María Alejandra Rendón, postdata de silencio

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Leyendo en defensa propia de María Alejandra Rendón recordé a mis abuelas Trina Elvira Zapata y Fidelina Colón, a mis bisabuelas Laura Zapata y Carmen Peraza y mis Tatarabuelas Lina Rayes y Trina Zapata, casi todas mujeres abandonadas llenas del mosquero de la muerte.

En una oportunidad, mi abuela me contó que cada navidad ella pasaba la noche haciendo hallacas en un fogón junto a su suegra; cocinaban una cantidad suficiente como para regalarle a cada visitante que por esos días llegaban a la casa. Por lo general, eran hombres parranderos que pernoctaban una noche y seguían de pueblo en pueblo llevando la tradición. Así cual dueñas del sacrifico las mujeres servían mesa y cobijo, como nos dice María Antonieta Flores “eran mujeres que aprendieron a vivir con la resignación de sus victorias invisibles”; hoy aunque una sola se encuentra con vida siguen tejiendo “la cadena del desamparo” en cada niña de la familia que nace.

Pero ahora María Alejandra Rendón no has invitado a un juicio, “En defensa Propia”, ha decidido matar sin remordimiento alguno “vengar todas las muertes” y entonces veo a mis abuelas sentadas en la audiencia como una “postdata de silencio”, las veo llegar con sus dolores y manos cansadas, soltando la faena de las hornillas.

 

MaríaMaría “hija de María, nieta de María” salió del barro amasado por sus abuelas olorosa a
sal, fogón y viento, caminó desnuda con machete en mano y soltó platos, ollas, vajillas; renunció. Trajo palos, piedras y dientes y llegó aquí a comparecer en nombre de todas y en su propio nombre.
Así nos dice:

“la abuela Ramona
lloraba sus derrotas frente a la batea
mientras blanqueaba cuellos de camisas
… nueve partos con su mismo rostro
Ramona, abuela de María
madre de María”.

 

Por su boca de luna hablan y lloran las abuelas, las que no salieron como Enriqueta
Arvelo Larriva más allá de la “luz del patio”.

Se trajo cantos, yerbas, recetas y manos quebradizas rasguñadas por la vida. “No me
arrepiento”-dice- de qué no se arrepiente ¿ha cometido un asesinato?. Baila como una
culebra en su reino para celebrar la muerte, pero no es una revancha contra el abuelo
que le dejó “un vestido de golpes” es la muerte de las mujeres de sal que no serán mas nunca invisibles.

Rendón vino a defenderse de los golpes y fracturas del viento, vino en defensa propia.
El poemario de María Alejandra Rendón nos hace interrogar el arquetipo de la mujer
presente en muchas culturas del mundo y que le asigna un conjunto de valores y roles
para los cuales vive y obedece: la madre, la hija, la esposa, la cuidadora, la protectora.
María en la tradición judeo-cristiana, Parvati en el hinduismo, Isis en Egipto, Demeter en la mitología griega, casi estimatizadas como las bellas; la mujer es un ángel cuando cuida y un demonio cuando sangra.

Parece que Rendón se ha revelado contra este estigma y orden impuesto y ha vuelto con el arma blanca de sus verbos. Así como Luz Machado se enfrenta a la casa y a ratos
vuelven a rendirse a sus obligaciones cuando nos dice: “Nadie sabe que por las noches/ mueren envenenadas cerca de mis oídos/ las palabras”/ María Alejandra Rendón quiere soltar la faena, “quiere hacerse pasillo”, cuadro, marco o puerta y hablar como una mesa, como el único lugar donde no remienda, ni llora, ni envejece.

 

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María quiere matar a la “esclava dulce” de Enriqueta Arvelo sin remordimientos, quiere amar.

 

Tomado de: Vielsi Arias – Ocaso Literario / Ciudad VLC