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Cuando nací en 1950, Alfonso Rivas Quintero tenía 18 años. Al igual que sus hermanas y hermanos, que Cristóbal, su padre, y que Rafael, el padre de este, nació en el pueblo de Altamira de Cáceres, fundado hace más de 400 años por españoles, pero se señala que mucho antes a la  invasión de Europa ya existió allí una población indígena asentada sobre el filo de ese cerro azul del pie de monte andino del ahora estado Barinas. El nombre de Altamira le quedó justo al lugar, desde allí la mirada se extiende sin traba alguna para contemplar a sus pies la planicie del llano alto.

 

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Mi abuela materna, Rosa Olimpia, estimulaba el deseo del hijo de continuar sus estudios en Valencia, donde residían algunos parientes, o en Mérida, capital del estado limítrofe del mismo nombre. Contrariaba así los deseos de mi abuelo, quien orgulloso del desempeño de Alfonso en sus actividades comerciales, y observando la fuerza de su liderazgo, lo había convertido en su mano derecha.

 

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De izquierda a derecha, de pie: Gonzalo, José Rafael y Cristóbal Rivas Escobar. Sentados Isabel Morales de Rivas, don Rafael Rivas y Laura Rivas Escobar.

 

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Alfonso, sin embargo, decidió irse a Mérida a concluir el  bachillerato, que no podía hacerse en el pueblo, y posteriormente a iniciar estudios de medicina en la Universidad de Los Andes (ULA). Su estada allí no duró mucho, regresó a casa y luego se fue a Valencia en donde realizó estudios de Derecho y asumió el juzgado del pueblo de Tocuyito, viajando a diario. En  Valencia contrajo nupcias con Celina Rosales Quintero, hija de una prima segunda de mi abuela, con quien formó un bello hogar.

 

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Al tiempo que concluía estudios de pregrado, ejercía como juez civil y lideraba sus dos familias (posterior a la muerte de mi abuelo en 1958), él también impartía clases de Castellano y Literatura en instituciones de educación media, tales como el prestigioso Liceo Pedro Gual. Esa experiencia docente, por cierto, le dio soltura desde sus comienzos como instructor, cumpliendo luego con todos los escalafones académicos en la Universidad de Carabobo (UC) y culminar la carrera docente como Profesor Titular.

 

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Pueblo de Altamira de Cáceres, Barinas.

 

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Con estudios de postgrado en Derecho Comparado, maestría y doctorado en Londres, el doctor Rivas Quintero, como es conocido ampliamente en el medio académico, profesional y político, devino en un estupendo escritor jurídico, especialmente en materia de Derecho Constitucional.

 

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En lo particular, me gusta mucho la manera que tiene él de escribir sus libros de especialista; mientras los leo siento comprender la esencia del asunto y, además, disfruto ampliamente su lectura. La precisión, claridad, ritmo y belleza del lenguaje destacan sus planteamientos reflexivos y sin estridencias, que animan al lector a la indagación y la lectura aun cuando sean divergentes sus propios puntos de vista. Los libros jurídicos del doctor Rivas Quintero tienen el signo de las obras clásicas, tanto por lo que ellos dicen así como por la manera como lo dicen. De su precisión y belleza he aprendido quizás tanto como sus alumnos y lectores especializados.

 

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Altamira de Cáceres, Barinas.

 

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Ese amor por la escritura de Alfonso ha sido un baluarte en mi vida de poeta en muchos sentidos. El libro “Viento barinés”, en el cual aparezco como coautor, publicado por la Universidad de Carabobo en 1978, tuvo de él apoyo y estímulo. Ante sus amigos, desde cuando yo era un jovencito, siempre me presentó como el poeta y mostró sin reservas a todos su admiración por mi humilde trabajo. Eso no tiene precio para un escritor joven, y lo sabe quien inició hace algún tiempo el tránsito de la edad ligera.

 

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Alfonso ha sido y es un referente extraordinario para muchas personas, pero especialmente para su familia. Hijo, hermano, tío, esposo, padre, abuelo, primo, maestro, amigo, de excepción en cada uno de esos momentos y en cada una de esas funciones tan difíciles del mundo familiar, él es el gran botalón de mi familia materna y saludo alborozado este día de su cumpleaños número 90 con la fe y el entusiasmo de que logremos celebrar juntos su centenario en Altamira de Cáceres, en Barinitas, en Valencia o en el lugar que El Señor de todos los caminos así lo quiera.

 

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Altamira de Cáceres, Barinas.

 

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Por el momento lo celebro en Bárbula, lugar de tantas batallas, contemplando hacia el sur la pujante ciudad y al norte la serranía de la costa, que me recuerda el pie de monte andino de nuestra niñez y juventud, incólume.

 

Luis Alberto Angulo / Ciudad Valencia