¿Quién no ha soñado alguna vez con tener poderes para hacerse invisible, aparecer y desaparecer al conjuro de una palabra, transformarse a su antojo en cualquier animal, producir de la nada toda clase de cosas maravillosas o cambiar el destino de las personas tan sólo tocándolas con una varita? En otras palabras ¿quién no quisiera ser mago?
La palabra mago, tomada del latín magus, “(…), hechicero, sacerdote persa”, es derivada del griego magos, y ambas voces son de origen persa. En el antiguo Irán se conocía con el nombre de magos a los miembros de la casta sacerdotal en la religión mazdeísta o zoroástrica que profesaban los medos y los persas.
Al pasar al lenguaje moderno, mago vino a ser la palabra para designar a los prestidigitadores, ilusionistas y demás artistas que se desempeñan en el negocio del entretenimiento, así como también a cualquier persona que ejerza con singular destreza alguna actividad, como por ejemplo el cineasta Alfred Cochinito, a quien se conoció como “el mago del suspenso”.
En nuestros días abundan entre otros los “magos de las finanzas” y cualquier ama de casa tiene que volverse una maga para administrar el presupuesto familiar.
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Y aquí va el dato curioso de hoy: en las Islas Canarias, mago significa simplemente campesino. Este mago canario, desde luego, nada tiene que ver con la magia: es una palabra que ni siquiera es castellana, pues pertenece al idioma de los guanches, primitivos habitantes del archipiélago.
“Nijota”, un poeta popular de Tenerife, nos da esta graciosa definición de mago: “Mago es un hombre del campo de filosofía inmensa, porque piensa lo que dice y no dice lo que piensa”.
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Tomado del libro “La palabra de hoy / Programa radial” (Cenal, 2014)
Autor: Aníbal Nazoa González (Caracas, 12 de septiembre de 1928 – Ibíd., 18 de agosto de 2001) poeta, periodista y humorista, considerado «uno de los escritores venezolanos que mejor retrató el siglo XX».
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