CLÁSICOS VENEZOLANOS (23): SALVADOR GARMENDIA

Clásicos Venezolanos (23): Salvador Garmendia se refiere a su primera novela “Los pequeños seres” (1959). JCDN.

A sesenta años de su primera edición, Los pequeños seres es una novela imprescindible dentro del Canon nacional y latinoamericano. Nos impacta aún su hiperrealismo patente en el detalle sórdido y morboso, considerando a los personajes, objetos y el tratamiento del paisaje urbano. A tal respecto, se vale del uso cruel de la hipérbole para forjar una atmósfera introspectiva profunda: El latido de su cerebro comienza a derretirse (p. 19, segunda edición de Monte Ávila, 1979).

Es causal el inicio con un velorio y el correspondiente entierro del Jefe de Seccional de una empresa comercial anónima: Provee el marco tanático o de muerte en el que se realiza la metamorfosis de Mateo Martán, el funcionario que cubrirá la vacante, cuya personalidad se va escindiendo.

La alienación como desarraigo en la urbe –en este caso-, excede, amplía y complementa el éxodo campesino descrito y tratado por el realismo inicial de Guillermo Meneses. La abulia, el tedio y la monotonía conforman el tenor del discurso narrativo, eso sí, por vía del ejercicio introspectivo terrorista.

 

 

Clásicos Venezolanos (23): Salvador Garmendia

 

 

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Monólogos interiores

Mateo viaja del enclave burocrático y comercial al Circo, ese Imperio lúdico e insólito que triza la realidad reseca que se resquebraja en el alma, la conciencia y el inconsciente.

La atmósfera minimalista sobredimensiona lo objetual (Un grumo de harina insípida –la hostia- pegada al velo del paladar, desgastándose lentamente en la saliva, p. 124), el realismo sucio (La verruga temblaba. Muchas veces la tenía pegada a mis dedos, viva, moviéndose, sin poder deshacerme de ella, p. 21) y la fragilidad de la conciencia y la palabra (Creo que agotaría toda mi vida en el empeño de narrar ese acto tan simple y mecánico de desplazarse a través del cuarto, p. 84).

Los monólogos interiores en cursivas o standard resaltan la confusión de las voces, su concierto atonal, depresivo y asimétrico. La problemática existencial de Martán radica en el sin sentido de la vida en una sociedad fallida, pintarrajeada, hedonista y apresurada.

El lenguaje endurecido violenta las situaciones y el discurso narrativo. Alude a la novela negra y a la estética expresionista del cine policial. Sólo que el tema novelístico es ontológico.

Los saltos en el tiempo están referidos al fluir de la conciencia como espejismo de la vigilia. Contemplación desconsolada del mundo arcádico infantil y rural.

 

 

¿Hablar solo o reflexionar en voz alta?

El inconsciente y la conciencia se enroscan en una lucha cuerpo a cuerpo, al igual que el mito bíblico de Jacob y el Ángel, sin que haya bendición ni dispensación posible. Se remite a Mateo Martán con un psiquiatra recomendado por la empresa. Hurgar en el alma esquiva del Jefe de Seccional, forma parte del control que la organización capitalista ejerce sobre sus esclavos asalariados.

Las atmósferas colindan con la pintura contemporánea y los informalistas de Venezuela: Jacobo Borges, Régulo Pérez y la paisajística eidética y post-petrolera del Chino Hung. Por lo que la hipersensibilidad de Mateo es otro estigma de Caín, ello en la ruptura de la rutina y el molino de procesar embutidos.

Los diálogos se refieren más a las reflexiones en voz alta de su protagonista que a la interacción con el resto de los personajes, lo cual acentúa la incomunicación en cualquier ámbito.

Me recuerda la ciudad innominada de la novela a la Caracas de mi infancia y pre-adolescencia, la de las series radiales de Rumbos (La vida de las canciones – Martín Valiente), la salsa brava de Aeropuerto y el reporterismo amarillista de Continente.

Mateo Martán es un Odiseo inverso que se mueve del hogar astillado al teatro bélico de la calle y la oficina, de la cual muy pocos salen bien librados. No es, claro está, el caso de Mateo. Como el Wakefield de Hawtorne, él se desprende de su mundo cotidiano para contemplarse y auto-flagelarse desde una óptica delirante.

Los 14 capítulos sin numerar, por demás asimétricos, comprenden el viaje alucinante de nuestro atribulado personaje: El espejo como punto de partida y cierre distorsionado; el funeral de su antecesor en el cargo; la oficina como factoría salvaje; la borrachera que lo arrebata del entorno; el Circo marginal y esquizoide; el burdel con sus habitaciones desoladoras e inhóspitas y la estación del tren muerta y desdibujada.

La ciudad engulle al profeta Mateo Martán en una parodia transfigurada de Moisés: No se realiza la ensoñación épica de la tierra prometida, ni aparecen Dios ni el Diablo.

No se pierdan la oportunidad de contristarse y reflexionar en torno al desmadre de la República Petrolera, hecha crónica descolonizada por el bien llamado Cónsul del Boom novelístico latinoamericano, Salvador Garmendia.

 

 

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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