#Opinión: «Las madres castradoras no son como las pintan» por José C. De Nóbrega

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Ayer se me vino un lindo día abajo. Me sentí como el cielo de Valencia hoy: Nublado y cargado de lágrimas amargas, pero incapaz de lloverlas. Qué desagradable es en estos casos el llanto contenido.

Recordé y, peor todavía, evoqué la repulsión física y psicológica que me provocaban las mamás castradoras (lo cual incluye también a los Padre padrones retratados en cine por los hermanos Taviani y el Pedro Páramo de Rulfo). Reprimir los deseos y los afectos en el Otro, ha sido la práctica política facha de estos seres mezquinos y nefastos.

Retomo la crónica. Ayer fui víctima de una mamá Medusa que persistió en convertirme en piedra, buscando esterilizar mi pulsión de regalar y recibir afecto imprescindible de mujer, tanto en la amistad como en el amor. Por fortuna, la musa que me escribe los poemas y cuentos más enternecedores que puedan concebirse en tan cálida matriz, me ama entrañablemente hasta en sus peores días depresivos.

Su rostro depre, registrado en autorretratos (nada qué ver con selfies narcisistas), sigue siendo una arista extrema que magnifica su belleza física e interior que me conmueve y conduele en nuestro Amor Loco, más allá de la distancia geográfica.

Sólo que esta Medusa no es horrenda ni repulsiva como las que pintan los poetas de la palabra y los de las artes visuales. Es bonita como una ardilla que salta de árbol en árbol, para luego roer la avellana con lengua vibrante y simpática. Una Medusa muy bien ataviada, de cabello largo y pequitas en un dulce rostro.

Ella levantó muros de Jericó que no serían derribados ni siquiera por Josue ni las trompetas del ejército liberador de Yahve. Detrás de la linda apariencia y las muy amables palabras, se escondía una Yudith para nada liberadora de su pueblo, que intentó decapitar nuestro afán de afectos desinteresados como si fuese el invasor Holofernes.

No me podía dar el lujo ni de la represión de mis emociones en libertad, ni de ser castrado por el resto de mi vida. Lo supero escribiendo esta crónica post bíblica, eso sí, con un sabor agrio en la lengua y el paladar. Me recordó la cultura mediterránea y conservadora en la que me crio mi mamá, y en la que la criaron a Ella.

Por fortuna, mi madre no era castradora sino sobre protectora con su lindo amor cara de palo y consistencia de correa de cuero y hebilla de bronce. Mamá Augusta siempre quiso a esta oveja negra que aún soy.

La Medusa delgada y bien torneada me condicionó mi compulsión de afectos con el formalismo, el formulismo y el imperio insufrible de organigramas y jerarquías. Por supuesto, la descarté desde ya de mi círculo de íntimos. La borré del libro de mi vida. Sólo que al final reparé que ella era un inoportuno espejo que me mostraba lo peor de mí. Yo había sido conmigo mismo y durante mucho tiempo el peor de los padres castradores. Me había propinado palizas y maltratos de antología.

 

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Por eso, bajé la guardia y me dejé de tanta quejadera que tanto daño me hizo en el pasado. Y me puse a hacer lo que mejor sé: Escribir, perdonar y persistir en este camino duro pero sabroso de amar y ser amado.

Coda radial de nuevo. Desde La Tarima Efervescente de Soda 95.1 FM, me jalaron a una comparsa festiva el cover estupendo de Obladi Oblada beatle por No Doubt y ese tema carnavalesco de Offspring (Why dont you get a job?) en el que una ama de casa infeliz se libera y convierte en una guapa Mujer Maravilla, canción rock que le gustaba y hacía reír tanto a mi Yudi.

 

José Carlos de Nóbrega / Ciudad VLC