El samán es un árbol patriarcal. Bajo su sombra se han cobijado en nuestra tierra el llanero y su rebaño, el guerrero y el vivac, así como la sombra de nuestros fantasmas amados y temidos. Uno de estos árboles de generoso ramaje, en el valle caraqueño, será refugio de apacibles horas de retiro y estudio del joven Andrés Bello y dará nombre a uno de sus emblemáticos poemas iniciales: A un samán. La lectura de este y otros poemas de esta época de la vida de Andrés Bello confirma la educación de este último, influida por lecturas de clásicos griegos y latinos.
Veintinueve años (1781-1810) de vida y formación de hábitos en la colonia moldearán los prejuicios, el carácter y las tendencias del pensamiento y la sensibilidad de Don Andrés. Hijo de Don Bartolomé Bello y de Ana Antonia López, en él se proyectarán sesgadamente las huellas de sus progenitores. Bartolomé Bello fue músico (con dominio de instrumentos y de canto) de la Catedral de Caracas, abogado de la Real Audiencia en esa misma ciudad y, finalmente, por designación mediante Cédula Real (lo cual da una idea del absolutismo imperante en la colonia hasta para designar a un empleado de segundo orden), Fiscal de Hacienda y de la Renta de Tabaco en Cumaná.
Se afirma que aquí compuso la llamada “Misa del Fiscal”, aún sin localizar, y finalmente murió en dicha ciudad oriental. Bartolomé Bello persuadió a su hijo contra la continuación y culminación de sus estudios de Derecho, por lo cual Andrés Bello sólo se graduó, en Caracas, de Bachiller en Filosofía; más tarde, en Santiago de Chile, se graduará de Bachiller en Cánones y Legislación, pero tampoco cursará la Licenciatura en Derecho. Sin embargo, con su actividad de legislador y diplomático, su proyecto de Código Civil (convertido en ley posteriormente) y su libro Principios de Derecho Internacional (1844) alcanzará la cima como jurista.
DEL MISMO AUTOR: EL ARTE DE VIVIR
Se podrá argüir que Andrés Bello no fue músico. Sin embargo, la mayor parte de su obra está compuesta en metros clásicos, aunque sin rima, lo cual nos hace pensar en las características musicales de una de las expresiones de su personalidad. Más hondamente compartirá su poesía una sensibilidad particular frente al paisaje, común a la música colonial venezolana.
La música colonial venezolana tenía, hablando en líneas generales, un sentimentalismo suave y sincero, lleno de profunda dulzura, que recuerda un poco el sentir de algunas poesías de Don Andrés y que es reflejo de la suavidad del paisaje caraqueño de entonces, de sus quebradas rumorosas, de sus montañas de colorido suave entre el aire tupido y el cielo sereno.
De Doña Ana Antonia López se señala que era hija de Juan Pedro López, afamado pintor venezolano de la colonia. Bello tampoco será pintor de oficio, pero es innegable la presencia del color en toda su poesía. Podrá notarse particularmente el verde como color dominante en sus poemas atribuidos a su época caraqueña, así como en sus silvas americanas, donde también encontraremos la paleta del habla para la descripción de los diversos frutos y estaciones de la zona tórrida. Por su madre, Bello sentirá la nostalgia que también le atará a la tierra, como consta en numerosas cartas.
Su contacto con la naturaleza del valle de Caracas, durante su mocedad, su ascenso a la Silla de Caracas, en compañía de Humboldt y Bonpland, y su experiencia agrícola y de caficultor en su hacienda El Helechal, por tierras de Mariches, imprimirán en su espíritu una honda y sensible huella del paisaje tropical, que plasmará tímidamente en sus poemas iniciales y, como manifiesto poético, en sus silvas americanas de su época de Londres. Bajo un samán meditará, reposará, estudiará, escribirá y tornará a recogerse con su nostalgia desde tierras australes.
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Juan Medina Figueredo (Aragua de Barcelona, 1947): Polígrafo de raza, ha incursionado en la poesía, el ensayo literario y el análisis socio-político. Su rebeldía política y cultural no es panfletaria sino solidaria, al punto de estar bien aliñada por su bondadosa personalidad. No se le puede reclamar nada, pues sus convicciones ideológicas y su quehacer escritural apuntan a una conciencia ética y espiritual inconmovible.
Entre sus libros contamos “Reverberaciones” (1995, poesía); los ensayos “La Terredad de Orfeo” (dedicada al poeta Montejo) y el libro comuna que es “Siglo XXI, educación y revolución” (2010) con su estructura en redes que comunica la crónica y el ensayo; el volumen de cuentos “La Visita del Ángel” (2010) y la novela “Por un leve temblor” (2014). Con estos dos últimos ganó el premio de narrativa de Fundarte y una mención de publicación del mismo sello editorial, respectivamente. Que nosotros sepamos, caso único en este certamen literario.
Su poesía ha sido publicada en dos colecciones poéticas importantes como “El Corazón de Venezuela. Patria y Poesía” y “Rostro y Poesía” de la Universidad de Carabobo. Su periplo literario apuesta por un decir directo y no mediatizado por los discursos académicos autorizados. (Reseña de José Carlos de Nóbrega)
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