«Arenas de Valencia», por Douglas Morales y Pedro Téllez

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Douglas Morales Pulido

Observando don Enrique Bernardo Núñez una corrida de Toros en la desaparecida plaza «Arenas de Valencia», Calle Navas Spínola c/c Av. Bolívar, un toro de «Guayabita» empitonó a un «espontáneo» (aficionados atrevidos) muy tomado.

Un acompañante le explicó a don Enrique que esto sucedía porque los borrachos veían dos toros, y toreando el imaginario, los corneaba el toro real.  Don Enrique contestó, «eso le pasa mucho más a los intelectuales».  Esta anécdota, según la fuente no muy fidedigna, sucedió en 1955 en ocasión del Cuatricentenario de Valencia.

Para esa época, los únicos entretenimientos que competían con la temporada taurina eran el béisbol, el cine y la radio, porque la televisión carecía de alcance.  «Arenas de Valencia», inaugurada el 1° de enero de 1921, nunca lució los espectáculos del «Nuevo Circo» de Caracas ni la «Maestranza» de Maracay, apenas se recuerdan las faenas de «El Diamante Negro» y «Rubito» que puso de moda el paso doble del mismo nombre («Cuando Rubito salió de Lima, toda la prensa lo publicó, y a su llegada a Caracas, Capriles Power lo contrató).  Era un circo «bufo» donde en sus últimas décadas asistía más gente a las lastimosas comedias de «Lucha Libre» que al toreo.  Su banda de músicos era respetada, pero desafinada; su público, chabacano la mayoría de las veces, al punto que, cuando un matador en la «suerte de la estocada» no lograba matar al animal, se oían gritos solicitando a «Yuca», señor que arrastraba a las bestias sacrificadas, que «le aflojara un tiro» y así acabar con la faena.

La seriedad se instalaba en el sitio, únicamente en los mítines electorales.  Los dirigentes políticos de entonces se valían sólo de su «verbo» para convocar a sus partidarios, nada de morisquetas, apoyo artístico ni farándula.  Los discursos de Betancout y Galíndez de URD, Rafael Caldera, Arturo Uslar Pietri y Domingo Alberto Rangel hicieron rugir la plaza de Toros (década de los sesenta). Luego se instalaba nuevamente la rutina: corridas «bufas» con el Cantinflas venezolano, «Lucha Libre» y corridas tristes.  Ya en sus postrimerías, no se sabe si por piedad o rebeldía, un comando guerrillero «le pegó candela» y así liquidó para siempre la diversión sangrienta, herencia colonial y estirpe española.

Por: Douglas Morales Pulido

 


Pedro Téllez

El “Diamante Negro” era un torero aragüeño llamado así por su color moreno y origen afro descendiente muy famoso en su época, y que pasó una temporada en España y regresó con el acento español pegado.

Los espacios públicos en los inicios de la democracia y sin la hegemonía audiovisual de los mass mafia eran, por decirlo así, de usos múltiples.  Los mítines se daban en los cines de pueblo, o en las plazas de toros, pues eran espacios cerrados donde se podía mantener el orden frente a los cabilleros de partidos contrarios.  Al madurar más la democracia y la tolerancia se empezaron a usar calles y plazas para los mítines.  Aun así los partidos de izquierda eran víctimas de la intolerancia de los grandes partidos del bipartidismo; recuerdo que siguieron actuando en espacios cerrados: cines, teatros y auditorios.

La decadencia de Arenas de Valencia la heredó en parte la Monumental, pues las corridas de toros son una tradición que realmente no echó sus raíces, más allá de las élites y parte de capas medias, incluso en la región andina donde es más popular (Ferias del Sol, por ejemplo).  El palco de sombra y el palco de sol, la tribuna presidencial, son una especie de panóptico inverso, que reflejaba las divisiones sociales.  No sé si en España, pero aquí la fiesta brava no era fiesta de unión sino más bien de división.  No impregnó el mundo de las artes y literatura como en las Españas (Picasso, Lorca) y el arte popular aquí ha preferido los gallos o las coleaderas.  Tan solo “La vara rota” de Michelena es representativa.  Aun así la Monumental, la principal obra del arquitecto Albert, es uno de nuestros íconos como ciudad, y también el límite sur de Valencia, antes de su fragmentación politiquera en municipios artificiales.

El autobús que recorría en línea recta, norte a sur la ciudad: Vivienda/Monumental, nos daba un recorrido que empezaba en las orillas del cerro de Bárbula, donde nace el Cabriales, zona de hospitales estigmáticos, la Ciudad Universitaria y la Vivienda Rural (que luego será urbana); en el otro extremo, la plaza de toros más grande del país, lateral a la zona industrial, y el lago: entre esas dos zonas, una ciudad en línea recta.

Por: Pedro Téllez

 

 

«Valencia, capital del Distrito Urdaneta», por Luis Salvador Feo La Cruz

 

 

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