Ese tema del libro me tiene desconcertado. Ya son varias las bibliotecas tiradas al monte, quemadas o dejadas en las aceras para los camiones del Aseo Urbano o vendidas por kilos. Nadie las quiere, les quitan espacio y las eliminan en apartamentos y casas.
Paradójico en Casas de Cultura Comunitarias tampoco se encuentran ya bibliotecas ni guías de lectura. Antes que anunciar la venta de un inmueble hay que desprenderse de todo libro que allí asome.
Las bibliotecas públicas ponen reparos y condiciones para recibir libros. Nadie los quiere, las ventas de libros viejos desaparecen, nadie quiere comprarlos y mucho menos leerlos. En tiempos de dificultades en la distribución del gas doméstico y de los apagones eléctricos hay quienes los usan para atizar la candela del fogón de leña, cartón, periódicos y libros fantasmas.
En la Hacienda Pública no los requieren en la declaración sucesoral, pues carecen de valor en el mercado y de toda posibilidad de cálculo para el cobro de tributos. El legado de libros por testamento, como el de nuestro Libertador Simón Bolívar, perdió vigencia. ¿Quién va a legar lo que no se desea y es un estorbo?
Se dice que en Venezuela sólo lee un treinta por ciento de su población, no es desestimable, pero cada día es menor el tiempo de lectura propiamente dicha, que no sea la del celular omnipresente, distractor y tienda de venta de toda naturaleza de chécheres; ocupante hipnótico de todo tiempo libre y de trabajo, culpable de atascamientos frente a las luces de los semáforos y de accidentes de tránsito, especialmente con los raudos, invisibles e incalculables conductores de motos, asimismo, “señor” de trabajadores domésticos, tenderos, policías, vigilantes, etc.
Fue el poeta Luis Alberto Angulo quien, al entregarme un ejemplar de su libro recién editado, Coplas de la edad ligera, me advirtió de la muerte de los poetas tras la publicación de su libro: “Nadie comenta nada que vaya más allá de su bibliografía mínima”.
Humberto Eco en “Cinco Escritos Morales” (“Sobre la prensa”) es menos radical que el poeta Angulo: “¿Qué es una entrevista con el autor? Fatalmente auto-publicidad. Es rarísimo que el autor afirme que ha escrito un libro inmundo… a menudo el periódico, satisfecho con la entrevista, se olvida de la reseña… se ha estafado al lector; la publicidad ha precedido o sustituido al juicio crítico y, a menudo, el crítico, cuando por fin escribe, no discute ya el libro, sino lo que el autor ha dicho en el transcurso de las diferentes entrevistas” (p. 82).
Los difuntos se niegan a cargar con sus libros sobre su ataúd y rechazan que en lugar de flores de muerto coloquen sobre los terronales de su sepultura, recién tapiada, libros piadosos y de condolencias.
Poetas, cronistas, políticos, religiosos, profesores, pastores, mercaderes y toda clase de charlatanes devenidos en médicos sin estudios conocidos, LGBTQ’s, influencers, entre otros, crean sus propias páginas digitales y nos inundan de todo tipo de mensajes, estoraques, tarjetas y memes, oraciones salvadoras, mimos, ejercicios, terapias, remedios milagrosos, los cuales tratamos de evadir, rechazar o acceder sólo a la lectura de titulares…
Aunque de inmediato, si acaso, me detengo en mis viejos temas de interés o de urgencia bélica y humanitaria, barremos y borramos, porque para leer a cada quien como merece, o páginas cuya lectura exige pulsar y mover para agrandar y visualizar la letra, la palabra y el texto, habría que esperar estar en un nivel espiritual de lectura correspondiente a beatos en el trasmundo: Yo no escapo a tan omnipresente adicción y a todos los que se asoman en mis predios también los abarroto de reenvíos y de mis propias oraciones y declaraciones de amor…
Quien la hace la paga, solo que mi venganza es inútil y no me salva de andar con mi saco de libros para arriba y para abajo, sin encontrar un borracho dormido a quien, con mucho silencio y pisadas de acróbata y payaso, para no despertarlo, pueda dejarle mi regalo indeseable.
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A la FILVEN puede ocurrirle como al teatro ambulante de García Lorca, quien, finalmente, fue ejecutado por los falangistas españoles y hasta allí llegó La Casa de Bernarda Alba.
¡EL LIBRO HA MUERTO!, clama Jonás en Nínive, después de ser vomitado por la ballena, y San Juan en el desierto no bautiza libros, se zambulle en el Jordán y sólo sale a sus orillas para cazar y comerse un saltamontes…
¿Será que la nube digital y el tecnofeudalismo, como el vórtice de un huracán, se tragarán el Gilgamesh, el Baghavad Gita, la Biblia, El Corán, el Pópol Vuh, el Chilam Balam y los códices mayas todavía sobrevivientes?
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Juan Medina Figueredo (Aragua de Barcelona, 1947): Polígrafo de raza, ha incursionado en la poesía, el ensayo literario y el análisis socio-político. Su rebeldía política y cultural no es panfletaria sino solidaria, al punto de estar bien aliñada por su bondadosa personalidad. No se le puede reclamar nada, pues sus convicciones ideológicas y su quehacer escritural apuntan a una conciencia ética y espiritual inconmovible.
Entre sus libros contamos “Reverberaciones” (1995, poesía); los ensayos “La Terredad de Orfeo” (dedicada al poeta Montejo) y el libro comuna que es “Siglo XXI, educación y revolución” (2010) con su estructura en redes que comunica la crónica y el ensayo; el volumen de cuentos “La Visita del Ángel” (2010) y la novela “Por un leve temblor” (2014). Con estos dos últimos ganó el premio de narrativa de Fundarte y una mención de publicación del mismo sello editorial, respectivamente. Que nosotros sepamos, caso único en este certamen literario.
Su poesía ha sido publicada en dos colecciones poéticas importantes como “El Corazón de Venezuela. Patria y Poesía” y “Rostro y Poesía” de la Universidad de Carabobo. Su periplo literario apuesta por un decir directo y no mediatizado por los discursos académicos autorizados. (Reseña de José Carlos de Nóbrega)
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