Perú 1971. Un país en plena efervescencia política, con un gobierno militar que prometía cambios y una juventud ávida de nuevas experiencias. En medio de este escenario, la noticia de que Santana, el guitarrista más incendiario del momento, iba a tocar en Lima causó un revuelo sin precedentes. El Estadio de la Universidad de San Marcos se preparaba para recibir a miles de fans ansiosos de escuchar los riffs, solos de guitarra y canciones más conocidas, y para dejarse llevar por la energía de la música.
Pero, como suele ocurrir en las mejores historias, los planes no siempre salen como se espera. Los dirigentes estudiantiles de la universidad no veían con buenos ojos la llegada del rockstar estadounidense. Para ellos, Santana representaba todo aquello que la sociedad tradicional peruana rechazaba: el pelo largo, las ropas extravagantes, la música estridente y una actitud desafiante a las normas establecidas.
La oposición de los estudiantes, sumada a la actitud desafiante de Santana y a la férrea postura del gobierno militar, creó la tormenta perfecta. El guitarrista, acostumbrado a vivir rodeado de fans y periodistas, no estaba dispuesto a ceder a las exigencias de los organizadores del evento que de por sí, estaban intensos. Le pidieron que saludara a los estudiantes en la universidad y compartir con los medios de comunicación sus impresiones y expectativas del concierto. Y como todo aquel que vive su momento, alimentado con un superego y prepotencia, se negó a dar entrevistas. Además, al llegar a Lima, su comportamiento desenfadado en el aeropuerto, donde se quitó la camisa y mostró su torso musculoso, y algunos miembros de la banda que drogados se besaban públicamente, no hicieron más que avivar las llamas de la polémica.
Su música y su imagen eran consideradas demasiado polémicas. Se temía que su influencia corrompería a los jóvenes y los alejaría de los valores tradicionales. Y, para colmo, algunos sectores más radicales lo acusaban de ser un agente del comunismo o de otras ideologías subversivas. Una ficha que podría incitar a la juventud peruana, rebelde y desobediente, a tomar las calles y a incendiarla con otros propósitos. Para Velasco Alvarado, la llegada de Santana representaba una amenaza al orden público y a los valores tradicionales de la sociedad. Entonces, el gobierno decidió tomar cartas en el asunto y prohibió el concierto.
La noticia de la cancelación cayó como una bomba en Lima. Tuvo consecuencias más allá del evento. Sirvió para polarizar aún más a la sociedad peruana y para fortalecer los prejuicios y estereotipos existentes. Miles de fans se sintieron traicionados y frustrados. Muchos de ellos habían ahorrado durante meses para poder comprar una entrada y vivir la experiencia de ver a su ídolo en vivo. Fue un duro golpe para la juventud peruana, que veía en Santana un símbolo de contracultura. Santana, custodiado como un criminal, fue trasladado al aeropuerto para que tomara el avión de regreso a EEUU.
Afortunadamente, esta historia después tuvo un final feliz. En el año 2006, Santana regresó a Lima y fue recibido como un héroe. Las autoridades locales le pidieron disculpas por lo ocurrido en 1971 y le entregaron las llaves de la ciudad. El concierto que ofreció en el Estadio Nacional fue una verdadera fiesta inolvidable y también una forma de cerrar una herida abierta. Santana, ya más maduro y centrado, concedió entrevistas y compartió en las calles con su público.
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Aunque el concierto de Santana en Lima nunca llegó a realizarse, su recuerdo sigue vivo. Aquel 1971, cuando la música se enfrentó a la censura, se escribió un capítulo importante en la historia del rock peruano. Pero en 2006 se abrió otro que nos dice que la música tiene el poder de unir a las personas, de desafiar las normas establecidas y de construir un mundo mejor.
Juan Fernández, un arequipeño que conocí en 2018, me contó la experiencia, mejor dicho, sus dos experiencias, la de 1971 y la de 2006, cuando con morral en mano y tomando un autobús que tarda cada viaje de ida y retorno 36 horas desde Arequipa a Lima, vivió finalmente cada canción de su ídolo y el símbolo la generación de Woodstock de 1969.
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Simón Petit (1961), Punta Cardón, es consultor cultural, escritor, guionista de cine y televisión, columnista de prensa y revistas literarias, productor y locutor de radio y televisión.
Ha publicado los poemarios: Bajo la Grúa (1991), Otros a la Intemperie (1992), Bajo la Grúa Sobre el Andamio (1999), Sol Sostenido (2001), La Mirada Impía (2004), Desmemoria Infiel (2010), Vieja Luna (2011), El Eco Formidable (2014) y 50 Haikús y 7 Tankas al pie de un volcán (2019).
Entre otros ha obtenido el Premio Nacional de Guion Cinematográfico en Super 8, 3er Premio Mejor Película en el VI Festival Nacional de Cine S8 por su película “Tránsito de Sombras” y 1er Premio Nacional por la misma película en 1988 en el V Encuentro Nacional de Cine S8. Premio Municipal de Literatura del Municipio Carirubana en 1992.
Invitado a la Cátedra de Poesía José Antonio Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca en el 2012.
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