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Solo se disfraza lo que carece de rostro. El ser humano es un animal entreabierto, esquivo, que busca a toda costa conocerse. El trasfondo del carnaval es el anhelo permanente por la novedad, el deseo constante de lo nuevo. Inmensa paradoja: lo nuevo engendra la repetición y esa vinculación constituye la flecha y el círculo de la historia.

No nos detendremos aquí en las consideraciones genealógicas en torno al carnaval, ni tampoco perderemos espacio repitiendo su pertenencia al folclore de los pueblos. Me interesan sus aspectos filosóficos y algunas claves de sus rituales que nos pueden dar una mejor comprensión sobre la dinámica de la cultura actual.

El carnaval se caracteriza por el cambio, la metamorfosis, la mutación de un ser a otro ser, a veces distintos; pero siempre descubriendo la semejanza. El carnaval es una especie de permiso para que el camuflaje socialmente aceptado sea ridiculizado y grotescamente ofendido. Todos los días vemos policías y enfermeras, por citar dos ejemplos, pero no los vemos disfrazados. Basta que ese mismo disfraz lo use otra persona y lo coloque en una comparsa o salga actuando a los actores referidos, para que nos demos cuenta de que en esos uniformes hay una impostura, una máscara. La inquietud humana que recorre todo el carnaval es la pregunta por el ser: ¿Quién soy?

Hace algún tiempo era costumbre carnavalesca que casi todas las personas disfrazadas le preguntaran a otra: ¿a que no me conoces? Las dos preguntas tratan el mismo tema y son válidas con y sin disfraces, y además las tenemos presente en todo momento.

Todas las sociedades procuran marcar a sus habitantes, marcar y ser marcado se empalman a cubrir y recubrir. Estas acciones son propias de todos los habitantes del planeta, nadie escapa a este doble binomio de acciones culturales. En todo marcaje se encuentra la escritura, y en toda escritura el intento de nombrar y recuperar la memoria de lo ocurrido. El carnaval nos lo recuerda, en esos días sintetizamos lo que siempre hemos venido haciendo, pero lo ejercemos en forma de agresión burlesca, de venganza permitida.

No hay nada más ajeno al cuerpo que el nombre, pudiera darse el caso de que el nombre traduzca a los rasgos más sobresalientes de una personalidad; sin embargo, nada en el nombre alude a un cuerpo. El nombre es una marca que termina siendo un signo de pertenencia y de intimidad. A través del nombre el cuerpo deja de ser tal para convertirse en un sujeto, precisamente la palabra “sujeto” se refiere a la capacidad que tenemos para aferrarnos al lenguaje, y con el lenguaje entra la ley de la cultura: individualizar lo que es plural y pluralizar las autenticidades para reducir su poder de contagio y trasgresión. Así que todo inicia por el otorgamiento de un nombre, viejo hábito adánico.

Digamos entonces que el carnaval es el estado permanente de la sociedad, su condición de desenvolvimiento, pero veamos que en una sociedad sus socios se disfrazan para negociar y llegar a acuerdos en ciertos y determinados temas. La comunicación se establece entre seres que se cubren y que a la vez recubren a otros. La comunicación no puede alcanzar al ser que se oculta tras bastidores, tras sus uniformes, en el fondo de los escenarios, más allá de sus imposturas sociales.

La identidad no es de ninguna manera una correspondencia unívoca e inequívoca entre atributo y sujeto. Toda identidad es un recubrimiento y un encubrimiento que los individuos, grupos y sociedades generan para convertir al cuerpo en un ser cultural. Envolver al cuerpo con capas psíquicas de ser, convertirlo en un mostrador de signos ideológicos y de comportamientos, de manera tal que pueda generar el contagio de identidad y ser reconocido por otro tipo cultural diferente, con todas sus variedades. Recubrirse es poner en prácticas rituales —o el despliegue de aquellas capas—, recubrirse es hacer presente el cúmulo de las capas del encubrimiento, alude a desplazamiento y ejercicio de las identidades y papeles sociales, comprende en ella las envolturas físicas que sus actores consideren sean las más adecuadas en relación a los encubrimientos que vehiculizan.

Los recubrimientos cambian de acuerdo a una tal relación de adecuación (identidades) y a las condiciones climáticas, geográficas, históricas, etc. que las culturas poseen. En cada ciclo histórico, o en cada momento histórico donde un factor de producción impere o domine sobre otros, el ser de trabajo tiende a mimetizar, imitar e identificarse con ese factor, nuestras sociedades son ricas en lo que estoy diciendo, el ser humano tiende a adquirir el carácter de las máquinas y los productos. Las sociedades indígenas, por el contrario, se decoran la personalidad con el animal tótem y la cultura gira en torno a la asimilación por la conducta de los factores naturales inmediatos, la danza, los dibujos, los mitos y los rituales son modos donde expresan esa cercanía afectiva y esa comunicación con sus complementos naturales.

Recubrir despliega signos de identidades y de reconocimientos visibles, concretos, pero también discursos que hacen circular las identidades no visibles como cohesionadoras de las demás. Todo esto hace que el sujeto sea un núcleo de acciones de suplencias. Y con esas suplencias, es decir, con la puesta en práctica del carnaval, el cuerpo se olvida.

El olvido del cuerpo es el paso que no regresa a una economía de los sistemas ecológicos, a una toma de elección por los mecanismos de perdurabilidad de los grados de pureza de los sistemas naturales en los que muy bien se puede desenvolver la vida cultural de la especie. El olvido del cuerpo se manifiesta en el ejercicio de las funciones culturales e históricas que hemos mencionado, sobre todo, el encubrimiento y el recubrimiento. Todos se expresan al mismo tiempo, unas implican a otras y viceversa, son nociones espaciales y corporales, por lo tanto también son psicológicas, culturales, históricas, pasionales, sociales, eróticas, sexuales, folclóricas, etc.

El cuerpo, en tanto que totalidad de funciones internas y externas, es encubierto con los tejidos culturales, separado por estos tejidos que se superponen unos sobre otros hasta dejar en su fondo la importancia de lo elemental del ser ecológico; envolturas y envolturas de personalidades que aumentan con el desarrollo de los medios de comunicación, el cruzamiento de diferentes culturas, el trabajo en sentido general y el llamado desarrollo tecnocientífico. Capas de transformaciones que, a diferencia de la metamorfosis del gusano en mariposa, el ser humano no se transforma para ser libre sino para asentar la impronta virtual de esa posibilidad y cae presa de las estructuras sociales y culturales. El ser humano se transforma de cuerpo a sujeto y en ese pasaje pierde libertad.

 

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Cuando el cuerpo está en el centro de las acciones sociales, cuando él rige los intereses, entonces las suplencias se tornan estáticas y se envuelven con la repetición del ritual y el tiempo es muy lento, casi se puede decir que no transcurre; pero cuando el cuerpo se ha olvidado, las suplencias no paran de caer una sobre otras y esto da la sensación de una dinámica social intranquila, el tiempo parece fluir en forma de sucesión continua. Es esto lo que nos ocurre en nuestra cultura, un carnaval en perpetuo desarrollo.

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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