tiene cabida y es válida, cuando lo  cierto es que, en ningún caso, la misma debe ser normalizada.

El caso de las violencias emocionales o pasivas, que son ejercidas constantemente en cualquier tipo de relación, se detecta tardíamente (o nunca), a través de los daños profundos que deja en quien la recibe y, por lo general, en el momento en el que ya el daño es sistemático, profundo y, algunas veces,  irreversible. Esta violencia, por difícil de distinguir, es un daño que se intuye, pero del cual no hay dudas de que estamos siendo objeto.

Se trata de una conducta que regula sus acciones ante las formas de violencias activas, pero  ejecuta el daño de otras maneras, sin que se le pueda acusar de violenta, pues buscará  subterfugios para llevarla  cabo. Estos perfiles son expertos en lanzar dardos invisibles, difíciles de esquivar y que no se sabe la intención clara de los mimos, sin embargo, su intención es amenazar la estabilidad de otro u otra como forma de control, sobre todo al constatar que dichos comportamientos o acciones surten efecto. Si esa persona se encuentra enojada, arritada, inconforme, tratará de trasladar ese sentimiento al resto.

La agresividad silenciosa es algo sumamente desgastante y   cualquier situación de conflicto  es manejada sin disposición de solucionar, sino en trasladar culpas de manera constante o sometiendo a la persona a un estado de incertidumbre. El perfil pasivo agresivo causará daños a través de acciones típicas que guardan relación con sus miedos e inseguridades. Usa la manipulación, la victimización  o la frialdad como fórmulas para deshacer las expectativas de la otra persona.

Cabe destacar que el perfil violento pasivo, obedece a su imagen y la valora, por lo que no se expone al juicio ajeno. Pueden ser personas cultas, con estudios profesionales y aparentemente inofensivas que ejercen la violencia con cálculo e inteligencia (sin ser obvias)

 

Entre las acciones más comunes de un perfil pasivamente violento se encuentran:

Invalidar las emociones: un rasgo que es muy común es la de restar importancia a las emociones ajenas. Es decir, si para esa persona no es importante, para la otra tampoco debe serlo.

Calificativos como: dramática, histérica, sensible, etc. Son las más usadas a la hora de desprenderse de cualquier responsabilidad ante un hecho. No la asumen, porque creen que no hay motivos.

 

Falta de interés: Las violencias pasivas, por lo general, son muy comunes en los perfiles narcisistas, por lo que son personas que celebran el interés demostrado hacia éstas, pero no construyen una reciprocidad al respecto.

Por lo general, se desconectan con mucha facilidad de los propósitos ajenos, a menos que de forma directa les beneficie, de hecho, también suelen restar importancia a los esfuerzos diarios que el entorno ejerce hacia su bienestar. Cree merecerlos, pero raras veces retribuye.

 

El mínimo esfuerzo: El perfil agresivo pasivo demanda atención que no brinda y cuando lo hace, casi siempre, es un hecho que obedece a la solicitud constante por parte de los demás o como mecanismo para el control de daños.

El dar de manera genuina y espontanea no es un rasgo que les caracterice. Se esforzaran menos por hacer feliz a los demás. Lo menos que puedan. Eso hará infeliz al resto.

 

 Dificultad para recibir con agrado la felicidad ajena: La agresión silenciosa también es apática a la felicidad ajena. Siendo que el origen sea la envidia o la frustración, estas personas, jamás reconocerán ello.

Actúan a partir de  impulsos inconscientes por anular la felicidad de los otros, opacarla o minimizarla. Además hacen esfuerzos cotidianos por visibilizar las debilidades y defectos de los demás, incluso para usarles como razones para justificar sus acciones, su desinterés o apatía.

También se  rehúsan a transformarse, consideran que deben ser aceptados tal cual son, aunque sus actitudes profieran daño y lesionen emocionalmente a su entorno. En el caso de las parejas, son audaces en reconocer los puntos de gatillo, procurarán entonces ir a los costados débiles de la otra persona para desprenderse de responsabilidad en la resolución del conflicto.

 

El silencio como castigo: En lugar de aclarar situaciones, se distancian. Pueden emplear el silencio como herramienta de castigo, incluso durante largos periodos, agudizando las tensiones que pueden terminar detonando en escenarios de violencia mayor.

Al momento de considerar hablar, solo precisan el objetivo de anular a las otras personas y dar cabida a sus razones y argumentos. Todo lo que implique asumir errores, es rechazado, aunque esté plenamente consciente de que se ha equivocado.

 

Enojo e ira constante: La ira y el enojo constante son signos de una persona agresiva/pasiva. En el caso de la relación de pareja, es probable que la irritabilidad inexplicable sea un comportamiento más evidente cuando se está en el espacio de convivencia con ésta.

El enojo es la forma de protección e intimidación más efectiva. Descoloca a la otra persona psicológicamente y si no tiene herramientas para hacer frente a ese comportamiento, inmediatamente sentirá responsabilidad ante ello.  El desgaste emocional y la confusión son los primeros síntomas que presentan quienes conviven o están muy cerca de una agresión pasiva.

 

Falta de honestidad: declarar que sienten o piensan algo, puede no ser muy coherente con lo que hacen. Por ejemplo, es muy común que declaren estar de acuerdo con una decisión tomada, cuando en el fondo no es así, pero trabajen por sabotear los resultados.

De igual manera dicen sentir cosas, que les cuesta o tienen incapacidad de demostrar. Por lo tanto, darán intencionalidad a las palabras, más que a los propios hechos. La inconformidad del entorno es constante y el desgaste emocional, más aun.

En  muy común que cuando algo les molesta, no lo manifiesten, pero trasladaran el enojo a otros hechos que hagan sentir mal a la otra persona, en quien inmediatamente su ira resuena.

 

Desprecios sutiles: Minimizar los logros, hacer comparaciones jocosas o desaparecer cuando están conscientes de que más se les necesita, es una manera común de ejercer violencia silenciosa.

También se quejan sutilmente de todo cuantos les rodea, son poco optimistas ante las ideas optimistas y se muestran conformistas. En el caso de la relación sexo-afectiva, es común aparentar desinterés sexual, para provocar inseguridad o culpa en la otra persona.

 

Terquedad: Son personas con muy poca apertura a las razones ajenas por obvias que parezcan, la retórica bien construida, será el elemento a agotar para quedarse con la razón a toda costa. Son inflexibles en sus creencias o prejuicios, a los cuales se apegan con un revestimiento de seguridad y convencimiento.

 

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¿Qué hacer para lidiar con una persona que ejerce la violencia pasiva?

Una vez que podemos caracterizar este perfil -que no necesariamente agrupa todos esos rasgos tipificadores- es importante delimitar nuestro accionar a favor de que la persona violenta lo supere, es decir,  es importante asumir que es un asunto que tiene que ver más con esa persona que con nosotros o nosotras; ese esfuerzo por querer cambiar no siempre se traduce en lograrlo y es injusto asumir esa responsabilidad. En todo caso, la ayuda profesional es la más idónea en estos casos.

 

Manifestar que nos afecta, posiblemente agudice la situación. Recordemos que la violencia desea ser ejercida, (en mayoría de casos) solo que de una manera en la cual no pueda ser identificada.

Por lo que, una vez detectamos que es una forma de violencia lo mejor es ignorar ese comportamiento, es decir, que no surta el efecto previsto. En el caso de la relación de pareja es más complejo, porque se subestima el daño  psicológico profundo que esto ocasiona y, por lo general, creemos que podemos hacernos cargo de la situación que, quizá, por no tratarse de una violencia visible, es soportable.

También es común que buena parte de esas violencias se asuman como parte de la personalidad y el carácter, por lo tanto se trata de aceptar, aunque la situación lastime nuestra autoestima.

Es importante  tomar consciencia de que ninguna forma de violencia,  por sutil que se manifieste, deber ser admitida o normalizada. Buscar ayuda si se padece de violencia emocional es importante, sobre todo, para que la persona rastree con claridad los efectos directos de estar sometida a la misma de manera prolongada.

Permite activar mecanismos psicológicos para detectarla y para confrontarla psicológicamente, lidiar con sus consecuencias y colocarse subjetivamente como persona a elegir si algo amenaza su estabilidad.

Toda persona, incluyéndonos, puede ejercer cualquier forma de violencia pasiva ante una situación específica, lo es importante saber distinguir eso de un perfil pasivo agresivo, de quien hace ejercicio de la misma de manera constante  e indiferente a los daños y lesiones que ocasiona.

Lo mejor para salvaguardar nuestra salud mental es mantenerse lejos de estos perfiles, más cuando no hay disposición de reconocerse como personas  agresivas y haciéndonos responsables de  sus reacciones.

La violencia pasiva es igualmente destructiva que la más descarnada forma en las que las violencias se manifiestan. No se debe permitir, no se debe dar concesiones a la misma, sus consecuencias son realmente aniquiladoras.

De manera que es importante saber cuando estamos ejerciendo la violencia pasiva o siendo blanco de la misma. Sea cual fuere el escenario, una vez la detectes, es importante hacer algo al respecto.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Forma parte del Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte (Frapom) y es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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