En 2021, el tema elegido para el Día Mundial del Medio Ambiente es la restauración de ecosistemas y marcará precisamente el inicio del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas.

Así, de manera más o menos intuitiva, podríamos decir que la restauración consiste en la recuperación de ecosistemas.

Parece fácil, ¿no? Pues no lo es tanto. Pongamos el ejemplo que, seguramente, se nos viene primero a la cabeza: tenemos un terreno talado o quemado, y en el que queremos que vuelva a haber un bosque, igual que el que había antes.

 

Quizá podamos pensar: muy sencillo, se plantan unos cuantos árboles, y listo. Al fin y al cabo, esa es la manera de proceder, en muchas ocasiones, de las administraciones públicas y de las empresas privadas para tratar de reparar el impacto ambiental ocasionado en sus actividades o, simplemente, darse un lavado de cara y ofrecer una imagen “verde” a la sociedad.

 

El suelo, ese gran olvidado

Sin embargo, es posible que plantar unos cuantos árboles no sea suficiente, pues no olvidemos que un bosque no es un simple cultivo, sino un sistema complejo en el que se dan multitud de interacciones entre sus elementos, empezando por uno muy importante y que a menudo pasa desapercibido: el suelo.

Sí, el suelo, que es mucho más que un espacio físico que sirve de soporte a las plantas, pues allí se encuentran los nutrientes y el agua que estas necesitan para vivir, además de albergar multitud de fauna y microrganismos que interaccionan entre sí y condicionan características como la fertilidad o la capacidad de retención de agua.

 

La contaminación, la erosión, los impactos ocasionados tras el fuego… existen multitud de factores que van a modificar e interrumpir los procesos que se dan en el suelo.

Las actividades de restauración deben contemplar el estado de degradación del suelo y estar orientadas a recuperarlo si quieren tener más garantías de éxito, aunque supongan acciones que no siempre son tan vistosas como plantar cientos de árboles.

Y, siguiendo con nuestro ejemplo, hay muchos más factores que debemos considerar antes de lanzarnos a plantar árboles. Debemos estudiar, por ejemplo, las posibilidades de conectividad que tendrá ese futuro bosque con otros ecosistemas, que serán fuente para que las especies vayan colonizando el terreno, si llegarán agentes dispersores de semillas, tener en cuenta la topografía…

 

Objetivos de la restauración

Por otro lado, no debemos perder de vista el objetivo de la restauración: ¿qué queremos restaurar? Aunque hayamos puesto el ejemplo de los bosques, estos no son los únicos ecosistemas que existen en nuestro rico y variado planeta: arrecifes, praderas de montaña, humedales, turberas…

Además, no siempre tenemos que volver al estado original, para empezar porque en ambientes como el mediterráneo, que el hombre ha modificado desde hace siglos, es prácticamente imposible saber cuál era la situación de partida.

Además, no siempre vamos a querer eso. Por ejemplo: los campos de cultivo tan extendidos en la meseta norte son hoy hábitat de multitud de especies de aves esteparias emblemáticas, como es el caso de la avutarda. Aves que, de volver a un supuesto estado “original” de bosque primario, seguramente se verían desplazadas por otras.

 

Frente a una visión más estática y lineal que se tenía de la sucesión ecológica y de la restauración hace años, en la actualidad nos hemos dado cuenta de que lo interesa de verdad recuperar al hacer restauración son, más que la especies, los PROCESOS, pues son a fin de cuentas los que nos van a ofrecer garantía de continuidad.

Por ejemplo, si tú favoreces el proceso de reciclado de nutrientes del suelo, vas a mejorar su fertilidad, y podrás ahorrarte el abonado continuo para hacer que las semillas germinen o crezcan más rápido. Y es que, la naturaleza es sabia y no nos cobra por su servicio, así que parece lógico dejarla, siempre que se pueda, que haga por nosotros el trabajo, ¿no?

 

En resumen, a la hora de restaurar un ecosistema hemos de tener en cuenta diversos componentes, que podemos agrupar así:

  • Historia del lugar: qué elementos había, qué queremos conservar o recuperar, que ha sucedido (topografía, suelo, conectividad…)
  • Territorio: caracterizar el clima, el suelo, la vegetación y fauna del lugar.
  • Elemento social: si la restauración busca proveer de algo a una población humana y ofrecer un servicio ecosistémico: espacio de ocio, mejora de la calidad de aire, mitigación del cambio climático, frenar la erosión, etc.
  • Dinámica: como hemos dicho, los ecosistemas no son estáticos, así que debemos ser capaces de prever cómo van a evolucionar en el futuro.

 

No hay recetas únicas

Supongo que a estas alturas ya te habrás dado cuenta de que la restauración de ecosistemas es algo muy complejo, una actividad para la que es muy difícil establecer “recetas”, pues cada caso será único y merecerá un estudio detenido.

La restauración de ecosistemas es una ciencia apasionante que busca recuperar ese equilibrio del hombre con su ambiente, y remediar los desmanes que cometemos en nuestro feroz paso por el planeta.

Y es que la restauración ecológica repercute en nuestro bienestar y por ello debería tener mucha más importancia en las agendas políticas.

Como resume la Sociedad para la Restauración Ecológica en su declaración de principios: “La restauración ecológica es una herramienta fundamental para lograr la conservación de la biodiversidad, la mitigación y adaptación al cambio climático, la mejora de los servicios ambientales, el fomento del desarrollo socioeconómico sostenible y la mejora del bienestar y la salud humana. Se practica de forma local pero tiene implicaciones globales, pues se obtienen beneficios regionales y mundiales para la naturaleza y las personas”.

 

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