Ayer 5 de octubre se celebró el Día Nacional de la Salsa, decretado en homenaje al recordado disc-jockey caraqueño Fidias Danilo Escalona, quien nació en este día, pero de 1933.

Como viejo melómano de los ritmos afroantillanos, me voy a permitir hoy dar mi resumen muy personal de la historia de la Salsa, tal y como me tocó vivirla en la Caracas de finales del siglo XX.

En lo más lejano de mis recuerdos está el “boogaloo” como el ritmo imperante y Richie Ray & Bobby Cruz como amos y señores de ese sonido compuesto por los dioses: no hubo fiesta de mi infancia que no terminara con todos los adultos  bailando el » Richie’s Jala Jala».

Sin embargo, el lado criollo no estaba desasistido, allí estaba Federico y su Combo para dar la cara a la hora del bonche: «Cocolía» y «Maina» competían en solvencia sonora con el ritmo de los maestros:

 

DEL MISMO AUTOR: TRABAJAR EL POEMA (2)

 

En Barcelona a la orilla de río,
yo chapotetaba en un charco,
cuando miré pa la puerta,
Maina estaba bailando…

 

Por la misma época, más o menos, el sonido de la calle hizo su presencia, la muchachada se armó de instrumentos y comenzó la era de los sextetos, con el Sexteto Juventud a la cabeza y con letras que reflejaban la vida cotidiana en las grandes barriadas caraqueñas: lo popular no era sólo la música sino también el contenido:

 

Qué malo es estar, estar en la cárcel…

 

Y más atrasito llegó Tabaco y sus Metales, que además de la orquestación tenía una voz con matices muy particulares y un mensaje que traspasaba lo local para reflejar algo de la utopía latinoamericana muy en boga durante los ‘70, sin racismo ni desigualdades sociales:

 

El negro y el blanco deben
tener solo una bandera…

 

Pero el batacazo sucedió en 1975, aproximadamente, la Dimensión Latina, que ya era una orquesta mejor conformada en cuanto a instrumentación, lanza al mercado «Llorarás», tema que aún hoy, cincuenta años después, sigue siendo el gran éxito de la salsa venezolana y todo un clásico del género:

 

Llorarás y llorarás sin nadie que te consuele,
y así te darás de cuenta que si te engañan duele…

 

Comentarios aparte, se dice que Oscar D’León quiso remendar el capote y corrigió el «así te darás de cuenta» por «así te darás tú cuenta», que nadie, por su puesto, quiso aceptar porque le quitaba sabor a la versión original.

El éxito de la Dimensión, que se mantuvo en el tope por años, desató el boom de las orquestas; pero la mía, la de mi mayor añoranza, es “Los Satélites”, con Cheche Mendoza, que siempre he creído que nació en Catia porque acostumbraban a ensayar en la calle Mirasol de Los Magallanes de Catia, entre la calle El Lago (donde estaba mi escuela) y la calle Unión (donde vivía) a donde yo iba a parar cuando salía de la escuela y llegaba hasta la esquina el sonido de los metales, para salir corriendo a sentarme en la acera de enfrente a la casa donde ensayaban y escuchar como repetían una y otra vez los mismos acordes…

 

Dame mi caña completa…

 

Y así entramos en los años ‘80, y en la plaza aérea de Parque Central, frente al Museo de Arte Contemporáneo, se estrenó la orquesta más fabulosa que se podía inventar: el Trabuco de Venezuela, una especie de team de la Salsa Brava venezolana, que seguía la moda que venía de Nueva York de reunir grandes figuras en una sola orquesta, al estilo de las Estrellas de Fania.

También esa mañana se estrenó el Sonero Clásico del Caribe, tocando el propio son cubano y la clásica guaracha; aquella mañana los anfitriones de tan magno evento fueron el flaco Federico Álvarez y César Miguel Rondón.

En un momento de euforia, el flaco Álvarez frente al micrófono dijo el mayor elogio que se puede hacer de una interpretación, después que escuchamos «Imágenes latinas»: «¡Esta vaina es del carajo!»

Pero no puedo terminar esta memoria personal de la Salsa en la Caracas que yo viví sin mencionar un fenómeno muy particular:

 

“Eddie Palmieri que estás en el cielo” por Manuel Cabesa

 

En 1977 se estrenó la película «Se solicita muchacha de buena presencia y motorizado con moto propia», de Alfredo Anzola, sin duda una de las mejores películas de la década.

Pero no sólo la película tuvo lo suyo, sino que la banda sonora fue el non plus ultra del sonido salsero, compuesta por el maestro Juan Carlos Núñez, aquel sonido mezclaba la rumba del barrio, con la distinción sinfónica, un toque de música sacra y las letras sacadas de poemas de Nicolás Guillén y de Ernesto Cardenal, haciendo con todo eso una mezcla inolvidable: eso sí era Salsa…

El resto, después, es silencio.

 

Manuel Cabesa*

Ciudad Valencia / RN

*(Caracas, 29/11/1960). Poeta, narrador, ensayista y bibliotecario; reside en el estado Aragua desde 1994. Fue beneficiario de los Talleres de Creación Literaria del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG) en tres oportunidades: poesía (1980); narrativa, (1999) y ensayo histórico, (2002). Con el apoyo de la Coordinación de Literatura de la Secretaría de Cultura del estado Aragua inicia en 1999 un taller literario que aún se mantiene activo de forma independiente bajo el nombre de Los Moradores y fue miembro fundador de la Agrupación Cultural Pie de Página. Ha representado a Venezuela en el 1er. Taller Iberoamericano de Poesía (Cuba, 1993); Festival de la Cultura del Caribe (México, 1996) y Festival del Nuevo Cine Latinoamericano (Cuba, 1999).